jueves, 3 de diciembre de 2020

EL TORO POR LAS ASTAS

Por Roberto Marra

Mucho se suele hablar en política de las estrategias. Base de cualquier actividad de esa índole, la planificación de las acciones a seguir por parte de un gobierno (o de quienes pretendan serlo), es una previsión imprescindible a la hora de establecer los pasos a seguir, las etapas para el desarrollo de las acciones que conduzcan a los objetivos imaginados y generar las normas que provean la base legal de los procesos que se hayan determinado.

Esos planes elaborados, las más de las veces con más voluntarismo que estudios profundos de las características de la sociedad donde se aplicarán, suelen adolecer de alternativas tácticas para sus implementaciones. Es así que terminan enredados en los manejos sucios de los grupos de poder que resultan ser las verdaderos propietarios de las decisiones finales o, al menos, de las influencias que generan cambios que anulan la virtuosidad del plan en cuestión.

Esos mandamases, pretendidos dueños de la palabra final en cualquier interlocución con los autores de las estrategias políticas que se traten de llevar a cabo, no lo hacen sólo por poseer la acumulación de poder que detentan, sino también por la ineficacia de quienes, al tener que enfrentarlos, evalúan más las aparentes imposibilidades de “torcerles el brazo”, que las capacidades devenidas de los valores representados.

Las convicciones que dan origen a un gobierno popular, provienen del esfuerzo de millones de esperanzas frustradas, se han generado sobre un mar de sangre derramada por decenas de miles de compatriotas, ha visto la luz desde el hambre y la miseria de los sectores postergados de la sociedad para saciar la voracidad de los engreídos dueños de las vidas ajenas que se apoderaron de nuestra historia y nuestras vidas.

El aparato jucicial, la presa más valiosa del Poder Real, se ha constituído bajo los preceptos más oscuros de la dominación social. Desde sus orígenes, ha trabajado con el mismo sentido aristocrático que le dio su impronta desprovista de una visión totalizadora de la sociedad a la que debiera servir, pero de la que, en realidad, se sirve. Es ese Poder Judicial el que ha logrado, durante toda su nefasta historia, generar las bases inmodificables de una estructura anquilosada, incapaz de la adaptación a cualquier otra necesidad que la de sus integrantes y la oligarquía de la que forman parte (o a la que se subordinan con placer).

Freno permanente de cuanta iniciativa genere un gobierno popular, derivada de esas estrategias que los poderosos no quieren que se cumplan, son la pared monumental contra la que se choca en el camino de la redención de los marginados, de los que resultan invisibles para esos jueces y fiscales dedicados a proteger a sus “socios” en el sucio manejo de sus finanzas. No hay plan que pueda concretarse sin la venia de esos propietarios de “la justicia”, entelequia inalcanzable mientras semejantes paquidermos sean quienes decidan en los estrados de la indignidad.

El temor a semejante poder, no es ilógico. Pero en política no puede ser la base de la acción, porque derivaría en el estancamiento eterno y el fracaso anticipado de todo tipo de medida que se derive de las estrategias establecidas. Fácil decirlo, pero muy difícil de lograrlo. Sobre todo, si el respaldo popular que le haya dado inicio al gobierno en cuestión, no se corresponde con el imprescindible protagonismo de esos destinatarios de todos los planes trazados e impedidos por la fuerza de quienes se resistirán, por las buenas o por las malas, a semejantes intenciones reparadoras de la historia.

Las tácticas que demoran las tomas de decisiones, suelen traer fracasos anticipados. O, al menos, producir desvíos de los planes iniciales, con resultados frustrantes para la mayoría de los ilusionados en llegar, por fin, a convertirse en seres humanos. El tiempo, para quienes padecen la pobreza y la miseria, no existe. Es sólo una manera de denominar el camino hacia una sobrevida oscura, donde la felicidad es una alegoría de sueños imposibles. Es allí cuando el coraje debe establecer el punto donde ya no se doble la estrategia establecida, donde quien se pretenda líder de una gesta liberadora, se plante frente a los “jurídicos” devaneos de una raza de energúmenos que no cejarán en sus intentos de destruir cualquier experiencia que pudiese derivar en el cambio real de sus estructuras de poder.

Con todo en contra, con la mafia mediática al rojo vivo, con las dictámenes difamatorios de leguleyos impresentables y con una embajada dictando tácticas para sus “delegados” nacionales, aún así el camino de la liberación y la justicia social deberá ser recorrido. Aún así las estrategias deberán ser cumplidas a rajatabla y los planes no podrán ser alterados. Va la sobrevivencia de la Nación en ello. Va la vida de millones de simples ciudadanos que hace demasiado tiempo que aceptan el dolor como única alternativa. Contra la fuerza de sus “maleficios”, la potestad de la incontenible voluntad popular deberá, ahora mismo, hacer tronar el escarmiento. El definitivo.

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