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Con la intensidad que ha tenido la corrida cambiaria en los años de
gestión de Cristina Fernández de Kirchner, lo sorprendente no fue finalmente su
decisión de aceptar la resistida devaluación, sino los varios años que pudo
desafiarla. Las presiones en el mercado cambiario fueron permanentes y desde
corrientes supuestamente opuestas, como la ortodoxia y la heterodoxia
conservadora, reclamaban la devaluación. El maquillaje de los argumentos era
distinto, pero el objetivo era el mismo: el ajuste cambiario serviría para
bajar el costo laboral en dólares y así supuestamente mejorar la competitividad
de la economía. En otras palabras, mejorar la rentabilidad empresaria,
industrial y agraria, bajando los salarios medidos en dólares, y además regalar
una renta extraordinaria a los grandes atesoradores de dólares, que no son
pocos. Para lograrlo se requería convencer a propios y extraños de la
existencia de atraso cambiario. Lo consiguieron. La idea de un dólar barato fue
instalada con fuerza, eligiendo la actividad del turismo como vía para
construir el consenso social de la necesidad de aplicar una fuerte modificación
de la paridad. Para ello han confundido con que Buenos Aires era una de las
ciudades más caras del mundo, cuando los rankings internacionales lo
desmentían, y han destacado el crecimiento del flujo de turismo al exterior sin
considerar que ese movimiento era posible en gran parte por el aumento del
ingreso disponible fruto de un ciclo prolongado de crecimiento económico.
Las tensiones cambiarias tenían
un origen financiero; no provenían de la economía real. No había un atraso
cambiario que justificara una fuerte devaluación. La existencia de dificultades
puntuales de competitividad en algunas economías regionales, como en la
vitivinicultura o en la producción del Alto Valle de Río Negro, demandaba
iniciativas específicas para cada sector más que una devaluación, a lo que
debería agregarse el impacto negativo de la crisis internacional que redujo los
precios de esos productos en el mercado mundial.
La cuestión financiera en la
conducta de agentes económicos fue minimizada en el Gobierno respecto del
impacto en el mercado cambiario. Las presiones fueron incrementándose al
persistir tasas de interés negativas en relación con la inflación y, en
especial, con la devaluación esperada. También por un generoso relajamiento en
la regulación sobre tenencia de activos dolarizados por parte de los bancos. Y
por el temor a aplicar una mínima flexibilidad para el acceso a dólares para
turistas y ahorro, como la que hoy existe.
El atraso cambiario y la
irrupción de la restricción externa son postulados que brindan sosiego
analítico al mundo de economistas. Pero son insuficientes para comprender la
dimensión de los hechos económicos. Teoría y modelos son valiosos aportes para
la interpretación y la posterior sugerencia de medidas. Pero son herramientas
incompletas. Economistas de diferentes vertientes ideológicas están atrapados
en ese acotado saber colaborando al mar de confusiones debido al
desproporcionado lugar que tienen sus opiniones en el debate público. Derivan
en evaluaciones superficiales puesto que no incorporan un componente esencial:
la existencia de una constante disputa de poder en el espacio económico. O sea,
la intervención de actores económicos que buscan maximizar ganancias,
comportamiento normal en el funcionamiento del sistema económico. Estudiar esas
conductas facilita la comprensión de situaciones críticas, como la última
devaluación, y ubicar en su justa dimensión la restricción externa –la escasez
de divisas– por las características de la estructura productiva.
En ese sentido, hasta ahora la
evaluación sobre el porqué de la devaluación era cualitativa, apuntando a la
retención de dólares por exportadores del complejo agrario y el adelantamiento
de importaciones, ambos por la expectativa –o para forzar– una devaluación. Es
momento de corroborar en términos cuantitativos esa evaluación y, por lo tanto,
las razones que determinaron la devaluación. Para esa tarea resulta un aporte
fundamental el balance cambiario 2013 difundido por el Banco Central. Brinda
datos duros para confirmar que, además de las antes mencionadas deficiencias
oficiales en el manejo financiero, la devaluación fue el resultado del
comportamiento de un sector productivo clave en la provisión de divisas: los
exportadores de soja y cereales.
Será un poco fastidiosa la
sucesión de cifras, pero llegó el turno de conocerlas si el objetivo es
entender lo que pasó, y de ese modo incorporar una enseñanza para un futuro
cercano cuando regrese la corriente que levante la bandera del atraso cambiario
demandando una segunda vuelta devaluatoria.
Las ventas al exterior del
complejo agrario tuvieron este recorrido, en millones de dólares:
2010
|
27.066
|
2011
|
32.389
|
2012
|
30.927
|
2013
|
26.979
|
La desaceleración de la
liquidación de dólares es evidente a partir de que se intensifica la campaña
del atraso cambiario y se interrumpe la posibilidad de dolarizar excedentes en
un contexto de tasas de interés reales bajas. La brecha en los dos últimos años
fue de 4248 millones de dólares, pero que debería duplicarse porque la cosecha
2013 fue casi 15 por ciento superior a la anterior, lo que implica que el
sector no ingresó por lo menos 8000 millones de dólares.
Ese monto es casi idéntico a la
variación negativa de reservas en la comparación de los dos últimos años: 8520
millones de dólares. Mientras que en 2012, la caída de reservas fue de 3305
millones de dólares; el año pasado fue de 11.825 millones.
Los dólares comerciales
provenientes de las exportaciones de oleaginosas y cereales son claves del
stock de reservas y, por lo tanto, de la estabilidad cambiaria. Esas divisas
equivalen del 35 al 41 por ciento del total de los ingresos de dólares en los
últimos años.
Al reducirse ese flujo, como ha
sucedido, aparecieron los análisis sobre atraso cambiario, restricción externa
y las presiones para modificar la paridad. La devaluación del 26 por ciento en
noviembre-enero es el trofeo obtenido por ese sector, mejorando aún más la
rentabilidad de su producción, en especial la sojera. Esta ganancia
extraordinaria no implica que no vayan a intentar repetir el juego.
En caso de no haberse
desacelerado el ingreso de esos dólares no sería tan urgente la cuestión de la
restricción externa, que está presente y se reconoce en la estructura
productiva desequilibrada de la economía argentina. El balance de mercancías de
la cuenta corriente cambiaria del Banco Central muestra la evolución de los
pagos por importaciones, en millones de dólares:
2010
|
49.608
|
2011
|
64.126
|
2012
|
66.099
|
2013
|
73.505
|
El recorrido de estas cifras
muestra cómo el fuerte crecimiento del Producto Interno Bruto requiere un flujo
creciente de importaciones (energía, químicos, autos y componentes para el
complejo Tierra del Fuego), agudizado por el aumento de la compra de
combustibles por la pérdida del autoabastecimiento, y en el último año además
por la estrategia de importadores de adelantar operaciones por la expectativa
de una devaluación.
La diferencia de 7406 millones de
dólares de más importaciones de 2012 a 2013 se explica por el déficit cambiario
en la industria automotriz: 8178 millones de dólares.
El saldo de transferencia
cambiario por el comercio internacional de mercancías (cobro por exportaciones
y pago por importaciones de bienes) fue, en millones de dólares:
2010
|
17.837
|
2011
|
15.041
|
2012
|
14.673
|
2013
|
1.745
|
La caída de 12.928 millones de
dólares entre el año pasado y el anterior es un monto casi idéntico a la suma
de las dos siguientes cifras, en millones de dólares:
- Retención de liquidación de
exportaciones de oleaginosa y cereales: 4248
+
- Déficit de divisas de la
industria automotriz: 8178.
El resultado: 12.426.
Monto también similar a la
variación de reservas del BCRA en 2013:
-11.825 millones de dólares.
En lugar de sorprenderse de una
devaluación forzada, que mostró una vez más cómo el mercado cambiario es un
destacado impulsor inflacionario, generador de inestabilidad sociolaboral y de
ser injusta socialmente en términos económicos y financieros, los datos duros
del balance cambiario del Banco Central precisan dónde están las claves para no
caer nuevamente en la trampa.
*Publicado en Página12
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