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Roberto MarraImagen de "El Cronista"
El parasitismo es un tipo de simbiosis, una estrecha relación en la cual uno de los participantes, el parásito, depende del hospedante o anfitrión y obtiene algún beneficio. En la mayoría de los casos de parasitismo el hospedador percibe en algún momento un daño o perjuicio por parte del parásito. El parasitismo es un proceso por el cual una especie amplía su capacidad de supervivencia utilizando a otras especies para que cubran sus necesidades básicas y vitales, que no tienen por qué referirse necesariamente a cuestiones nutricionales. Los parásitos que viven dentro del organismo hospedador se llaman endoparásitos y aquellos que viven fuera reciben el nombre de ectoparásitos. Un parásito que mata al organismo donde se hospeda es llamado parasitoide. Algunos parásitos son parásitos sociales, obteniendo ventaja de interacciones con miembros de una especie social.Una vez que el proceso supone una ventaja apreciable para la especie parásita, queda establecido mediante selección natural y suele ser un proceso irreversible que desemboca a lo largo de las generaciones en profundas transformaciones.Como todo parásito sigue siendo un organismo, puede verse convertido a su vez en hospedador de una tercera especie. Al parásito que parasita a otro parásito se le suele denominar hiperparásito.
Estas definiciones de Wikipedia, nos permiten parangonar los comportamientos de esos pequeños e invisibles seres, a la vida social y económica de nuestra sociedad. Existen parásitos entre nosotros, sus hospedantes involuntarios, y recibimos daños o perjuicios evidentes por sus acciones. Utilizan a la parte más débil de la comunidad para generar más y más capacidad para su propia “supervivencia”, y está claro que no se trata de aspectos “nutricionales” para esos parásitos sociales.
Los “grandes empresarios”, los dueños de las mayores corporaciones económicas y financieras, forman parte de esa especie parasitaria que consume, lenta pero perniciosamente, nuestras vidas. Tal como aquellos presentes en cualquier organismo natural, obtienen sus ventajas (fabulosas) mediante la interacción con la especie predilecta para sus embustes economicistas: la clase trabajadora.
Igual que sus minúsculos “ancestros”, logran establecer una especie de selección natural, pero que poco y nada tiene de humana. Y tal como se da en nuestros organismos físicos, sus acciones pueden derivar en transformaciones irreversibles para la sociedad donde se enquistan. Tras tantas generaciones de acciones parasitarias, la sociedad y sus expresiones políticas han sido también intrusadas por estos “organismos” depredadores de lo justo, destructores de lo solidario, anuladores de lo racional.
Incluso, después de tantos años de persistente actividad parasitaria, han logrado insertarse en el movimiento político más popular de nuestro País, para terminar de anudar un proceso que pretenden irreversible de verdad, promoviendo decisiones incongruentes con sus postulados doctrinarios. Algunos dirigentes políticos de relevancia han preferido arrimarse al “calorcito” del poder casi omnímodo de esos abrevadores de esfuerzos ajenos, creyendo ver en ello una posibilidad de apaciguar sus daños sociales o generar una relación más “colaborativa” de tales personajes.
Y por allí van, participando y discurseando en esas clásicas reuniones anuales de “cámaras” y “asociaciones” de empresarios a los que no les interesa un ápice el País, y mucho menos sus habitantes. Todo se trata propiciar un tremendo esfuerzo cotidiano de quienes sí trabajan, para mantener a esa “raza” de productores de genocidios encubiertos por una pátina de lo que llaman “esfuerzos conjuntos”, eufemismo que encubre su verdadero significado mortal: un conjunto de esfuerzos para profundizar los daños y alimentar sus insaciables hambres de fortunas.
Estamos inmersos en una sociedad parasitada. Están los “ectoparásitos”, los que están fuera de los organismos vivos de la sociedad, conformando “camarillas” reproductoras de enajenaciones a la humanidad. Y están los “endoparásitos”, instalados dentro de nuestros gobiernos e, incluso, de nuestras conciencias, intentando acabar con la resistencia natural a sus ataques depredadores y fatales.
Pero tal vez no esté todo perdido, si tal como sucede en la naturaleza, se logra introducir un “hiperparásito” popular dentro de los “parásitos” que lograron intrusar lo institucional y lo doctrinario. Claro que tal cosa no podrá suceder como en los seres vivos naturales. La complejidad de las sociedades humanas hacen necesario mucho más que la introducción de una “bacteria” que altere el propósito destructivo y enajenante de los poderosos. Requiere de un movimiento conjunto de las fuerzas populares que ataquen las raíces mismas de los oprobios erigidos en nombre de falsos fines, que destruyan adentro y afuera sus estigmas reproductores de miserias, rescate a sus líderes de las garras de la defenestración mediática, y eleven al Pueblo a su merecido trono de Justicia y Soberanía, el escudo más eficaz para evitar la aparición de los parásitos.
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