domingo, 22 de febrero de 2015

LA MARCHA DE LA OMERTÁ

Imagen Tiempo Argentino
Por Hernán Brienza*

El periodismo es el tejido de mentiras más complejo que jamás se haya inventado." La frase pertenece a Kurt Tucholsky, un periodista que ejerció su oficio a principios de siglo pasado en la Alemania que se descascaraba y dejaba entrever la espantosa cara del nazismo. Demócrata de izquierda, pacifista y antimilitarista, fue un apasionado defensor de la República de Weimar, lo que hoy podría considerarse un "periodista oficialista". Frente a él, o contra él, la prensa empresarial, independiente y liberal, desplegó todo tipo de ataques; sobre todo, porque era uno de los periodistas más escuchados de su época. Muchos de sus adversarios, críticos furibundos de la experiencia republicana, hicieron silencio absoluto ante el ascenso de Adolf Hitler, pero eso es otra historia. Aquí, en estos poco más de 7000 caracteres, sólo me detendré a reflexionar sobre una doble operación política que está realizando ese "tejido de mentiras más complejo" sobre la realidad nacional. (Digresión: recordaba, mientras escribía este último párrafo, aquella frase de Raúl Scalabrini Ortiz respecto de los trenes: "Son una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República." "Lacaneando" un poco podría fusionarse la idea del "tejido de mentiras" para concluir scalabrineanamente que el periodismo es "una inmensa telaraña donde queda aprisionada la República").
Ni fiel realidad ni buena ficción, el periodismo navega a dos aguas entre el sinsentido y la operación mafiosa. El caso Nisman lo demuestra. Los principales medios de la oposición han tejido una serie de mentiras que no hacen más que embarrar la investigación judicial, ya de por sí bastante enturbiada por los intereses políticos del propio poder encargado de administrar justicias e injusticias a diestra y siniestra. Ryszard Kapuscinski, ese gigante cronista de la Europa del Este dijo alguna vez: "Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias." Hoy esa máxima parece estar invertida: Para escribir notas de tapa en los principales medios de nuestro país hay que ser un verdadero miserable.
Siempre me fascinaron los cuentos reversibles de Jorge Luis Borges. Como "Tema del traidor y del héroe", incluido en el libro Ficciones. En esas páginas se narra el devenir de Fergus Kilpatrick, un supuesto militante revolucionario de la causa nacional irlandesa que, a instancias del investigador James Nolan, fue descubierto como un traidor a esa misma causa. Desnudada su perfidia, los miembros de la dirección del movimiento le anunciaron que iba a ser ejecutado pero el traidor hizo un último pedido: que su muerte no perjudicara a la patria.
Narra Borges con hermosa sobriedad literaria: "Entonces Nolan concibió un extraño proyecto. Irlanda idolatraba a Kilpatrick; la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión; Nolan propuso un plan que hizo de la ejecución del traidor un instrumento para la emancipación de la patria. Sugirió que el condenado muriera a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión. Kilpatrick juró colaborar en ese proyecto, que le daba ocasión de redimirse y que rubricaría su muerte.
Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth, también de Julio César. La pública y secreta representación comprendió varios días. El condenado entró en Dublin, discutió, obró, rezó, reprobó, pronunció palabras patéticas, y cada uno de esos actos que reflejaría la gloria, había sido prefigurado por Nolan. Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo; el de otros, momentáneo. Las cosas que dijeron e hicieron perduran en los libros históricos, en la memoria apasionada de Irlanda. Kilpatrick, arrebatado por ese minucioso destino que lo redimía y que lo perdía, más de una vez enriqueció con actos y con palabras improvisadas el texto de su juez. Así fue desplegándose en el tiempo el populoso drama, hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln, un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe, que apenas pudo articular, entre dos efusiones de brusca sangre, algunas palabras previstas.
En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan... Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto."
Resulta más que desafiante e inspirador releer la realidad a través de la literatura. Pero hay algo en la muerte de Alberto Nisman que sigue recordándome a Kilpatrick. ¿Cómo puede ser que un fiscal ostentoso, de gustos millonarios e injustificables, un hombre que recibía órdenes de las embajada de los Estados Unidos, que, como sugieren algunos, hacía pasar por gastos de la investigación sus gustos personales, que en diez años no hizo más que mantener la causa del atentado a la AMIA en absoluto "parate", que engañó durante dos años a los familiares de las víctimas sin decirle que, supuestamente, estaba siguiendo la pista de la impunidad que garantizaba el memorándum de entendimiento con Irán, se convierta de la noche a la mañana en un héroe nacional?
Pero hay más: ¿Cómo puede ser que los fiscales que durante 20 años garantizaron la impunidad del atentado ahora encabecen una marcha en reclamo de justicia? ¿O que los dirigentes de las entidades judías más importantes del país que durante años aplaudieron al juez Juan José Galeano y su pantomima de juicio ahora desfilen reclamando "Verdad, Memoria y Justicia", y le roben las consignas con hipócrita desdén a las organizaciones como Memoria Activa y 18J que vienen reclamando desde hace dos décadas contra esas mismas maniobras y no fueron a la marcha?
¿Por qué razón los organizadores de la marcha prefirieron el silencio a la palabra? ¿Qué cosas no podían decir? ¿Qué complicidades debían callar? O, como dijo con lucidez e ironía Patricio Brodsky, sociólogo, profesor adjunto de la materia Genocidio y Memoria, ¿el mutismo se debe a que "no se trató de una Marcha de silencio sino una Marcha de la Omertá"?
El tema del traidor y del héroe también tiene una vuelta de rosca. Del otro lado, Cristina Fernández de Kirchner, quien, desde la política ha sido la persona que más ha intentado hacer para que se avance en la Causa AMIA, está siendo embarrada por los miembros de la sociedad de la Omertá como la principal encubridora de un proceso en el que todos pusieron su terrón para sepultar la verdad menos ella.
No quisiera ni por un segundo sentir en mi vida la sensación de ingratitud extrema y profunda que debe sentir hoy la presidenta cuando ve el carnaval de hienas celebrando la Operación Política y Mediática en su contra.
Borges dice en su cuento: "Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible". Hoy podríamos decir: "Que el periodismo hubiera inventado la historia ya era suficientemente pasmoso; que el periodismo invente la literatura es inconcebible."


*Publicado en Tiempo Argentino

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