sábado, 2 de noviembre de 2024

LA HORA DE LA INTELIGENCIA

Por Roberto Marra

La palabra inteligencia, de acuerdo al diccionario de la RAE, tiene dos acepciones. La primera refiere a la facultad de adquirir conocimientos, de analizarlos y de comprenderlos. La forma complementaria de entenderla, es considerarla como la capacidad de resolver problemas, la habilidad para superar dificultades, en base a destrezas adquiridas por la experiencia. En todo caso, cuando se habla de inteligencia se entiende la existencia de pensamiento, de imaginación, de comprensión de la realidad e incluso de la irrealidad, con la razón como vía para llegar a juicios lo más certeros posibles para activar su continuidad o modificación, para llegar a acuerdos, para generar armonía y unión.

Resulta interesante advertir que los antónimos de inteligencia son, por un lado, torpeza o incultura; y por otro, desacuerdo o desavenencia. Nada más adecuado al actual proceso de desavenencias intra-peronistas, donde la realidad fue soslayada en nombre de marcar preeminencias, aun a costa del riesgo de disolución o estallido de semejante estructura doctrinaria.

Y no es que se trate de personas falta de preparación intelectual, de conocimientos o de capacidades cognitivas. Por el contrario, resultan ser dirigentes respetados justamente por esos valores, pero que, en las actuales circunstancias, parecen haber dejado de lado para exhibir intransigencias incoherentes con sus trayectorias. No es cuestión de si tienen o no “razón” en sus posiciones, sino discernir si los manejos exhibidos para demostrarlo conducen a estadíos superiores o hunden en batallas estériles a sectores que son, lo quieran admitir o no, parte de un todo heterogéneo pero con sustancia común.

Pero, aún con semejante desvarío desgarrador de unidades dirigenciales imprescindibles, hay algo que supera tantas verborragias y actitudes beligerantes. Es la falta de protagonismo del principal actor en esta contienda que la realidad nacional muestra con pasmosa y cruel evidencia: el pueblo. No hay, por parte de la mayoría de la autoproclamada “dirigencia”, llamados a una auténtica participación popular, donde la palabra del pueblo sea la determinante para las convergencias necesarias para comenzar a dar vuelta la horrorosa página de la historia que padecemos.

La reconstrucción de la estructura partidaria que está en danza por estos días, no ha partido de la puesta en marcha de mecanismos que hagan florecer aquellos focos de participación popular que supieron denominarse “unidades básicas”. Sólo se trata de entendimientos entre dirigentes (o supuestos dirigentes, porque no han revalidado su condición de tales con sus supuestos dirigidos). Y hasta puede que resulten buenas personas, con buenas intenciones y honestas propuestas, pero seguirán siendo voluntades personales sin la savia renovadora de la ciudadanía que sostiene la doctrina y la ideología que aquellos dicen representar.

No hay tiempo”, advierten algunos. Con lo cual se posterga, por enésima vez, el protagonismo popular real. “Nos empujan las circunstancias”, “no conviene desgastarse en elaboraciones internas”, u otras exhortaciones similares, serán la base para el esquive de la necesaria renovación. Una regeneración que demanda la historia, un rejuvenecimiento que posibilite devolver la fuerza incontenible de una estructura movimientista despejada de soberbias, pero repleta de comprensiones derivadas de la experiencia que obliga a renovar sin dejar nunca de lado los fundamentos de la Doctrina.

Para lo único que no hay tiempo, es para el hambre de los convidados de piedra al festín de la opulencia neoliberal. A lo único que nos empujan las circunstancias, es a terminar con las imbecilidades del egocentrismo, a distinguir a los verdaderos enemigos, a emprender el camino virtuoso de la reconstrucción del que fuera el factor originario de un desarrollo que se tiró a la basura de la traición a los ideales o al abandono de las utopías esperanzadoras de futuros repletos de luchas victoriosas. El único desgaste que no podemos permitirnos, es el de limar las fuerzas de quienes vienen demostrando capacidad y coherencia.

La única verdad saldrá de la unidad de los y las mejores, con la imprescindible exclusión de los conversos ejecutores de mil traiciones. Y siempre con la Patria como esencia de nuestras inteligencias puestas al servicio de una historia que estamos obligados a re-escribir cada día, con la permanente participación de un Pueblo que necesita ser el vital protagonista de su destino.

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