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En general, hablamos de “locura”, cuando una persona manifiesta una pérdida de control, su conducta se manifiesta irracional y no parece tener en cuenta las consecuencias de sus actos, que se verán como absurdos y alejados de la percepción de la realidad. En esos individuos pueden notarse anomalías en su comunicación con los demás, cuando sus formas de expresarse se tornan casi indescifrables, manifestándose a través de la repetición insistente de frases o palabras, aparentemente incoherentes con lo que, se supone, quiera expresar.
Esa, que no pretende ser una definición científica, permite acercarse a un fenómeno que se viene dando en nuestra sociedad y se repite en otros lares, donde hombres y mujeres de determinados sectores o clases asumen actitudes y discursos absolutamente reñidos con la realidad, desconectados de las manifestaciones concretas de los hechos.
Es así como se registran declaraciones, publicaciones, concentraciones o protestas que se realizan en nombre de la defensa de supuestos derechos vulnerados, pero que no son más que elaboraciónes absurdas con argumentos falaces y totalmente alejados de la realidad que, invariablemente, estos individuos quebrantan, y con satisfacción. Y resulta ser esa complacencia por menoscabar la realidad lo que los hace pasible de endilgarles la “locura” de sus desvaríos.
Claro está que no han llegado solos a esa instancia del delirio anti-realidad. Forman parte de una elaborada política comunicacional del Poder, que logra traspasar las capacidades resistentes del raciocinio e instalarse en las conciencias de grandes sectores de la sociedad. Es un proceso pensado para “fabricar” individuos anómicos, despreciativos de la verdad y de sus congéneres, capaces de entregar las vidas de sus familiares y las suyas propias, en nombre de “reglas” que nacen al calor de las injusticias creadas por ese Poder que los alimenta del imprescindible odio irracional que los guía hacia la autodestrucción.
Para conducir tamaña acumulación de necedades al servicio de los intereses de los pretendidos hegemones de nuestras sociedades, están algunos personajes de dudosa pertenencia a la especie humana, si no fuera por su apariencia exterior. Politiqueros inventados para cada ocasión electoral, se transforman en voceros y conductores de tamañas “locuras”, siempre acompañados por figurones del “periodismo independiente”, que no es periodismo pero sí demasiado dependiente.
No resulta ya extraño escuchar bestialidades como lo del supuesto veneno vacunal, o la inexistencia del virus que provocó la actual pandemia del Covid-19, cuando antes enviaron a un fiscal venal a desenterrar paródicamente supuestos contenedores repletos de billetes en la Patagonia. Como tampoco resulta raro ver a supuestas “damas” de la “alta sociedad” porteña portando carteles con la figura de la ex-Presidenta en una horca. Menos insólito es ver y escuchar a una ex-ministra de cuanto cargo exista, exhibiendo sus locuras beodas mediante llamamientos a desobediencias civiles ante los resguardos ordenados por la pandemia en curso.
La locura no está en los hospitales psiquiátricos. Allí residen, justamente, los enajenados por el sistema imperante, los olvidados por los pretendidos dueños de verdades absolutas. Los auténticos “locos” están merodeando los pasillos de los “palacios” de (in)justicia, inventando procesos incoherentes con los hechos que conocen, y de los que, invariablemente, fueron cómplices. La demencia se manifiesta en cada comunicación contra cualquier proceso que busque un mínimo de justicia social. La insanía mental se pone al desnudo cuando orates de dos patas intentan asumirse como líderes de “rebeliones” contra la racionalidad preventiva.
Estamos rodeados de desequilibrados con poder, los que los vuelve doblemente peligrosos, porque las vidas ajenas es lo que menos les importa. Estamos intrusados por sus comunicadores mediáticos, capaces de armar irracionales contextos falsos que den paso a enojos con los gobernantes que el Poder necesita quitarse del camino. El ridículo no es considerado como tal, sino como una virtual realidad de la que pretenden emerger “victoriosos” los cipayos ladrones de nuestras esperanzas (y nuestros bolsillos).
No es esta una locura que se pueda tratar con medicamentos psiquiátricos o sesiones de psicoterapia. Es necesaria una acción común de quienes todavía se sostienen dentro de la comprensión racional y sentimental de los hechos, para construir una “vacuna social” contra estos criminales de la palabra, asesinos de la historia, tránsfugas de personalidades camaleónicas, empresarios de la indusria de imbéciles en que se han convertido los medios de comunicación.
Es la defensa de la vida lo que se pone en juego con cada reacción a tantas “locuras” de los poderosos. Es la consecuencia con la herencia de tantas injusticias nunca redimidas. Es la condición para alcanzar la imprescindible humanidad que gobierne de aquí en más cada uno de los actos de esta sociedad enloquecida por los que nunca pudimos expulsar de sus sitiales de prerrogativas inalcanzables. Y debe ser el triunfo final sobre estas bestias desatadas que, ahora mismo, en medio de la desgracia pandémica, imponen sus “locuras” del privilegio por sobre la justa razón mayoritaria.
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