lunes, 22 de noviembre de 2010

LA AGUJEREADA CAPITAL DE PALESTINA

Por Carmen Rengel*

Jerusalén sería la capital de dos Estados, Israel y Palestina, en el caso de que las negociaciones avanzaran finalmente. Aún no se sabe cómo se hará el reparto, porque existen no menos de nueve propuestas para el municipio y otras 17 para la Ciudad Vieja, pero tras los posicionamientos políticos, y más allá de la fe y el simbolismo, está la realidad diaria de media ciudad ocupada, Jerusalén Este, donde 200.000 palestinos aguardan una salida mientras ven crecer los asentamientos judíos en su misma calle. Lo que sigue es un paseo por la empobrecida, cercada y agujereada capital de la futura Palestina.

Viernes. 9.30 horas. Ehud Uziel, coordinador de talleres de la Asociación por los Derechos Civiles en Israel (ACRI), recoge en el parque Liberty Bell de Jerusalén a un grupo de estudiantes, periodistas, turistas... Es su rutina semanal, el tour organizado por la ONG Ir-Amim, con el que busca enseñar a israelíes y visitantes la realidad de la ocupación del vecino. Arranca el autobús con destino a Gilo, un barrio al sur de Jerusalén considerado ilegal por la comunidad internacional. Micrófono en mano, Ehud explica que Israel tiene 12 colonias dentro de Jerusalén Este, levantadas tras su victoria en la Guerra de los Seis Días. Allí viven 185.000 personas. A los palestinos de las 28 poblaciones árabes anexionadas entonces se les dio un permiso de estancia: la nacionalidad la rechazaron por venir de las instituciones del invasor. Esa ciudadanía de segunda les obliga a permanecer siempre en Jerusalén, sin moverse. De lo contrario, pierden su estatus. Se ven obligados a pasar por hasta 13 controles que rodean sus barrios. Jerosolimitanos, sí, pero de otra división.

Según datos de la UNRWA, el término municipal de la ciudad era de 39 kilómetros cuadrados en 1967, pero con la anexión sumó 70 más. Esto es, dos tercios de la actual Jerusalén son antiguo suelo árabe. El miedo a ceder semejante bocado al contrario es lo que lleva al Gobierno de Tel Aviv a negar sistemáticamente que todo Jerusalén Este vaya a ser para Palestina, y a apoyar la dinámica de colonias dentro de la capital. El guía explica dato tras dato con Gilo a sus espaldas. El mayor asentamiento judío en la ciudad, 45.000 personas que disfrutaron de ayudas fiscales, hipotecas baratas y servicios sociales acabados aún antes que las casas. Reclamos para ocupar un suelo “sin dueño”. A 200 metros se haya Beit Jala, población cisjordana, cortada por las infraestructuras israelíes, y más al oeste, Belén. Frente a los bloques nuevos y los parques y los buenos colegios, las casas humildes, la mezquita, el muro. Sostiene Israel que, aunque no coincide el trazado de esta valla de hormigón y alambre con la frontera de la Línea Verde -que es la que la ONU maneja para separar las dos capitales-, no la ha levantado con un afán expansionista, sino “con un interés defensivo”. Así lo ha defendido hasta la Corte Suprema. La pregunta que se hacen los palestinos es: ¿cederá Israel el suelo que ha ocupado con su muro? ¿Dará un paso atrás en el bocado a la tierra? Un ejemplo, a diez metros: un campo de olivares al pie de la carretera de Gilo, muerto, con la aceituna tirada por el suelo. Era de campesinos de Belén a los que no se les permite pasar a su campo para trabajar. Sólo se hacen excepciones, y menores, en tiempos de campaña, como el que ahora transcurre. Pero si el campo no se cuida, no se riega, no se trata con fertilizante, no se quitan las malas hierbas... Si no se puede trabajar en todo el año, poca cosecha se sacará en octubre. Por eso los palestinos ya se han cansado y ni pasan a la que sigue siendo su propiedad. “Y si los dejan pasar, es a pie, sin coche. A ver cómo se recoge aceituna así”, lamenta Ehud. Israel expropió el 30% de la tierra de Jerusalén tras el 67 para “judaizarla”.

A dos kilómetros y medio se levanta Har Homa, el barrio residencial más nuevo de Jerusalén (autorizado en 1992). Bloques altos, cristal, piedra blanca, rotondas con flores. 27.500 habitantes se han ido allí en cinco años, a esa colina que sigue creciendo, finalizada ya la moratoria para ampliar las colonias aprobada hace un año por Israel. Colonia, sí, porque Har Homa lo es, una loma construida a medio camino entre barrios palestinos como Sur Bahir (con cientos de años de historia) y Belén. Podía haberse levantado junto a Gilo, en explanadas legítimamente israelíes, pero ahora sirve de tapón a cualquier vía de comunicación rápida entre Cisjordania y su posible capital. También en este caso se han dado ayudas para el traslado. Eso y la crisis han llenado los bloques rápido. La policía patrulla constantemente y otra unidad vigila el acceso. Nada que temer. La vida es cómoda en este barrio de cuento.

La carretera, de pronto, se queda sin arcén, se llena de piedras, adelgaza a carril y medio, no tiene señales, ni macetas. Zona pura palestina. Sur Bahir. Nadie ha hecho nuevas carreteras aquí desde 1967. Es un signo más del olvido de esta población que, siendo una cuarta parte del censo jerosolimitano, no recibe más que el 10,8% de la inversión, según datos del concejal Meir Margalit. El Ayuntamiento se justifica, entre otras cosas, alegando que la población palestina se implica poco en el devenir de sus días, porque sólo va a votar un 15% en las elecciones municipales, las únicas en las que pueden hacerlo. “Claro, entienden que es una institución que no les representa”, insiste Uziel. Mientras, sigue el paseo a través del muro de cristal entre dos mundos: ya no hay aceras, ni se recoge la basura a diario, ni hay bonitas cafeterías.

Además de olvido y abandono, hay muchos niños en la calle. Muchos no van a clase ni entre semana. Entre 6.000 y 8.000, reconoce la ONU. Y no van porque las escuelas públicas están llenas y no tienen dinero para pagar una privada, donde estudia el 58% del alumnado palestino de Jerusalén. Sin las ayudas internacionales o la filantropía de algunas comunidades religiosas sería imposible llegar a esa cifra. Apenas 40.000 niños acuden a escuelas municipales. Un informe elaborado por la Knesset, el parlamento de Israel, reveló hace cinco años que faltaban mil aulas para solucionar el hacinamiento y la escolarización de los menores, un derecho básico de la Declaración Universal. Se propuso la construcción urgente de 230. El Ejecutivo levantó 13 aulas. “Desde 2005 el proceso de ha acelerado y se están levantando cien más, pero aún la cifra es claramente insuficiente”, constata el coordinador de la ACRI.

Tras pasar un recodo del camino, una hondonada da la bienvenida al barrio de Jabal Mukaba, donde el 90% de las casas carece de correctas canalizaciones de agua y alcantarillado. Una cifra similar a la de hogares con fallos de corriente eléctrica. De hecho, el 67% de la población de Jerusalén Este se encuentra por debajo del umbral de la pobreza, según el Instituto Nacional de Seguridad Social. Pero antes hay una sorpresa, un cartel, “Nof Zion”, la vista de Sión. La última explanada que separa lujo del barrio de Talpiot del abandono palestino, junto a un mirador turístico desde el que se domina toda la ciudad, ha sido colonizada por una urbanización primorosa. Elegante, hermosa, limpia, con un parque infantil en la esquina. Comprada por judíos norteamericanos que sólo van en vacaciones. Otra china en el zapato. Más piedras que rompen la continuidad del territorio, de la población, que restan fuerza a esa unidad, que complican una futura partición. Lo lógico es que estos barrios, al final, no se contemplen en la partición y se haga un canje de tierra en otro lugar, periférico, pero todo está en el aire, y una casa más es un obstáculo más. Ir-Amim denuncia que no sólo se trata de una “provocación”, sino que el caso de Nof Zion es paradigmático porque a los palestinos que piden permisos de construcción en la zona se les niegan, mientras los judíos lo tienen de inmediato. ¿Qué hacen entonces los árabes? Tres opciones: o viven apilados (el hacinamiento provoca enfermedades, suciedad, problemas para discapacitados), o edifican sin permiso (la multa puede ser de 30 veces el sueldo medio palestino) o deciden marcharse aunque pierdan su condición de ciudadano (15.000 lo han preferido en la última década).

Cuando la respuesta es la protesta, llegan los problemas. El caso más reciente es el de Silwan, donde el 22 de septiembre un palestino murió por el disparo de un vigilante de seguridad israelí. La víctima se manifestaba porque Israel había encerrado en el barrio a los vecinos para garantizar la calma en sus fiestas del Sukkot. El atacante iba camino de la casa judía que debía proteger durante la noche, en la misma barriada palestina. Encuentro. Choque. Disparo. Muerte. Ahí está la sucesión de los hechos. Ese vigilante trabajaba con una de las cien familias que, poco a poco, han ido comprando suelo en una zona barata y no lejana al Muro de las Lamentaciones. La seguridad de sus casas está pagada por el Ministerio de Vivienda de Israel, en manos del Shas (socio clave para Benjamin Netanyahu, ultraortodoxo de origen sefardita). La protección de 2.000 personas en el corazón de Jerusalén Este cuesta 38 millones de shekels al año [7,5 millones de euros], según datos del Gobierno. En 2008 se aprobó una partida extra de 15 millones más [2,9 millones de euros] para nuevos colonos de Abu Dis y Joshen.

En la zona se ha ordenado la demolición de 88 casas de palestinos porque en su suelo existen restos arqueológicos “de gran valor” y la zona quiere declararse parque natural. A la vera siguen levantándose nuevas casas de judíos, que nada más poner los cimientos ya engalanan con banderas y estrellas los andamios y la hormigonera. “Lo que desean es dar continuidad a un complejo histórico clave en el imaginario judío, la Ciudad de David, a pocos metros. Si lo logran será imposible cortar por Silwan para hacer dos ciudades”, insiste Uziel. Hace 11 años, el entonces presidente de EEUU, Bill Clinton, logró parar la demolición de tres casas palestinas. Simbólico, pero importante. Hoy desde la Casa Blanca y la UE se reprocha a Israel que prosiga con las colonias (se acaban de anunciar 1.300 casas más en Jerusalén Este) pero la condena no tiene mucho efecto.

Parte de esas nuevas viviendas estarán en Abu Dis, un pueblo cortado por el muro de separación (163 de los 700 kilómetros de valla cruzan Jerusalén). Con él se ha bloqueado la carretera que unía la capital con Jericó. Hay familias que tienen que salir del barrio, conducir cuatro kilómetros hasta el check-point de Ma'ale Adumim (una colonia israelí), conseguir pasar y conducir en paralelo junto al muro. Así están en lo que hace cinco años era su calle vecina, en paralelo a su propia vivienda al otro lado. Así se han separado familias enteras, novios, amigos. En el muro, un soñador escribe: “Friends can not be divided”. Mientras se colocaban las piedras, 450 civiles morían en la zona por ataques de Israel en la Segunda Intifada. Por eso hay quien dice que Abu Dis es la verdadera capital de Palestina. Y eso que, al menos, la asistencia sanitaria no tiene tantas trabas para los palestinos de Jerusalén Este, que sí tienen el mismo tratamiento que cualquier otro residente y puede usar cualquier ambulatorio u hospital, aunque se han dado casos puntuales de discriminación. En el Monte de los Olivos hay dos centros esenciales, el Al Makassed y el Augusta Victoria, activos desde el siglo XIX, atestados porque asisten también a palestinos de Cisjordania.

Camino del Monte Sión un mirador muestra las puertas del desierto de Judea y de la llamada zona E1, 12 kilómetros cuadrados donde está prohibido construir, un suelo que vigila directamente EEUU. Israel lo reivindica para hacer crecer su colonia de Ma'ale Adumim y Palestina, para su población de Az Za'ayyem, pero levantar un único ladrillo más haría “inviable” una partición racional. Israel, de momento, la ha rodeado con el muro hasta 64 kilómetros más allá de su asentamiento, en el desierto, en Cisjordania. Es un lugar intocable. O lo era: entre 2005 y 2008 se ha levantado una comisaría de policía. Dice el Gobierno israelí que ninguno de sus ministerios la encargó. Misterio. Los impulsores del edificio fueron un grupo de judíos bujaríes, provenientes de Asia Central, que quisieron poner su pica en Flandes. Nadie paró los camiones que iban entrando. ¿Se dará uso a esa comisaría? Israel guarda silencio. Lo que se sabe es que ese espacio desértico tiene ya caminos, luz y agua. Israel ha llegado a hablar de un proyecto con 3.500 casas en la E1. EEUU y la UE han frenado en seco el intento.

Pero la lista de rocambolescas historias sobre el muro, la soberanía y los derechos entre unos y otros en Jerusalén no tiene fin: en la Colonia Americana, a metros del centro, judíos haredíes han echado a tres familias palestinas porque quieren “unificar” el barrio. Otras 90 tienen orden de irse. Y en barriadas como Shu'afat se han dejado tres manzanas de bloques fuera del muro, en Cisjordania, aunque son término municipal de Jerusalén. En entre ellas hay un campo de refugiados que Israel no tiene interés en financiar. Los habitantes de Shu'afat, Kafr Aqab, Semiramis o Wallajeh deben pasar tres controles de ida y tres de vuelta para ir a trabajar a su propia ciudad.

El cerco no cesa porque se calcula que con el crecimiento demográfico en 2020 los palestinos serán el 40% de la población de Jerusalén. Y eso pone en “riesgo” la esencia judía del país (palabra del ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, del nacionalista Yisrael Beitenu). Un grupo de 20 rabinos ha pedido que no se le alquile un piso a un árabe y el Ayuntamiento de Jerusalén, por ejemplo, va a pedir la ciudadanía a quien quiera ser guía turístico, lo que deja fuera a los “residentes” palestinos. Un oficio menos en el que prosperar, cuando el paro supera el 15%, nueve puntos por encima de la media en Israel. Esa es la Jerusalén dorada de la que la ANP deberá ocuparse. El cuándo, está por ver.

Mapa de Jerusalén, con los asentamientos y el trazado del muro, elaborado por la ONG Ir-Amim.

*Publicado en Telesurtv.net

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