domingo, 11 de septiembre de 2016

HAY QUE MATAR A LA YEGUA

Imagen Nuestras Voces
Por Fernando Gabriel Riera*

El presidente da tres o  cuatro entrevistas  personales, de a una, todas en Olivos, a Lanata, a Fantino, a canal 7 de Mendoza. Macri da reportajes a periodistas que preguntan delicadamente, con cuidado, y que actúan a interpelar con inteligencia cómplice a un hombre que se falta el respeto a sí mismo. La representación hace agua e invita al espectador a retirarse, a irse con bronca y rabia por haber asistido a una obra sin ensayo. Indudablemente repasaron tres o cuatro líneas o ideas porque se repiten. Las respuestas no sólo tienen la misma matriz, la misma estructura simple y letal, sino que las palabras son las mismas una tras otra.
La metáfora de la caída en picada del avión sin instrumental es leitmotiv, el caballito de batalla, la carta fuerte de esta serie de reportajes reiterativos y aburridos para cualquier público despierto, despabilado o somnoliento o aletargado o desinteresado. Es fuerte y violento asimilar que el primer mandatario de nuestra Nación repite frases simples trabándose porque pretende simular novedad, inteligencia y espontaneidad.

Indudablemente la construcción bien pensada y bien macabra de un relato que nos viene a contar que el gobierno anterior aparte de varios pares de millones que se robaron y se llevaron en bolsos, se robaron también la energía y la enterraron en malas políticas energéticas: mentiras. Relato macabro que nos mantiene, a gran parte de la población, quietos, al resguardo de nuestros pulóveres, bufandas, tres medias por pie, dos guantes por mano y un par de colchas para estar a las 7 de la tarde en casa tomando mate cocido porque hace frío, mucho.

Entonces no tomamos medidas de fuerzas ¿por qué? entre otras cosas creo, porque la ingeniería de colonización cerebral caló profundo, bien enhuellada en el callo hipotalámico dónde quedan grabadas marcas difíciles de revertir. Entonces: ¿cómo protestar? ¿Cómo salir a la calle y exigir que cambien sus decisiones político-económicas si la culpa de esta pobreza desmesurada material y espiritual es de quienes ya se fueron y nos dejaron un país en llamas?

Según la estrategia del gobierno actual si tenemos que protestar o alzar la voz por alguna causa es para que se profundice la injusticia social, la diferencia, para que la conchuda vaya presa sin pruebas. Nos armaron discursivamente un relato psicosocial violento de tal magnitud que estamos a punto de ofrecernos como sicarios para ir a Santa Cruz y clavarle un pingüino a la yegua resentida que mejor no nombrar.

Tan hipócrita y falaz es la estrategia que tienen la valentía para sostener públicamente, y como si fuera una concesión (un favor desmerecido pero que nos lo hacen igual) que ya no hay que culpar al gobierno anterior, que hay que dejar de lado la pesada herencia. Es momento de empezar a hacer sobre las ruinas, construir sobre la devastación, generar empleo a fuerza de dejar en la calle a 160.000 trabajadores, caminar hacia la pobreza cero con casi 5.000.000 de personas que pasaron a ser esa detestable palabra que perfora el buen sentido y destruye la posibilidad de la igualdad: pobres.

Estoy y creo que muchos de nosotros estamos bien calientes. Porque sus argumentos no nos convencen, porque intuimos que nos están engrupiendo, que nos cantaron falta envido con veintidós, que los que perdemos con las medidas que toma el peor equipo de gobierno de nuestra historia somos el grueso de la población argentina. Mientras que los que ganan mucho, el 1 por ciento de la economía nacional, es decir, muy pocos, ganan concentradamente.

Y mientras la biyuya se fuga, hay cortes de luz en todo el país. Hoy 75.000. Nadie lo cuenta, las redes silencian o hablan de Macri-Tinelli. Nosotros, el grueso de la población, nos tenemos que esforzar, y si se nos ocurre protestar, esos elementos del discurso que habíamos casi olvidado y que Bullrich, ansiosa, volvió a instituir en nuestra cotidianeidad: las boinas, las botas, los bastones y las balas pasan de la palabra, del discurso, a la piel. Son las llagas legales de la represión estatal.

En este nuevo relato no importa si tenés 2, 3 ó 4 hijos y pudiste (semi-desempleado, o sin laburo, o precarizado por debajo de la inflación) comprar algún litro de leche o algún kilo de carne. No les importa nuestro morfi (nuestro caro alimento) pudriéndose en la heladera. Es más importante para Macri & Co. convencernos que si no pagamos su corrupto y caprichoso tarifazo,  no tenemos energía.

Hace dos semanas  que en algunos barrios de Derqui cortan la luz a eso de las 19 hs. y vuelve ya muy de madrugada. Hay barrios de Derqui que le cortaron la luz hace muchos días y no volvió. En Derqui, no sólo en Pilar  (no es algo que me enorgullezca como derquino) hay mucho country o barrio privé. Lo llamativo es que en esos selectos ombligos del mundo la leche, la falda parrillera, mmmm, bueh, el yogurt, la manteca, el pollo y las verduras se mantienen fresquito y freezados porque paradójicamente en esos barrios no se corta la luz. Será una cuestión de fase o de clase,

No sé, pero pasás por ahí cuando en tu casa escribís sobre papel con una vela y están al resguardo de reflectores potentes y paredes electrificadas para que ni los mirés (lo raro es que más serio o menos serio, análisis profundo o liviano a cualquier lectura que señale estas injusticias se las tilda fácilmente y con gran pregnancia social de resentidas. Venga, hoy soy un resentido social, o un resentido energético).

Entonces sí. Da para calentarse, da para gritar como loco, como acabo de hacerlo para vergüenza de mi hija y para enojo de mi compañera, en la calle, sólo, con lluvia y a oscuras, un rato aunque sea, para sacarse un poco de rabia y ver si algún vecino sale de la oscura frialdad de su casa y me tira un “che, loco del orto, ¿prendemos unas maderas, o gomas para darnos calor y de paso cortamos la calle?”. Porque si no grito, la estafa pasa de repugnante a vomitiva.

Lo raro no es que no salga ningún vecino a tirarme un fósforo para arrancar el fuego o un piedrazo para romperme la cabeza, lo raro es cruzarse con compañeros, con amigos, con algo parecido a un  camarada, esos con los que hacés codo a codo tu día y el día de ellos, macrista o antimacrita, peronistas o ateos, revolucionarios o anarquistas y que me pidan calma, mesura o comprensión, no sea que se nos ofenda la Virgencita de Caacupé. Escucho decir  que estoy muy caliente y que así, con violencia, o pensando en un viejo concepto: vanguardia, no vamos a llegar a nada.

Entonces ya está, ya nos convencieron con su violencia legitimada por ese discurso falaz de que ni siquiera podemos calentarnos, porque hay que ahorrar energía: “la rabia que tenés transformala en algo positivo porque ellos hacen esto porque son boludos, están aprendiendo”. No. Son violentos, conscientes y nos creen parias de un dejo de voluntad que se va amasando para demostrarnos que sí debemos entenderles, escucharlos y refutarles con la mayor consistencia posible su atropello devastador de dignidades y derechos.

Mientras escribo con una velita porque me olvidé de comprar grandes rancheras, no me siento ni romántico ni medieval, siento bronca y más bronca porque no les creo nada, no les creí desde principio, igual que vos y vos y vos, porque somos un montón para arrancar el fuego de nuestro corazón y el de la calle, el que corta flujos y le avisa al vecino que los que hoy nos gobiernan no son ni ingenuos, ni estúpidos, ni bobos, ni Macris, ni inocentes, ni están aprendiendo.

Son perversamente violentos, genuinamente voraces y ambiciosos. Están bien asesorados y preparados para arruinarnos la calma, quebrar la organización popular con protocolos antiderechos, desgastar nuestra solidaridad para convertirnos en individuos temerosos, egoístas, indiferente, sociofóbicos, inactivos y para mantenernos encerrados en nuestras casas sin capacidad de reacción, obedientes y mansos.

Quienes me quieren me recomiendan que no grite, que no me enoje, que no hable, que no diga, que no comparta, que cuidado. Quienes construyen conmigo me recomiendan estrategias de calma y quietud. ¿…?

Es increíble que tres o cuatro reportajes con el mismo e idéntico contenido y un corte de luz provoque tanto malestar en mi cultura. Es increíble ver a nuestro presidente ante cuatro periodistas diferentes que le hacen veinte preguntas diferentes cada uno y escucharle repetir las mismas infantilidades y encima, después ver a cinco ó seis periodistas entrevistar a Cristina Fernández y escuchar que para 6 preguntas tiene explicaciones como para publicar un libro serio, académico y recomendable hasta para politólogos de la nueva escuela francesa de dinámica social emergente en países subdesarrollados, si existiera tal escuela. Es increíble gozar (de la misma manera que Caras se imaginó a Cristina gozar) con un discurso de la ex presidenta sin tenerle ningún afecto especial, y encima, empezar a extrañarla.

Es increible que de ese combo salgan dos o tres páginas mal escritas. Pero acá están. Ahora, camarada ¿en dónde estás vos para asirte de mi rabia y asirme de la tuya y convertirla en calle, en lucha y en Victoria? Porque ya no aguanto más. Y si vos aguantás decime como hacés, aunque sea para colaborar con mi salud mental.

*Publicado en Nuestras Voces

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