Hay que decir las cosas como son: lo que les molesta a los ricos no es la pobreza, son los pobres. Esto, a pesar que son los integrantes de esa “elite” económica-financiera los creadores de tal condición para millones de personas. No es el estado de escasez material de tantos individuos lo que les hace mella a sus “almas” (si es que la tuvieran), sino la molestia de tener que permitirles a los pobres llevarse esa pequeñísima parte de lo que consideran “sus ganancias”, para mal alimentarse, cobijarse bajo algún techo miserable y soportar la crudeza del transcurrir del tiempo inútil de sus vidas.
Un puñado de amorales maneja las finanzas mundiales, otro tanto se encarga de la repartija interna en cada nación, todo lo cual redunda en esa permanente pauperización de las mayorías para solaz y beneficio de tan pocos. Los gobiernos, electos en estas “democracias” atrapadas entre la espada del poder hegemónico mundial y la pared del sudesarrollo conveniente para los poderosos locales, terminan cediendo prioridades y proyectos distributivos de las riquezas generadas, empujados por el permanente “soplo en la nuca” del Poder Real. Dependiendo de la audacia y valentía del gobernante de turno, algunas veces se vislumbran salidas de tal situación de miserabilidad conceptual, donde el miedo a molestar a los ricos, prima sobre las necesidades emanadas de tantas décadas de abandono a la suerte (premeditada) de los pobres.
El problema, entonces, no es la pobreza de los pobres. El verdadero problema es la riqueza de los ricos. El auténtico “cáncer” social es la acumulación, lascerante de la razón, de tanto en tan pocas manos. Ese ilegítimo poderío derivado del robo liso y llano de lo que no les corresponde, está construido bajo la premisa del darwinismo social, donde la supremacía del más fuerte triunfa por la fuerza brutal del manejo discrecional de la producción material y la financiarización reproductora de ganancias sin que medie trabajo alguno.
Los pobres serían simples “daños colaterales” del sistema, ese eufemismo tan caro a los imperialistas que bombardean pueblos inermes en lejanos países. La apropiación de la plusvalía, un concepto ya integrante de lo irrefutable en el ámbito de la economía, ha pasado el vergonzante límite de la inmoralidad de la pobreza extrema, para convertirse en una directa violación al derecho a la vida, una idea perimida para los “cráneos” que manejan nuestros destinos.
Cada pueblo del Planeta ha intentado e intenta sacudirse ese lastre genocida de la pobreza, de las maneras que han surgido de sus propias historias. Los movimientos de masas se han convertido, algunas veces, en gobiernos populares, intentando desde ellos llevar a cabo una re-estructuración de la sociedad donde hacen vida, con diversos resultados, las más de la veces poco fructíferos.
La razón fundamental de las derrotas populares, es la falta de afectación real a los poderosos propietarios de todas las cosas. También de las conciencias de las mayorías, construidas en procesos educativos amañados y una perversa acción mediática que hunde en la miseria espiritual a millones de desesperados, generando creencias enfrentadas con la realidad que los incita a desconfiar de los líderes que intentan modificar el sistema reproductor de la pobreza.
A su vez, los gobiernos que pretenden representar los intereses de los sectores empobrecidos de la sociedad, suelen cometer el error descalificante de su condición de popular de no atacar la raíz profunda de las causas que condujeron al despropósito de la miserabilización social. La excusa será siempre la “correlación de fuerzas”, la cual, sin desconocerla, no puede impedir la toma de decisiones que afecten los intereses de los causantes de todos los males sociales, que muevan las estructuras de un Poder que no cree tener límites, porque no se los ponen.
Dialogar con sordos puede ser una tarea compleja, pero no imposible. Pero sólo cuando los sordos quieran oir. Y los ricos no desean hacerlo. No lo necesitan para seguir su camino de enriquecimiento infinito. Tal vez harán la parodia de escuchar a los gobiernos que se plantean este método de resolución de los conflictos económico-sociales, pero sólo como una forma de mostrarse ante la sociedad como “buenos muchachos”, otorgándole a los representantes de los ciudadanos algunos minutos de sus “valiosos” tiempos de acumulación de capital malversado.
Hay momentos donde la imposición de las mayorías deben hacerse sentir, y con fuerza. Hay un tiempo inexorable para construir poder popular, quitándoselo a quienes lo han atrapado para sus exclusivas mezquindades. Claro que esa acción debe contar, además de con la voluntad y la capacidad estratégica de los conductores, del protagonismo del Pueblo, poniendo su coraje cívico al servicio de esa histórica tarea reconstructiva de lo que alguna vez fuera una realidad palpable, perdida por el avasallamiento genocida de los que han sido siempre sus enemigos.
Esa es la unidad que se debiera reclamar y edificar con más fuerza. Esa sería la manera eficaz de combatir la pobreza desde sus entrañas mismas, con sus propios integrantes ejerciendo el derecho a rebelarse contra sus enajenadores, esa lacra amoral de la humanidad que sólo se detendrá cuando sus víctimas asuman el rol impostergable de constructores del único destino posible para los pueblos libres: la Justicia Social.
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