Por Roberto Marra
Por estos tiempos, la acción política en nuestro País parece estar disociada con las vivencias de sus destinatarios. Cierto es que la pandemia vino a colaborar en algo más que el “distanciamiento social” inherente a la necesidad de evitar su propagación, agregó también el ingrediente del distanciamiento entre dirigentes y Pueblo (“la gente”, en el lenguaje falseador de la realidad de los politiqueros y sus periodistas intérpretes).
El contacto de los militantes y sus líderes resulta ser un básico elemento para generar un espíritu unificador, una práctica reproductora de sentimientos que van más allá de la simple recepción de las palabras de los discursos. Se trata, en realidad, de la construcción de una épica de la lucha política y social, la elevación de los pensamientos al grado de lo popular, la multiplicación en millones de cerebros de los mensajes que unifican y alientan la continuidad infinita de las batallas por las ideas que se defienden.
Esto, referido a quienes entienden la política como herramienta para el logro de metas fundamentales en el imaginario popular, como lo es la justicia social. Pero hay otros actores en este ámbito, aquellos que utilizan esta noble ciencia social para obturar la capacidad de comprensión de las personas, para dar vuelta la realidad como una hoja, mostrando el reverso oscuro de la mentira elaborada con empeñoso placer destructivo.
Son los ganadores de una guerra que no ha terminado, porque el oponente aún respira y tiene mucho por decir y hacer. Pero en el entretanto, profundizan los desmanes contra la sociedad, hunden el destino de los pueblos en el peor de la barros de la miseria, destruyen los pocos derechos que se conservan en pié y alientan la expulsión definitiva de sus enemigos ideológicos de la historia, a la que siempre han contado al revés.
El “relato” en disputa se tergiversa en los medios cartelizados del Poder Real. Las historias de los y las líderes se revuelcan en el repugnante festín del odio avasallador de conciencias. La manipulación de los hechos se encarga de amasar conceptos degradantes sobre las personas que resultan ser objeto fundamental de sus persecusiones. Cada media hora se repiten, en cadena virtual y nacional, los más bestiales epítetos sobre quienes desean eliminar de la historia. Mientras enfrente, en los escasos y pobres medios que no les pertenecen, repiten como loros los mohines de cuanto imbécil con tarjeta de “político serio” antes apareciera en las pantallas del horror mediático hegemónico.
Hace falta una limpieza. No como esas a las que los poderosos tanto añoran, donde las desapariciones y las muertes se regodeaban en medio de la miseria construida con tanto odio. Se necesita entablar una batalla por la vida, iniciar una carrera que no pueda sino ganarla el propio Pueblo, fruto de la iniciativa del liderazgo de los y las mejores líderes. Pero vista la condición pos-pandemia neoliberal, considerando la lejanía de algunos diirgentes de la realidad popular y la falta de ingenio para entender las angustias sencillas pero evidentes de los dirigidos, será imprescindible hacerlo desde la conexión directa con ellos.
Deberá realizarse mediante el acercamiento real, no pensado para las cámaras ni impulsado por la necesidad coyuntural, sino basado en la comprensión de la imperiosa voluntad de re-construcción de aquellas fidelidades mutuas que originaron un Movimiento que todavía está vivo, pero estaqueado por los clavos del Poder Real. Saltearse el episodio de la derrota temporaria y elevar la puntería hacia el futuro triunfante, demanda presentar un prospecto cautivante, que enamore hasta a los distraídos, que perfore el engaño disociador de los medios miserables, que anule las ventajas del palabrerío estupidizante de los idiotas que ofician de comunicadores del Diablo.
Es tiempo de jugar las mejores cartas, de exponerse ante el enemigo con la fuerza avasallante de la unidad real, no de esa formalidad para muestra televisiva con fondo vaciado de contenido que resultan ser las presentaciones actuales. Dejar de escuchar al oponente y colocar el oído en el Pueblo reclamante, sostenerse en la pasión originaria de sus voluntades y allanar el camino hacia los objetivos demandados con desesperación por los ninguneados de siempre. Y construir el futuro, contándolo por anticipado, para convocar a millones de hambrientos de justicia y pan, para renovar las esperanzas todavía activas, el último refugio de los sueños con la dignidad perdida.
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