Por Roberto Marra
Las cadenas han sido, desde siempre, símbolo de sojuzgamiento, de represión, de contención a los díscolos de un sistema de dominación establecido. Rebeldes y revolucionarios, dirigentes sociales y políticos, militantes, obreros y estudiantes incorformistas, gremialistas defensores de sus compañeros trabajadores, militares consecuentes con sus mandatos constitucionales, hasta presidentes obscecados en responder a las demandas de su Pueblo con lealtad, todos fueron y son víctimas de la injusticia persecutoria del Poder encadenador que nunca pudo ser abatido del todo.
Pero existe otro tipo de “cadena”, la comunicacional, absolutamente opuesta en origen y destino a aquellas de la opresión y la tortura. Se trata de un método de expresión básico y elemental de cualquier gobierno, destinado a comunicar los actos que vaya produciendo o los anuncios de sus inminentes acciones, o los llamamientos al Pueblo al que debe su mandato. Es un sistema mediático que le permite a los gobernantes dar su visión de los sucesos y sus proyecciones, exponer sus principios y sus opiniones, permitir conocer de primera mano, en directo y sin intermediarios, los pensamientos sobre los temas más importantes que preocupen a la sociedad.
A pesar de la importancia que ha tenido y tendría su utilización, su uso ha ido perdiendo interés en los gobiernos. Se ha creado, de ex profeso, una satanización de ese modo de comunicar los actos de gobierno, infiriendo que su uso repetido y periódico, sólo representa un intento de hacer propaganda falsa de lo realizado. La estigmatización la producen los empresarios de los medios hegemónicos y sus socios politiqueros, ambiciosos de suplantar al gobierno de turno, siempre con la innoble intención de retroceder derechos y extinguir la endeble democracia en la que sobrevivimos.
Se comprende la búsqueda de anular tal medio de conexión de un gobernante popular con la ciudadanía, tratando de evitar la concientización mayoritaria sobre la realidad que ellos (los mentimedios) tergiversan a cada segundo. Lo inentendible, lo inaudito, es aceptar que un gobernante nacido al calor de las luchas populares, elevado al mayor rango constitucional y honor representativo de la Nación en nombre de la soberanía, la independencia y la justicia social, retroceda ante el Poder con tanta facilidad, le otorgue a los reaccionarios la ventaja de monopolizar la palabra y desatender la necesidad primordial de brindar su verdad en directo a toda la sociedad.
Conocer es la base para acompañar (o nó) las políticas implementadas. Saber los planes, sus objetivos y sus metas, los pasos subsiguientes a los ya dados y las prevenciones a las que se deberán atender, es prioritario para mantener la unidad entre gobierno y gobernados. Denunciar a los enemigos, los corruptos, los inútiles y los disfuncionales, es una tarea muy productiva para un Presidente, que le otorga el beneficio de la credibilidad y exalta los valores que le hayan hecho encaramarse al alto cargo detentado.
Por estos tiempos estamos ante una casi anomia comunicacional gubernamental. Prácticamente no han existido cadenas nacionales, salvo en escasísimas ocasiones, transformándolas al formato de esas “conferencias de prensa” donde sólo se profundiza la estigmatización desde los periodistas del Poder y se olvidan los requerimientos más obvios de la población sobre el auténtico conocimiento de la realidad. Se suma el modo particular de comunicar, con palabras temerosas de herir a los poderosos y plantear políticas audaces o medidas que afecten a tales mandamases económico-financieros.
Los grandes movimientos de masas, los cambios radicales en las sociedades, las modificaciones fundamentales de los conceptos paradigmáticos que aglutinan voluntades positivas, sólo pudieron triunfar por el uso masivo y repetido de los medios de comunicación en manos de los mismos protagonistas, encargados de despejar las dudas ciudadanas y acumular saberes elementales en la población para comprender el rumbo elegido y decidir su acompañamiento o nó.
Lejos estamos de esa premisa, cuando los efectores comunicacionales por excelencia del Estado Nacional, son ahora simples repetidores de las mismas taras que han convertido a los medios en productores y reproductores de una cultura de la ignorancia y la pauperización de las conciencias ciudadanas. La televisión y radio públicas, han degradado sus funciones, se han entregado a la simple condición de espacios “secundarios”, favoreciendo el mantenimiento del poder comunicacional del aparato mediático montado por el enemigo del Pueblo.
Volver a las cadenas, sería un paso trascendente en la dirección que dio origen al gobierno que abrió una pequeña luz de esperanza popular. Dejar de lado los pruritos y temores ante los estigmatizadores seriales de los multimedios, una manera clara de posicionarse frente al Poder Real. Utilizar las cadenas nacionales como método didáctico para establecer una relación productiva entre Pueblo y Gobierno, desataría las fuerzas adormiladas y abatidas de una ciudadanía bombardeada por miserias comunicacionales y planificadas maniobras destituyentes.
Sería una medida de las intenciones, un modo de reencuentro, un salto de calidad en la construcción del camino que, ahora mismo, aparenta haber sido olvidado en un oscuro recodo de la “no política”, donde los “acuerdos” cupulares han triunfado sobre los sueños populares.
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