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Otra vez sopa…O agua, para mejor decirlo. Las actuales
inundaciones obligan a remitirse a viejas advertencias de conocedores profundos
del tema meteorológico y climático, desconocidas siempre por quienes son los
encargados de tomar decisiones al respecto. Claro que también aparecen algunos
científicos que, aun compartiendo advertencias sobre las recurrencias de
inundaciones, no acompañan las evidencias sobre la importancia del sistema productivo
agrario en el aumento de los daños que provocan estas inundaciones. El dinero
suele ser, también en estos casos, un factor determinante para decir o no decir.
Sabemos que las recurrencias de las inundaciones son
inevitables. A lo largo de la historia (al menos desde que se realizan
registros pluviométricos) se suceden entre períodos que suelen ser más o menos
parejos. Pero es innegable, porque lo vemos y lo sufrimos, que estos períodos
se han venido acortando, en virtud de las afectaciones que sobre el clima se
vienen produciendo a escala mundial, continental y regional. Afectaciones que
se derivan de la acción humana, como consecuencia de la intensificación del uso
de la tierra y de las aguas con fines productivos-rentísticos.
En Argentina se adoptó, desde hace algunas décadas, un sistema
productivo agrario basado en la escasa o nula labranza de la tierra, el uso de
semillas modificadas genéticamente y millones de litros anuales de
agroquímicos, indispensables para este método de producción. Los rindes
crecieron, las ganancias incentivaron el aprovechamiento de tierras boscosas o
con montes, las que fueron literalmente arrasadas, para sumar superficie que
permitiera el obnubilante negocio verde de la soja. Superficie que se fue
impermeabilizando debido a este tipo de proceso, donde la retención natural de
las aguas de lluvias desapareció y el escurrimiento comenzó a realizarse
superficialmente, inundando con cada vez mayor frecuencia las zonas de menor
nivel topográfico.
Esto, que es más evidente que la existencia del sol, es
permanentemente ignorado a la hora de pensar soluciones. En realidad,
soluciones no se piensan. Solo se habla, y únicamente cuando ocurre una inundación,
donde entonces aparecen los ministros, gobernadores y presidentes, con caras
compungidas, diciendo lo obvio, recorriendo las zonas afectadas en helicópteros
(algo absolutamente ridículo e innecesario, pero de gran marketing) y
asegurando inversiones que, como todos sabemos, nunca llegarán en la medida y
con los destinos que corresponden.
Pero no solo los funcionarios políticos son responsables de
lo no hecho o lo mal hecho. También los grandes empresarios agrarios, cuyas ganancias
son tan enormes que pueden soportar varias inundaciones sin problema alguno, y
que solo piensan en rentas rápidas, despreciando cualquier recomendación
preventiva, atados al carro vencedor del capitalismo, donde solo se suben ellos
y sus socios de otros sectores que aprovechan tanta ganancia fácil a costa de la
desgracia de millones de afectados directa e indirectamente.
Intentando imitar a sus admirados y poderosos estancieros,
los pequeños productores creen que podrán también obtener esos mismos márgenes
de ganancias sin que nada los afecte. Creyéndose parte del mismo colectivo
rentístico, terminan por perder todo lo realizado con sus esfuerzos de años,
ignorando las decenas de advertencias que se les hicieron, señalando culpas en
quienes no las tienen tanto, pero a los cuales conviene satanizar para no
hacerse cargo de las propias.
Por supuesto, el gobierno de los Ceos continuará con sus retahílas
de herencias recibidas, para tampoco hacerse cargo de sus responsabilidades,
que son dobles: como funcionarios y como parte del sector social que domina la
producción agraria. Un poco de alharaca verbal para calmar los descontentos, promesas varias
para evitar pérdidas electorales cercanas y mucha mentira mediatizada para
culpar a quienes ya no están gobernando. Aplicando el manual marketinero
habitual, convencerán otra vez a los afectados, quienes se deberán contentar
con la falsa solidaridad de colchones y muebles sobrantes, para volver, dentro
de no mucho tiempo más, a recibir otra vez las aguas en sus domicilios
devastados.
Como si hubiese una prohibición de pensar, millones de
personas parecen aceptar con mansedumbre el fruto de tanta desidia y aprovechamiento
de sus esfuerzos. Los medios resaltarán, con la “humanidad” que los
caracteriza, las palabras de resignación de alguien con el agua hasta la
cintura, abandonado a una suerte que le fabrican sus votados funcionarios, pero
que recibe como si fuera el resultado de hechos “naturales”, buscando en Dios
el cuidado que le debieran dar los integrantes del “mejor equipo de gobierno”.
Tanta mentira organizada parece que no tuviera perspectiva
de ser contrarrestada con verdades tan evidentes, que hasta se tropieza con ellas.
Pero sí existen posibilidades de modificar estas falacias productivas,
productoras de más daños que beneficios, al menos para las mayorías. Sí que hay
métodos productivos diferentes, tan viejos y tan nuevos, tan innovadores y tan
ancestrales al mismo tiempo.
Claro que para aplicarlos, deberá primero existir consciencia.
Sobre las razones de los hechos y sobre las responsabilidades. Sobre la inevitable realidad
de la naturaleza y las imprescindibles prevenciones destinadas a evitar los
daños. Sobre el sistema económico y la necesidad de su modificación perentoria.
Sobre la necesidad de la unidad de los millones de iguales (y parecidos) para
contrarrestar el inmenso poder de los dueños del Mundo, ahora también
apoderados del gobierno de nuestro País. Y, por encima de todo, sobre la
necesaria adopción de los valores humanos perdidos, tras el miserable y avasallante Dios dinero.
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