viernes, 7 de mayo de 2010

LA K NO ES UNA LETRA CUALQUIERA


Por Orlando Barone*
El matrimonio K, la ley de medios K, la dictadura K, la hegemonía K, el imperio K, el Unasur K, los Derechos humanos K, el chavismo K, el aislamiento K, el populismo K, el fascismo K, la caja K, la recaudación K, los tribunales K, los empresarios K; el sindicalismo K, el gasto público K, el fútbol para todos K y Cristina K.

La “kakatetización” del lenguaje es obra de los que por simple acto reflejo de rechazo sienten hacia ella un asco K. Se “askean” con K como no se asquean de la letra M de mentira o de la letra R de reaccionaria. O de la G de genocidio. Pensar que antes de que llegase la era K, solamente sabíamos que kilo, kiosko, karate, kilogramo, kinesiólogo, Kremlim y kiwi se escribían con K. Aunque algunos ignoran que cargan con un Karma de prejuicio desde que las patas sucias se lavaron en la fuente de la Plaza de Mayo. Nunca imaginó esta letra lacónica y geométrica que desde los medios iban a hablarla y escribirla con tanto denuedo e injuria. Ni imaginó tampoco, como letra poco empleada en el idioma español, que iba a ser tan políticamente maldecida. Y paradójicamente, en la época en que la política era recuperada gracias a la fuerza reparadora de la letra. Pero por suerte la K, resistente y refractaria, cuanto más la denigran más se populariza. De tanto vomitarla se ensucian; de tanto segregarla socialmente la dotaron de una red de fraternidad sorprendente. Y así como en las artes marciales, para contraatacar se aprovecha la fuerza de ataque del contrario, la K contraataca y logra que los que mal la pronuncian se atraganten. Esa única letra los obsesiona con una liviandad de envidia. Extraña enfermedad la que contraen quienes de tanto escupirla se escupen y de tanto estigmatizarla se condenan. Letra de varias vidas como los gatos. De varias resurrecciones como Maradona. Y de varios hundimientos y elevaciones, como Argentina. Comportamiento que desmoraliza a los enterradores: que cuando van a guardar la pala se dan cuenta que no han enterrado a nadie. Letra que no aspiró a ser la “letra” excluyente de una época y a la que los anti K consagraron al querer arrancarla del abecedario. Pero cuando parece que se borra vuelve a escribirse. No hay obligación de ser K. Y no hay obligación de enfermarse de rencor amarillo por oponerse a quienes quieren serlo. No porque estos ignoren que la K es imperfecta, y hasta que tiene imperfecciones serias que mejor sería que corrigiese. Nadie es perfecto y tampoco una letra. Pero hay gente que igual se entusiasma y se siente pasajera feliz del colectivo. No hay que ser tan amargo de querer desentusiasmarla de su entusiasmo. Que con ella compitan de igual a igual con otra letra, no rejuntando en montón todo el abecedario. La K ya no es una letra cualquiera.

*Carta abierta leída el 7 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

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