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A cada momento algo se tuerce y el mundo cambia. A los momentos más
relevantes uno los encuentra luego en libros de historia, anuarios de la
revista Gente, comentarios de la vecina, almanaques. Se les llama momentos
históricos, hitos, epopeyas, heridas epistemológicas o simplemente macanazos:
el regreso de Perón, la huida en helicóptero del Gran Dormilón, la avispa del
Turco que lo Reparió o la muerte del perro de Susana Giménez. Así se va
haciendo historia, a los ponchazos, quiera uno o no.
Nuestra vida es así, como es,
porque sucedió lo que ya sucedió. Si algo mínimo de todo eso no hubiera
sucedido, esta vida sería diferente. Para entenderlo, léase "El ser y el
tiempo", de Martin Heidegger (mamotreto de mil páginas), "Kafka y sus
precursores" de Borges, o véase la segunda parte de "Volver al
futuro", doblada o subtitulada. Dicho esto, veremos que esta dictadura de
los populistas que sufrimos hoy, en este exacto momento, nació en una sucesión
desenfrenada de hechos que se encadenaron para que los populistas nos encadenen
a nosotros.
Hubo un hecho especial que, de no
haber existido, habría hecho de nuestras vidas un paraíso, como voy a demostrar
a continuación con documentos, datos y citas al voleo. Allá por la prehistoria
americana, cuando los indios en bolas fueron dominados por los españoles en
polleras, un cura muy humanitario (que la tenía más larga, la pollera) se
solidarizó con los indios que morían de a miles en las minas de plata y otras
obras de los españoles, y sugirió traer negros africanos a morir en lugar de
los indios (lo que se dice un humanista).
El cura se llamaba Bartolomé de
las Casas, y estaba envidioso de sus colegas que en Europa iban de matanza en
matanza, de quemazón en quemazón, y al pobre se le pasaban los años y nada. El
resultado es conocido: los indios sobrevivieron (un puñadito, pero se
reprodujeron rápido; es su naturaleza animal), e Hispanoamérica se llenó de
negros. "Esa curiosa variación de un filántropo", como definió Borges
a Don Bartolomé, hizo que América se jodiera para siempre, llámele herida
epistemológica o cagada monumental, que nos lleva, pasito a pasito, a vivir
esta vida de sufrimiento.
Imaginemos otro mundo. Bartolomé
se casa con la vecinita, gordita, trabajadora y fiel (aunque cuando ordeña las
vacas tiene alucinaciones con diferentes tipos de tetas). No se hace cura. No
viene a América a jorobar con sus planteos indigenistas (que lo eran). En su
lugar viene otro cura al que los indios o los negros le dan igual porque es
daltónico. Y además los indios mueren sin tanto espamento, en cambio los negros
mueren cantando blues sin respeto alguno por las costumbres de los que los
matan.
Si Bartolomé se casaba con la
vecina, en la América Española no habría negros, y por lo tanto tampoco
mestizos, y no habría existido Chávez. Sin negros muriendo como esclavos,
serían los indios los que habrían muerto como esclavos, y se hubieran
extinguido por la grandeza de la corona de España, (ole! No existiría un Evo Morales
porque sus antepasados se habrían ido rapidito a visitar a Manitú. Y los
blanquitos hubieran seguido adelante con su negocio y ordenado este gallinero
que es Sudamérica. (Qué
mundo más lindo, todos educaditos, que se tapan la boca al eructar! Un mundo
sin populismo porque no habría populacho, no habría líderes del populacho, no
habría peronismo, ni kirchnerismo, ni chavismo. (Aleluya!)
Ese es el mundo que sueñan
algunos. Lo sueñan en serio como yo lo construyo en broma, sin más límites que
mi vergüenza y mis ganas de no respetar ningún orden establecido. Creen que es
posible, o que hubiera sido posible, de alguna forma mágica, que medio
continente negroide e indígena pueda ser ignorado eternamente por los libros de
historia. Creen que medio continente negroide e indígena puede ser ignorado
eternamente por las clases dirigentes. Creen que ese continente puede seguir
eternamente dominado por una minoría porque esa minoría (y lo creen realmente,
no exagero), es más ilustrada, más limpia y más educada. ¿Los que piden el fin
de los populismos, no piden acaso más dirigentes como Menem, De La Rúa,
Bucaram, Carlos Andrés Pérez, Color de Mello? ¿O qué piden? Porque si piden
otra cosa no se les entiende.
Han usado todas las opciones para
someter a ese medio continente que ya no se deja someter así nomás: espejitos
de colores, gobiernos asesinos, promesas vacías, despotismo ilustrado de oulet,
líderes de cartón y peleles devenidos líderes de la noche a la mañana y vuelto
peleles una madrugada cualquiera. Tuvieron que inventar eso por un curita con
pretensiones de defensor de los derechos civiles. De no haber sido por ese
hombre equivocado en el lugar equivocado, hoy el continente estaría habitado
por un par de millones de blanquitos y todos seríamos terratenientes. Vendría
el presidente de la Sociedad Rural y me diría: "Chiabrando, ¿no me acepta
este millón de hectáreas, que no doy abasto para trabajar los otros millones
que tengo?".
Un gobierno populista elegido por
el pueblo, y varias veces, como en el caso de Venezuela, no puede tener razón
por mucho que uno cite el proverbio aquel de que tantas moscas no pueden estar
equivocadas. Es decir, las moscas van a la mierda, como los venezolanos al
chavismo, pero ambas elecciones siguen siendo una mierda. Lo dicen los que saben,
los que estudiaron en universidades privadas, los que escriben en diarios
europeos, los que siempre tuvieron casa y comida caliente y nunca corrieron la
liebre. Lo dicen desde sus sillones de pana que miran el Central Park (Rubén
Blades; (cómo
lo admiro maestro!), o El Retiro (Rosa Montero). Lo dice Alejandro Sanz, que a
pesar de sus ideas políticas de la hostia, en lugar de cantar canciones que
ayuden a pensar, sigue cantando cancioncitas de chica deja chico o chico deja
chica y qué triste que estoy.
Lo dicen desde su gordura, desde
la fortaleza de su bienestar personal, desde sus miedos de ser considerados
revoltosos y aguafiestas, lo dicen avalados por las teorías de libros que
escriben ellos mismos o sus amigos. Luego están los que ya no piensan y repiten
como loros las consignas que le dan la razón a su estrechez: populismo,
inversiones, seguridad jurídica; no saben lo que significa pero lo repiten
porque es su función en la tierra. Dicen y repiten que millones de venezolanos
(o ecuatorianos, o argentinos, es lo mismo), son moscas que no saben comer otra
cosa que mierda. Antes la mierda la ponía el FMI y no tenía tan mal sabor. Por
eso no decían nada. Ahora es mierda populista. Esa sí que es mierda.
Tan cultos que son y ya olvidaron
el final de "El coronel no tiene quién le escriba", de García
Márquez. "Y mientras tanto qué comemos", preguntó la esposa. "El
coronel necesitó setenta y cinco años -los setenta
y cinco años de su vida, minuto a minuto-
para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el
momento de responder: Mierda". Se creyeron que era literatura pero por ahí
era la vida. La vida implica la posibilidad de comer mierda si se va en busca
de un objetivo, de la nobleza, del orgullo. Del orgullo de morir de pie. ¿No
nos enseñaron que es mejor morir de pie que vivir arrodillados? ¿No nos dijeron
que vale quebrarse pero no doblarse? ¿O eran mentiras?
No se enojan con las mismas ganas
de los atropellos de la iglesia -que incluye
muchos, pero muchos, chicos violados-, no se
indignan con el mismo celo porque el gobierno de los EEUU espía a sus
presidentes cuando van al baño para ver si hay que aumentarle la ración de puré
de manzana. No, el tema son los populismos, un gobierno que mira a los pobres,
que intenta algo por los pobres, aunque se equivoque. ¿Hay muertos? Muertos hay
en todos lados, y casi nunca se sabe de dónde vienen las balas por mucho que se
hagan los que saben. Siempre hay muertos cuando al establishment le tocan los
cojones. La iglesia tiene millones de muertos (lea "La Puta de
Babilona", de Fernando Vallejos). ¿No matan inocentes los gobiernos
europeos en Afganistán e Irak? Hay guerra civil en las puertas de Europa
(Siria, Ucrania). En Egipto hubo un golpe de estado hace meses y sobre eso se
hacen olímpicamente los boludos. Porque el tema es que en los supermercados de
Venezuela falta papel higiénico.
¿Qué es lo peor que nos puede
pasar con estos gobiernos populistas? ¿Qué nos vuelvan pobres? ¿No es acaso lo
que nos hizo la corona española, y luego uno tras otro los gobiernos títeres
que ponían los yanquis con la aprobación de los genuflexos gobiernos europeos
mientras repetían "sí, Bwana"? ¿Y qué pasaría si de pronto
eligiéramos vivir en la pobreza pero con dignidad? ¿O acaso todos estos
bienpensantes representantes de la clase media se creyeron el cuento del
progreso eterno que nos vendió el capitalismo? ¿No leen acaso los diarios donde
ellos mismo escriben? No leen que el 40 por ciento de Los Angeles vive en la
pobreza, que los bancos se quedan con las casas de la gente, que el desempleo
en España es el más alto de la historia, que barcos llenos de personas se
hunden en los puertos de Europa sin que nadie haga nada para salvarlos. El
progreso terminó en tragedia: desempleo, miedo, incertidumbre, pobreza,
guerras. ¿Esto quieren para nosotros? Guárdenselo.
¿Y qué si los latinoamericanos
eligiéramos el orgullo de ser pobres, como nuestros abuelos, que eran pobres y
no pensaban que la vida era una carrera que terminaba en una casa en la playa y
dos autos? ¿Y qué? Qué le juego que si cayera Maduro vendría algún blanquito de
buena presencia, mucha corbata y organizaría cocteles donde estos bienpensantes
cantarían por la paz y escribirían sobre "la nueva oportunidad del pueblo
hermano". ¿No lo vimos ya? Ojalá que no suceda, pero qué le juego que si
los gobiernos populistas caen, estos preocupados señores y señoras gordos/as
participarán en el negocio o, lo que es peor, en el nuevo exterminio, sea con
su aprobación, sea con su silencio. Total, la culpa la tiene Bartolomé de las
Casas por no enamorarse de la vecina.
*Publicado en Rosario12
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