Generar “sentidos comunes” a través de “relatos” armados por especialistas, es la esencia del modo de comunicación predominante, el que desarrollan las grandes cadenas de medios y agencias de noticias, en el Mundo, y también en cada uno de los países. La reproducción infinita de esas narrativas inventadas para cada ocasión, construye pensamientos mayoritariamente aceptados como verdades absolutas, negando cualquier posibilidad de duda frente a ellas por parte de la población.
La obnubilación mediática logra tal profundidad en la capacidad cognitiva de las personas, gracias a una previa construcción de sentidos desligados de la realidad histórica, geográfica y política generada en el ámbito escolar, desde el inicial hasta el universitario. El desconocimiento tapado con supuestos, con hechos tergiversados, con posicionamientos ideológicos impuestos como dogmas, forman parte de esa argamasa de incertidumbres traducidas como certezas, que terminan convertidas en una “religión” del saber, absolutamente desprovisto de verdad comprobable, pero recónditamente arraigada en los individuos.
Con ese “cóctel” de aprendizaje y repetición, la sociedad se conforma, mayoritariamente, con sujetos alejados hasta de sus propias experiencias, como entes que atraviesan la vida negándose a sí mismos como parte de un colectivo. Como loros, repetirán los “argumentos” fantasiosos que les impondrán desde las pantallas de televisores y celulares, contribuyendo con placer autodestructivo a incentivar todo aquello que el Poder Real necesita instalar para sus intereses de acumulación infinita de riquezas.
Nada de esto es nuevo ni desconocido por gran parte de quienes participan en las luchas políticas desde el lado popular. Pero, sin embargo, nunca ha sido atendido con la dedicación, el esmero y la profundidad que demanda semejante poderío destructivo de posibilidades de transformación real de la sociedad.
Con una especie de temor reverencial hacia los detentadores del poderío comunicacional, financiero y económico, los líderes de los movimientos políticos populares suelen disminuir sus críticas o apaciguar sus discursos, como prenda de paz con un Poder Real que nunca tendrá en cuenta semejantes “buenas predisposiciones”. Sus respuestas siempre serán, a la par, la hipocresía discursiva y el garrote enajenante de derechos, alejando una vez tras otra la posibilidad de cambiar la realidad fabricada por ellos mismos, y entregada como relato imbecilizador de consciencias a la sociedad amaestrada por los medios y sus redes.
La inocencia hay que dejarla para los recién venidos a la vida. La estupidez tiene que dejar de ser la constructora de sentidos populares. La cobardía no puede ser la base para el enfrentamiento con los poderosos. La disputa es, justamente, por el Poder, por todo el poder, aunque parezca o sea utópico pensarlo. Y el poder popular debe ser representado por conductores capaces de plantarse ante semejantes enemigos, con la valentía propia de quien está seguro de sus convicciones y de sus metas.
El resultado de tanto discurso contemplativo, de tanta cortedad de objetivos, de tanto postergamiento engañoso de necesidades en nombre de “unidades” con quienes serán los seguros traidores de esa pretendidad construcción de una nueva sociedad, no podrá sino ser el final trastocado y desilusionante que provoque el retorno, cada vez más virulento, de los poderosos de siempre. Como una interminable “rueda del infortunio”, sus regresos serán más y más destructivos, más y más anulantes de justicia, de soberanía y de independencia.
Es la entrega del sentido mismo de Nación que se juega en cada subdesarrollo sobrevenido por la falta de valor y patriotismo. Es la pertenencia a una historia que necesita ser traída nuevamente a la actualidad, darla al conocimiento, promoviendo su reconstrucción, renovando sus certezas para traducirlas al imaginario social de estos tiempos tergiversados. Es la verdad que demanda ser reconsiderada con la mirada de una doctrina que no murió, que está latente en los corazones que ansían ejecutarla nuevamente, con la pasión de quienes nunca pierden su rumbo con devaneos arribistas ni conjunciones con enemigos disfrazados de corderos. Es el pasado observado desde un presente que lo valore como base para una nueva era, donde las palabras recobren el sentido originario y los valores se transformen en consciencia invencible y colectiva, capaz de triunfar sobre el odio irracional promovido por los oscuros vendedores de “sentidos comunes”.
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