Por Roberto Marra
La CGT elige sus autoridades. En realidad, los dirigentes de las entidades adheridas lo hacen. En otra realidad, siempre. Sus discursos se llenan de la palabra “trabajadores”, pero no es a ellos que dirigen sus miradas estos supuestos defensores de los intereses de los afiliados a sus gremios. Buscan y encuentran, entre ellos mismos, esa mentada “renovación”, una patraña exhibida hacia afuera de la institución, para el juego politiquero y las portadas de los medios. Las “transas” al rojo vivo, los cambios de figuritas sin modificar sus entrañas retardatarias de avance alguno para sus representados sin representación real. Invitados permanentes de los poderosos para que sirvan de muro de contención de las demandas laborales, colaboradores ciegos de las codicias empresariales, embaucadores dañinos de las conciencias de los laburantes, esos mismos que terminan siendo quienes pagan por las ambiciones de sus falsos defensores. La trampa del sindicalismo no es su necesidad, sino su avasallamiento por parte de un grupo de profetas del olvido de sus misiones originales. La maldad de no hacer lo que les corresponde, es directamente proporcional al aumento de sus fortunas personales, obscena manera de hundir la historia de las luchas obreras en el pozo de la mentira que el Poder requiere para desaparecerlas para siempre. El gatopardismo se renueva, para desvanecer los derechos en la noche de la traición.





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