jueves, 14 de abril de 2011

LAS MADRES CONTRA LA FALSA CONCIENCIA


Por Demetrio Iramain*  

Días atrás las Madres de Plaza de Mayo emitieron un comunicado bastante arriesgado, por cierto. Infrecuente. En el texto, al tiempo que repudiaron al alcalde de San Martín de los Andes por haber ordenado que fueran borrados con trapitos en solvente los pañuelos blancos pintados sobre el lomo de la plaza central de la ciudad, reclamaron, además, que fueran sancionados los beneficiarios de los planes sociales que, como condición para cobrarlos, dando curso a una sutil e inaceptable extorsión, consintieron la orden impartida por la intendencia, a todas luces contraria a las actuales políticas del Estado argentino.  
Para las Madres resulta un contrasentido que con fondos del Estado Nacional se financien actividades que van en contra de los propios lineamientos del Estado Nacional, y estos comprometen a los tres poderes públicos.
El mensaje de los pañuelos blancos puede sonar extemporáneo, desmesurado quizá, pero no lo es. Más bien resulta una proposición polémica y picante, y con un claro sustrato ideológico. Sitúa la conciencia del pueblo trabajador en otro plano de su subjetividad. En otra escala. Desafía puntos más altos en la cognición que deben alcanzar los sectores populares para llevar a buen puerto sus luchas por mejor trabajo, justa distribución de la riqueza y democratización de lo institucional, propias de este período histórico a la ofensiva, y que se anuncia aun más progresivo para el futuro inmediato.
Con la autoridad que emana de su lucha, las Madres proponen que la eventual condición de excluido no releve a nadie de su compromiso democrático y con lo popular. Hay que discutir con nuestros semejantes de clase, tengan trabajo o no, de igual a igual. Siempre. Con la verdad ajustada como un guante, como decía el Che. Ellas fueron las primeras en dar el ejemplo, bajándose del podio y el cómodo lugar de la indulgencia: jamás apelaron al dolor para patrocinar sus posicionamientos. Rechazaron uno a uno privilegios e indemnizaciones, y se asimilaron siempre a los de más abajo. Cuando fueron en 2006 a Ciudad Oculta a construir con los vecinos de la villa sus viviendas, les pidieron “perdón por no haber venido antes”.
Si aceptáramos que los aún demorados de ingresar al mercado de trabajo formal estén exentos de aportar políticamente a la lucha en favor de sus intereses como pueblo, ¿no estaríamos remedando, aunque por el lado del revés, la misma lógica oportunista que objeta la política del kirchnerismo en materia de Derechos Humanos bajo la excusa de que nunca fueron vistos Néstor y Cristina en una Marcha de la Resistencia?
El paternalismo estatal, la idealización sin ideología de la pobreza, el voluntarismo ya no corren más aquí. Llevan a muy poco, conducen a muy cerca. “Quisiéramos que sea Asignación por Trabajo, y no por Hijo”, señaló la presidenta Cristina Fernández esta semana. Hacia esa meta marcha su gobierno. Desde 2003, asistimos a una paulatina reconstrucción de la clase trabajadora como sujeto fundamental (y transformador) de la política. Las Madres dicen que la característica distintiva del actual proyecto no es sólo la acción de gobierno sino, esencialmente, el hecho de que esas políticas han depositado en los sectores populares la posibilidad de recomponer por sus propios medios el país, de resolver por su propio esfuerzo sus carencias materiales, y de hallar por su propia capacidad organizativa una alternativa política para llevar adelante el modelo nacional y popular, claro que siempre con el apoyo definitorio del Estado.
Tal como expresara la presidenta en Huracán, la hora demanda ser “orgánicos” de la transformación en todas nuestras manifestaciones sociales, y ellas incluyen lo laboral, y no excluyen –ni por asomo– a los trabajadores de la planta baja de la pirámide socioeconómica, favorecidos por ahora con subsidios, pero parte activa y dinámica de la clase obrera en franca recuperación material y subjetiva.
El trabajo digno no sólo comprende la justa retribución en el salario y una carga horaria acorde en el cumplimiento del jornal; también la exigencia de que los trabajadores se hagan cargo de su parte en el compromiso social e histórico que deben asumir en la etapa crucial que transita el país. A riesgo de pecar de rígido, afirmo: no habrá salto cualitativo sin esa contingencia. Por caso, la Misión Sueños Compartidos, de construcción de viviendas (un “pretexto” para un proyecto más grande, de inclusión social) no sería exitosa sin la firme y serena disciplina que reina en los múltiples obradores. El orden, el método y la responsabilidad no pueden ser patrimonio declamativo de las derechas.
Algo de todo esto también hubo en la exhortación de la mandataria en su último discurso ante la Asamblea Legislativa, cuando les pidió a los gremios racionalidad en sus reclamos y el no empleo de métodos que podrían conspirar contra la propia legitimidad de sus demandas. En suma: conjugar táctica y estrategia, en una dialéctica compleja, sí, pero imprescindible.
Si el gobierno hace lo suyo y legisla un marco regulatorio para las trabajadoras de casas particulares, reconociéndoles derechos laborales, no puede esperarse de esa fracción de la clase obrera otra contraprestación que no sea su activa gravitancia en la lucha popular. Que esas mujeres trabajadoras ya no sean más el tacho adonde van a parar las culpas de las buenas conciencias de las clases medias urbanas, de ahora en más depende, como nunca antes, de ellas mismas.

En 1961 el Che dijo que el rol de los sindicatos en la revolución es “adecuar las condiciones reales del lugar de trabajo a las grandes directivas generales de desarrollo del Estado”, al tiempo que observaba que no había contradicción intrínseca entre “la defensa de los intereses inmediatos de la clase obrera, con la transmisión a la misma de las grandes iniciativas económicas del gobierno”. Si bien centradas en el tránsito a la sociedad socialista, y salvando las obvias distancias del caso, aquellas reflexiones del Che pueden ser asimiladas al presente argentino, especialmente en ese tramo en el que Guevara alega que “el gobierno trata de llevar adelante al país en la forma más rápida posible, con la utilización de la mayor cantidad posible de recursos, para beneficio del mayor número posible de personas en el menor tiempo posible”. Cualquier semejanza con nuestra estricta realidad es culpa de la Historia.
Ya no se trata sólo de tener razón y ganar las discusiones, ni de justificar a quienes obran mal amparados en situaciones objetivas de explotación o violencia de clase. ¡Estamos asistiendo al modo argentino de hacer nuestra Revolución! Todo lo que falte debe ser resuelto; todas las privaciones, satisfechas, pero nada debe retrasar aquella síntesis histórica a la que hemos arribado: aportamos a la Revolución, o sumamos a los reaccionarios.
Estando en juego el destino de la Patria, la obligación es una sola: no fallar. La falsa conciencia en la clase trabajadora debe ser combatida tanto como la baja moral burguesa, propia de una clase que, aunque opuesta por el vértice a la de los obreros, insiste en presentarse hegemónica, entera, compacta todavía, y –no obstante– en crisis terminal.

*Director de Sueños Compartidos (Madres de Plaza de Mayo)
  Publicado en Tiempo Argentino

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