Por Roberto Marra
El mundo de la diplomacia siempre se ha basado en las “buenas maneras” en el trato entre sus integrantes, una manifestación de “corrección” discursiva, buscando (al menos) la apariencia del respeto hacia los interlocutores. Hay en todo ello, una gran cuota de simulación, una “puesta en escena” que no se corresponde, las más de las veces, con los pensamientos y las actitudes anteriores y posteriores a esos encuentros diplomáticos. Pero, al menos, se trata de una forma de considerar al otro como un igual, un representante de otra soberanía a la que se debe la deferencia del buen trato.
Sin embargo, todos saben que los embajadores norteamericanos no están para cumplir, en realidad, con esas complejas y necesarias tareas propias de la diplomacia en las relaciones internacionales, sino con la de sostener el “látigo” amenazante y extorsionador de su carácter imperial. No es nuevo este accionar intimidante de estos “virreyes”, aunque sí resulta cada vez más desvergonzado y abierto. Su misión real es la de defender los intereses de las corporaciones que, en verdad, son las auténticas gestantes y dominadoras de las políticas internas y externas del llamado “amo del norte”.
Nuestra América ya ha tenido demasiada ingerencia de este perverso “imperio del mal”, con la complicidad manifiesta de sus “peones” locales, los peores hombres y mujeres al servicio de la que consideran su verdadera “patria” alternativa. Siempre en nombre de “la libertad”, de la “civilización occidental y cristiana”, de “los valores de la democracia”, sus discursos maniqueos expresan el carácter ingerencista y manipulador de la verdad transfigurada para evitar que triunfe la razón de los pueblos que buscan su auténtica independencia.
La actitud abiertamente hostil hacia los gobiernos populares (“populistas” para ellos), se registró en aquel enfrentamiento antes del inicio institucional del peronismo, cuando el embajador de entonces, de apellido Braden, se inmiscuyó de manera artera en las elecciones que determinaron la llegada de Juan Domingo Perón al gobierno. A partir de allí, no hubo un instante diplomático tranquilo para ese gobierno justicialista. Las confabulaciones en su contra, el golpe de estado, la conjura vengativa hacia el peronismo, no fue sólo el acto revanchista de la oligarquía nacional, sino el intento de darle al Pueblo argentino una lección que no olvidara, una forma de querer borrar la historia que molestaba a los intereses imperiales.
No ha habido acción política nacional, desde entonces, que no involucre a “la embajada”. Atentos al devenir institucional argentino, quienes han servido de “diplomáticos” en ese lugar, lo han hecho de manera confabulatoria, siempre al acecho de las determinaciones de los gobiernos que intentan actuar con soberanía. También han sido receptores de cuanto vendepatria exista por estos lares, siempre dispuestos a servir a su amo imperial a cambio de módicas fortunas y prebendarias maneras de acceder a altos puestos guberrnamentales, asquerosa manifestación de un desprecio hacia el Pueblo argentino que resulta particularmente enervante.
Ahora se renuevan estas odiosas señales de pretendida dominación. Antes ya de asumir su condición de embajador, el nuevo “diplomático” designado por EEUU se ha expresado de manera contundente y, para que no queden dudas, con la claridad propia de quien se siente por encima de las autoridades del país al que viene a prestar su servicio. Amenazas, coerción, señalamientos extemporáneos, son su carta de presentación. Directivas, extorsiones y manipulaciones, son sus maneras de relacionamiento con las autoridades que le deben dar su autorización para ejercer su actividad, menos diplomática que la de un león frente a su presa.
El mundo, tal como lo imagina el decadente imperio del norte, ya no es como lo necesita. La sumisión no es una regla que todos los países están dispuestos a cumplir, sólo para obtener la palmada en la espalda, sojuzgada antes a latigazos ecónomicos y financieros. Los pueblos, aún con la mentira mediática instalada también por el mismo Poder Real que domina a través de su gendarme mundial norteamericano, no aceptan tan mansamente las brutales condiciones de sobrevivencia a las que les somete.
Pero el cipayismo, la expresión más obscena de la rendición ante los poderosos, viene galopando entre los dispersos integrantes de una sociedad mercantilizada, asustando con sus terrores mediáticos inventados para obturar las reacciones populares. Sólo con eso, logran trabar la decisión de liberarse del yugo neocolonial que estos pobres y excecrables representantes imperiales vienen a imponer.
Queda la esperanza del rechazo contundente del gobierno a tanta histriónica manifestación de intervención abierta en las decisiones nacionales. Pero más aún, queda la fe en que las mayorías populares logren sacarse las vendas de las mendacidades, para encontrar la unidad entre sus mejores integrantes y terminar con esta mansa sumisión ante los poderosos, de una vez y para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario