Por
Roberto Marra
Cuando
un grupo de personas desea ponerse de acuerdo para realizar una
determinada acción, indefectiblemente debe debatir, antes que nada
(y como mínimo), los objetivos que se pretenden alcanzar, las
metodologías a seguir, la caracterización del contexto y sus
actores y, por último, los roles de cada integrante del conjunto en
cuestión. No hacerlo en ese órden, aunque no anula las
posibilidades de alcanzar el éxito pretendido, sí puede
trastocarlas, desviar la atención hacia las pretensiones de
liderazgos antes que a los acuerdos sobre el qué, como y cuando de
las decisiones y, casi siempre, generar recelos y resentimientos
internos, que pueden llevar al fracaso y la disolución de la
pretendida unidad de criterios y el fin de la oportunidad de
modificar la realidad tal como se lo pretendía en un principio.