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Qué difícil es hoy abandonar la
sensación de que todo es un complot. Seguramente es un derivado de tantas
películas de espías y misterios sin resolver, desde la hechura de las pirámides
a la muerte de Nisman, la suerte de la Atlántida al destino de Yabrán, las
manos de Perón a la ausencia de volantes creativos en el fútbol gaucho. Contrariamente
a lo que uno podría pensar, este estado, en lugar de traer pesares, trae calma,
que surge de aceptar que el mundo siempre es manipulado por otro (desde la
oscuridad). Por eso, porque otro decide, primero dejamos de tratar de entender,
y luego de actuar. Es una especie de mantra que te dictan: "mirá la
realidad como si fuera una película. Porque de la vida, igual que de la
película, nunca vas a poder cambiar nada. Y menos el final".
En Matrix, un personaje traiciona a sus amigos y pide como premio que
le borren la conciencia, que lo dejen volver a ser un gil. Debe ser sensacional
ser un gil a tiempo completo, no enterarse cómo funcionan las cosas, creer que
el mundo es lo que pasa frente a tu casa. Al personaje de Matrix lo anticipó mi
amigo Roger hace tiempo; me dijo: "Fui cinco años al psicólogo para que me
hiciera ver algunas cosas, ahora voy a ir otros cinco para volver a
esconderlas". Si la ciencia o la psicología pudieran lograr eso, el mundo
sería perfecto. De un lado los que mandan y del otro los que ignoran.
El complot existe, claro. Es parte de la vida misma. Es el truco del
mago que te hace mirar su galera mientras saca una moneda del culo del conejo.
¿Viajó el hombre a la luna o era un montaje? ¿Qué era más fácil: ir o hacerle
creer al mundo que habían ido? Aunque a veces el complot es sencillamente la
política en el límite de sus posibilidades, cuando ya se confunde con lo
antiético, incluso con lo ilegal.
Pero los complotes fracasan. O sus víctimas aprenden a no dejarse
llevar como ciego a mear. Y aprenden también a complotar. Sino, no existirían
los cambios, las revoluciones, y los negros todavía viajarían en la parte
trasera de los buses y las mujeres no votarían. Usted dirá: sí, pero a los
negros los liberaron para sumarlos al mercado del algodón; sí, quizá fue un
complot que anuló otro. O sencillamente se impuso la realidad: tantos negros
que querían usar remeras Lacoste no podían estar equivocados.
De la sensación de complot eterno hay sectores que sacan ventaja que
siempre terminan siendo económicas. Tarde o temprano nos van a vender drones
que vigilen nuestras casas, teléfonos que no puedan intervenir los
promocionados espías argentinos (que deben ser una manga de gordos que se
olvidan los documentos en la escena del crimen; si no cómo se explica que los
argentinos seamos unos desastres y ellos James Bond al cubo). Hace un par de
décadas, esos teléfonos los tenían sólo los narcomafiosos; pero el capitalismo
es tan generoso que ya llegará la oferta de la mano de su supermercado amigo. Y
en doce cuotas.
Cabe también pensar (aunque sea pensar), que las cosas son como nos
dijeron que eran. Que a Kennedy lo mató Oswald, que los aviones contra las
torres eran piloteados por los primos de Bin Laden, que Yabrán se voló la
cabeza porque le parecía mejor morir que vivir. A veces la gente toma como
oficial la teoría del complot. Y descarta la oficial. En el caso de las torres
gemelas debe haber más gente que cree que el atentado lo planificaron
norteamericanos que el club de los chicos con turbante.
Pero veamos los trapitos al sol que salieron a la luz con los
WikiLeaks argentinos. Uno podría suponer que la embajada de EEUU mandaba
informes superreservados, encriptados personalmente por Stephen Hawking, y que
primero eran enviados a la luna donde rebotaban en un espejo que dejó Neil
Armstrong, para caer en el mar y ser rescatados por marines cruza con delfines.
Y al fin se supo que eran recortes de revistas, desgrabaciones de charlas con
los alcahuetes que iban a postrarse ante el embajador (entre ellos Nisman), y
chismes sobre el mundillo político. De complotes ni hablar, a menos que las
volteretas de Redrado para andar con dos modelos a la vez se pueda llamar
complot.
En lo que hace a nuestro país hoy, una buena cantidad de gente compró
la teoría del complot sobre la muerte de Nisman y no habrá Dios que lo haga
cambiar de parecer. (Yo compré la teoría del complot sobre su denuncia, y
tampoco pienso cambiar de opinión). Ya no importa lo que diga la justicia ni la
gente seria. La respuesta a la teoría del complot permanente se paga con
retracción social, volver a la realidad intrafamiliar con el televisor como
amigo, dejar de participar de actividades colectivas y sociales, porque en
tanto el mundo es un complot permanente, nada se puede hacer. Es hacer la del
personaje de Matrix.
El tema del complot sirve además para no hablar de política. Que es lo
único que puede hacer la gente común para defenderse: militar (perdón por la
guarangada). Además, si se habla de política, la noticia se pasa en aburridos
programas nocturnos. En cambio si se habla de complotes, la noticia se repite
en programas de chismes, en la mesa de Mirtha, y todos opinan con el mismo
grado de severidad, desde un doctor en relaciones internacionales hasta el
diarero de la esquina del muerto.
La teoría del complot en la muerte de Nisman tiene aristas muy
peligrosas. Una es la de hacernos sentir que detrás de todos nosotros actúa un
submundo de gente capaz de entrar a tu casa por la canilla del baño, matarte,
simular que te mataste, e irse sin que su imagen se haya reflejado en el
espejo. Es lo que Bonasso llamo en televisión "criptoestado" y
Morales Solá "un estado dentro del estado" (madre mía, qué
imaginación). Este poder sobrenatural es un escalón más de la estrategia de
meter miedo. Si no te mata un ladrón en la puerta de tu casa, te matan dentro
de tu casa. Ya no hay adónde ir. (Ya llegarán los countries anti espías, con
baños sin canillas).
La otra arista es la glorificación al voleo. Que en el caso de Nisman
es doblemente peligrosa, primero porque en vida era un hombre que tenía más
para aclarar que para pedir explicaciones: investigaba la mayor causa criminal
del país que apenas se movió mientras fue fiscal y para tomar decisiones pedía
permiso a la embajada de los EEUU. Y segundo, ¿qué pasa si al fin se
dictaminara que Nisman es un suicida? Si la historia argentina está marcada por
la tragedia porque su relato fundacional, "El Matadero", es el de una
violación, ¿qué significa este relato contemporáneo que trata de héroe a un
suicida? ¿Cómo medir el alcance de semejante odio por la vida?
*Publicado en Rosario12
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