jueves, 17 de febrero de 2011

TERCER MOVIMIENTO HISTÓRICO Y KIRCHNERISMO

Por Ricardo Romero*

Hay una afirmación que puede hacerse respecto a la política argentina, y es que para comprenderla, no hay que ser politólogo sino peronistólogo. Y quién mejor para analizar la realidad nacional que un estudioso del peronismo como Alejandro Horowicz, que ha comenzado a delinear algunos ejes de comprensión del escenario electoral, a partir de dos notas en Tiempo Argentino que hacen referencia a la historia del radicalismo (10/1/11) y del peronismo (17/1/11).

Sobre el radicalismo, sostiene como hipótesis central que fue la “solución electoral” por parte de las clases dominantes ante conflictos políticos que cuestionaron su poder. En tal sentido, expone el largo derrotero de la más que centenaria UCR, para definirla como un partido que no puede superar la matriz de acumulación agroexportadora.

En tanto que para el peronismo, el planteo es más complejo, porque habla de cuatro a la vez. El peronismo de Perón, de las primeras gestiones; el segundo, durante la resistencia; el tercero, devenido en una expresión de un socialismo nacional; y el cuarto, como un cierre a las banderas fundantes del peronismo, trazando una interesante línea de enlace entre Celestino Rodrigo (Isabel)–Martínez de Hoz (Videla)–Domingo Cavallo (Menem).

Ambos artículos colocan a estos movimientos históricos como expresiones de momentos críticos de la clase dominante. Como puntos de partida, para el radicalismo fija la Revolución del Parque, el 26 de julio de 1890, y para el peronismo la afluencia obrera del 17 de octubre de 1945. Y luego de describir la relación histórica de las clases dominantes con ambas identidades políticas sostiene que la fracasada intentona de Duhalde de expresarse como “partido del orden” (¿neocuarto peronismo?), provoca que el radicalismo se convierta en el epicentro de una oposición eficaz, por lo que deja para los sectores conservadores a Cobos o Alfonsín como triste destino.

Resta entonces pensar cuál es el rol histórico del kirchnerismo. Por relación generacional e identidades ideológicas, sería muy fácil asociar a los gobiernos de Néstor y Cristina con la llegada del tercer peronismo. Sin embargo, el contexto histórico, con fuerzas de izquierda gobernando en la región; los cambios sociales propios de la sociedad posindustrial; y la articulación de alianzas con sectores y partidos políticos de diferentes tradiciones ideológicas y populares muestran por el contrario una nueva forma del peronismo. ¿El quinto, quizás?

Incluso, si se observa la profundidad de la crisis de 2001, que provocó la fragmentación del esquema partidario y la desestructuración del patrón de acumulación financiera establecido en los ’70 y desplegado en los ’90, se podría sugerir el principio de un tercer movimiento histórico, en el que el kirchnerismo tiene el desafío de encontrar una matriz de desarrollo que supere los condicionamientos del sector exportador y garantice las bases económicas propicias para un país con igualdad y plena vigencia de derechos.

Quizás no se esté ante la presencia ni de un quinto peronismo ni de un tercer movimiento histórico, y esta etapa podría ser simplemente un kichnerismo. Pero para valorizar este período socio-histórico no se debe pensar sólo en la recuperación dada a partir de 2003, porque el esquema de tipo de cambio alto favorable a las exportaciones de por sí habilita una fase expansiva, sino por las transformaciones estructurales que él mismo propicia.

La crisis de 2001 hace saltar por los aires un esquema de acumulación financiera. Sin embargo, no cambia el peso del sector exportador en la economía argentina. Si bien hubo modificaciones en el esquema de propiedad de las tierras con concentración productiva hacia la soja, la Sociedad Rural (ahora con sus aliados en la Mesa de Enlace) continúa intentando marcar el ritmo de la economía y la política argentina. Y que el kirchnerismo no es una variante de gobierno para las clases dominantes, se manifestó en el conflicto sobre las retenciones. Por el contrario, las políticas de ciudadanización, integración latinoamericana y desarrollo económico chocan con una visión que reduce a la Argentina a los agronegocios.

Luego del voto “no positivo”, los sectores conservadores arremetieron políticamente llenando de candidatos las listas opositoras, tratando de controlar el Parlamento. Con el embate del Grupo A por las comisiones, en diciembre de 2009, parecía cumplirse el deseo de Biolcati de que gobierne la oposición.

Sin embargo, en vez de encuadrarse según los designios del capital agrario, el kirchnerismo, ahora encabezado por Cristina, impulsó líneas políticas que ampliaron su programa. Desendeudamiento, Asignación Universal por Hijo, matrimonio igualitario, entre otras medidas, permitieron recuperar la iniciativa y perfilar al movimiento hacia un nuevo mandato. Sin duda, las elecciones constituyen un momento clave en la política argentina, porque consolidan una fase de cambio. Duhalde intenta evitarlo a cualquier precio, pero la fortaleza política del gobierno parece resistir y así continuar con su agenda. Y quedan muchos puntos a superar. No sólo el agro es el problema económico en la Argentina, existen otras áreas concentradas, como la minería, que también requieren políticas específicas; la Ley de Glaciares es un paso en ese sentido.

La muerte de Néstor puso de manifiesto que el kirchnerismo tiene el potencial de un movimiento, especialmente como una fuerza que intenta recuperar la política y atrae a la juventud a ser partícipe de una propuesta que trata de construir su propia historia. Aquí, las clases populares juegan su destino.

*Politólogo UBA/UNSAM.

  Publicado en Tiempo Argentino

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