Por Leonardo Moledo*
Cada  vez que se produce un accidente natural de proporciones, explosiones  terremotos, tsunamis, en el caso de Japón acompañados de accidentes en  una central nuclear, es natural que el susto recorra al mundo como un  jinete del Apocalipsis. Es perfectamente natural, aun en los lugares  donde no hay peligro, porque se acentúa la percepción del riesgo, muchas  veces sin motivo, y muchas veces cuando el riesgo es realmente mínimo.  La pregunta, consciente o inconsciente es: ¿esto podría suceder aquí?
Pero la percepción del riesgo, que no es por cierto un fenómeno  natural, no está siempre relacionado con el riesgo real, o también,  ocurre, que la gente suele convivir con el riesgo, como cualquier  sanjuanino lo sabe. En un año, o dos, o tres, las costas de Japón  volverán a estar pobladas, con los pobladores conscientes de lo que  puede pasar; San Francisco está construida sobre la falla de San Andrés  (y no olvidemos que en 1905 hubo un terremoto pavoroso que prácticamente  arrasó la ciudad), y Lisboa sufrió uno de los peores terremotos de la  historia (que Voltaire usó literariamente en Cándido para atacar a  Leibniz y su teoría del mejor de los mundos posibles).
Las centrales argentinas, Atucha I (350 megawatts) y Embalse (600  Mw), proveen buena parte del sistema eléctrico del país y tienen  circuitos de seguridad dobles o triples, que inician la parada del  reactor ante el más mínimo peligro. El problema en Japón no fue la  tierra, sino el agua, que dejó sin combustible los sistemas diésel de  enfriamiento; el problema en Three Miles Island, en los Estados Unidos  (donde se fundió un tercio del núcleo del reactor y, a pesar de eso, no  hubo ninguna víctima), sin embargo, no surgió de ningún desastre  natural, sino que fue una sucesión de errores humanos; lo mismo ocurrió  en Chernobyl, donde el operador desconectó los sistemas de seguridad que  estaban deteniendo el reactor, hasta que ya fue tarde.
Pero el problema es la percepción del riesgo, que siempre se guía  por los casos extremos y no por la media: los muertos no se debieron a  la radiación, por cierto, sino al agua; las medidas de evacuación por la  radiación se tomaron, razonablemente, por las dudas, y no hay que  olvidar que estamos sujetos todos a la radiactividad que viene del  espacio montada en los rayos cósmicos. Las dosis de radiación que  recibieron los habitantes fueron comparables a la que recibe el piloto  de un avión en vuelo, que debido a la altura está más expuesto a los  rayos cósmicos.
No hay que tomar esta nota como un manifiesto a la despreocupación, sino como un alerta.
Lo que deja como enseñanza lo ocurrido en Japón no es que la  generación de energía mediante centrales nucleares sea intrínsecamente  peligrosa, sino que nunca se reforzarán bastante los sistemas de  seguridad (ni en las centrales nucleares ni en ningún lugar). Y tal vez,  solo tal vez, que el “riesgo cero no existe” (pensemos en los  automóviles, en los accidentes ferroviarios o aéreos), que la vida sobre  la Tierra está llena de riesgos y que, mal o bien, tenemos que convivir  con ellos.
*Publicado en Página12
 

 
 
 












 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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