Por Roberto Marra
En todas las guerras la muerte se pasea oronda ante los “llamados a la paz” de los jerarcas internacionales, simples ejercicios retóricos e hipócritas para parecer no lo que no son, ni serán. Se suceden unos tras otros los actos más aberrantes, mientras se habla de “defensa de la democracia”, o “terminar con el terrorismo”, en esas reuniones donde se combate la verdad con el mismo ahínco con el que se vulneran los derechos humanos más elementales en los campos de batalla. El imperio y sus chupamedias permanentes, aparecen en primera línea para tratar de convencernos de la maldad de unos y la certeza de las acciones de sus “amigos con beneficios”, del otro.
La brutalidad venciendo a la inteligencia, la ignorancia abriéndose paso entre las neuronas gastadas de la población mundial, sometida al escarnio de la desinformación y la adoración al falso “dios mercado”. Los genocidas se muestran como salvadores de la humanidad, sus aliados como contribuyentes a la paz, los gobiernos que no comulguen con esas premisas, como enemigos de la vida y generadores del terrorismo.
Mientras tanto, los terroristas, creados a instancias de quienes después dicen que hay que combatirlos, cometen los actos para los cuales fueron preparados por el imperio y alimentados por los propios gobiernos de ese rara nación llamada Israel, cuya creación es el paradigma que los dueños del Planeta necesitaron entonces y ahora para dominar la región donde se asentó, sin que mediara una lógica territorial discutida con los originales del lugar. Algo muy parecido a lo sucedido en nuestras tierras americanas, donde también se arrasó, en nombre de la “civilización”, a sus antiguos habitantes.
Para combatir al terrorismo, el genocidio y el etnocidio. Para evitar el “triunfo del mal”, las peores aberraciones, los insultos más descarados al humanismo, todo envuelto en la parafernalia mediática hegemónica que nos entierra en la oscuridad de la mentira programada. El periodismo genuflexo, curándose en salud de represalias seguras provenientes de la fuerza arrasadora del Poder Real (siempre aliado al de las embajadas dominantes), comunica de forma tendenciosa y procaz, dejando de lado sus compromisos con la realidad, que olvidan a cambio del triste papel de voceros de quienes, además, son permanente enemigos de nuestro desarrollo soberano.
En realidad, la primera víctima de una guerra no es, como se dice habitualmente, la verdad, sino la condición humana. Es desde esa deshumanización que se generan las adhesiones los crímenes que nunca se castigarán, ni siquiera por el Dios al que se pretenda poner por delante de las decisiones genocidas que se tomen. Se arrasan ciudades y pueblos enteros, como si tal cosa fuera un juego de computadora, un simple envío de misiles con los cuales se acaban vidas humanas que se esconden de nuestros ojos para no generar, aunque sea, un mínimo de humanidad.
Sólo se ven imágenes restallantes del odio en forma de bombas y fuego, explosiones inacabables de edificios enteros, sin que se vean a sus habitantes aplastados en sus interiores. Se ocultan las miradas desesperadas de los desplazados o, lo que es peor, se les muestra como un ejercicio de la hipocresía televisada, con voces compungidas para mostrar sentimientos que no se sienten de verdad. Un ejercicio de la violencia programada, una muestra inaudita del desprecio por la vida de parte de los eternos violadores de derechos, los que nos cuentan sus historias malversadas para justificar el robo de los territorios y las masacres permanentes.
Y Dios, siempre Dios apareciendo en sus discursos del terror disfrazado de democracia. Siempre la defensa de sus horrores como metodología del profundo desprecio por otra cosa que no sean los intereses de quienes dominan el Mundo (hasta ahora). Siempre la cara de la mentira encaretada con palabras denostantes del “enemigo”, al que combaten matando a quienes no participan, repugnante sistema utilizado en las guerras para someter a los pueblos por el terror. Ese que, en nombre de represalias y venganzas, se ejerce contra los nadies, contra los que apenas acaban de nacer, contra los que no pidieron venir a un Mundo arrasador de conciencias y vidas, invariablemente atormentadas por los imperdonables y pretenciosos “ganadores” de las guerras fabricadas a medida de los que acumulan fortunas bien lejos del campo de batalla.
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