lunes, 10 de agosto de 2020

REBELDES SIN (JUSTA) CAUSA

Na Jugular-Dissecando vivos
Por Roberto Marra

La rebeldía es una fuerza interior en los seres humanos que los impulsa a promover cambios individuales o sociales. Es una predisposición casi natural de las nuevas generaciones para marcar sus diferencias con quienes les precedieron, una forma de intentar hacerse cargo de lo que sobrevendrá cuando adultos, adelantando posiciones adversas a “lo establecido”. Puede ser que esas rebeldías señalen verdades ocultas, tratando de promover modificaciones reales, o ser sólo una manera más de encontrar caminos propios entre las rígidas estructuras sociales que el Poder Real ha ido conformando a lo largo del tiempo.

Quienes se rebelan contra los poderosos, serán objeto de las persecuciones más persistentes, señalados como “sediciosos” o “subversivos”, habrán de sufrir las consecuencias de sus simples consignas de variaciones en las relaciones de poder. La rebeldía encuentra allí la muralla que se ha ido levantando desde el mismo momento en que la sociedad se conformó como tal, estableciendo, a lo largo del tiempo, las pautas conductuales admitidas y las que nó, sólo modificadas cuando el propio Poder no encuentra otra salida para la continuidad de su predominio.

Allí es que decide abrir una pequeña rendija en ese gigantesco muro de intolerancia, pero sólo para permitir que algo cambie para que todo siga igual, al menos en lo profundo de las relaciones, congelando a partir de ese momento otro período donde impedir que otras rebeldías contra sus poderíos puedan ser escuchadas y adoptadas por las mayorías sojuzgadas con el látigo de la mentira programada. Aunque a veces (muy pocas), la rendija se agrande lo suficiente para que se traspase a una nueva etapa, donde la dignidad perseguida y la justicia soñada parecieran que se podrán alcanzar.

Pero además de los auténticos rebeldes, esos y esas que han torcido la historia en cada época, están los que actúan como tales, los que aparecen como adalidades de libertades que no faltan o necesidades que no se necesitan. Son personajes creados por la maquinaria del horror mediático que todo parece avasallarlo, “hombrecillos” y “mujercillas” de escasas capacidades humanas pero exhuberantes maneras de comunicarse con los desprevenidos de una sociedad que transita sus urgencias como caminando por una cuerda floja. Esa cuerda está, en realidad, aflojada de exprofeso por los mismos que ordenan la aparición estelar de sus monigotes de ocasión para apabullar las ya demasiado oscurecidas mentalidades temerosas de los cambios que los auténticos rebeldes fueron estableciendo, para desesperación de los poderosos y sus acólitos.

Es así que debemos soportar la mañosa pretendida “rebeldía” de estos “James Dean” subdesarrollados, autoerigidos como adalides de libertades de poca monta, conductores de ejércitos de idiotizados por sus vanas consignas de escasas luces, pero repercusiones equivalentes a la grandilocuencia con las que son puestas en escena. La estigmatización de los líderes populares, sus denigraciones como personas y como conductores de la nueva experiencia de que se trate, son las balas con las que intentarán acabar con ese enemigo que ellos quieren ayudar a desaparecer, siempre a cambio de suculentas recompensas económicas del Poder al que sirven con particular fruición.

Hay una condición que nunca falta en estos marginales del falso periodismo y el histrionismo obsecuente del poder: son trepadores en la muralla de la obscenidad capitalista, peones ricos de los mandamases de turno, fugadores también de sus repugnantes acumulaciones monetarias, imitadores a ultranza de sus patrones hasta en los privilegios que nunca alcanzarán a gozar del todo, pero que promueven como si les fuera la vida en ello. Y les vá, claro que les vá.

La burla, el escarnio, el irrespeto, son las formalidades de sus teatralizaciones de escaso nivel intelectual, pero claro objetivo destructor de la realidad. La satanización de los adversarios es la base que los erige como supuestos “vivos”, una manera más que efectiva de convencer a su público, ávido de encontrar el camino a las “avivadas” que les saquen de la mediocridad de sus intelectos de dominados, convencidos por la parafernalia mediática de necesidades que no necesitan y objetivos ajenos que transforman en propios, pretendiendo parecerse a los que envidian, por lo que nunca será su salvación, más bien sus condenas.

Sostenidos por una “fama” tan espúria como sus dichos, reverenciados por sus seguidores como pastores de una especie de “iglesia” de la banalidad política, conducen con sus falsas “rebeldías” a una manada de enceguecidos sociales al precipicio de la patraña. Gritan desaforados sus odios implacables contra quienes intentan construir realidades diferentes a las que ellos defienden con el denuedo propio de los falsos profetas. Se revuelcan en el estiercol de sus palabreríos soeces, que sólo buscan destruir las esperanzas populares, atrancar la puerta de la historia, esconder las llaves secuestradas por el amo que sustenta sus intrascendencias y elevar el muro del conformismo, todo para frenar las verdaderas, las necesarias e imprescindibles rebeldías que, inexorablemente, lo habrán de derrumbar. Bajo sus escombros quedarán estos sucios “prometeos”, estos traidores sin moral, los “rebeldes” sin otra causa que el odio infinito a los simples sueños populares.

 

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