sábado, 15 de agosto de 2020

LA MURALLA DEL CINISMO

Por Roberto Marra

Cínica se le llama a la persona que se expresa siempre con deshonestidad, mintiendo a sabiendas y desvergonzadamente sobre cualquier hecho, aún cuando sepa que sus interlocutores intuyen o conocen la verdad que se oculta detrás de sus impúdicas aseveraciones. Estos individuos no reparan en los daños que provocan sus dichos y opiniones, en tanto les sirvan para sus beneficios personales o de grupo, dando rienda suelta a sus diatribas con el descaro propio de los perversos.

Quien más, quien menos, todos conocen algún personaje de estas características en sus relaciones personales. Pero el problema se multiplica cuando alguno de estos intolerantes a la verdad toman las riendas de un poder público, en representación de miles o hasta millones de electores que caen bajo sus nocivos influjos. Allí se desatarán aún más sus histrionismos falaces, para generar discursos donde manejan la mentira con la maestría que les es natural por sus condiciones... cínicas.

Girando alrededor de palabras elegidas para solventar sus monsergas distractivas, repetirán hasta el infinito una serie de frases hechas que no conducen a definición alguna, pero que les permite mantener una expectativa sobre lo que nunca sucederá, porque no desea que suceda y trabaja para ello. No se fijará en los penosos resultados de sus dichos y sus acciones, porque le importa mucho más la diferencia entre “el debe y el haber” de sus contabilidades especulativas, que la realización concreta de lo que esperan sus interlocutores, a quienes, sin embargo, mantiene enredados entre sus telarañas de expectativas irracionales en base a sentimientos provocadores de odios y rencores injustificables.

No son tontos ni ignorantes estos especímenes oportunistas e irreverentes de la verdad. Hábiles “gambeteadores” de cuanta duda se les pueda plantear, saben acoyararse con el Poder (cuando no forman parte directa de él) y mantener, al mismo teimpo, relaciones cercanas con sus enemigos ideológicos, respaldados en la que saben es su fuerza de convencimiento de atontados y odiadores seriales, con quienes conforman la “infantería” de idiotizados que los defenderán de las revelaciones de sus falsedades ideológicas.

La correlación de fuerzas políticas que logren establecer, será su garantía de permanencia y su carta fuerte frente a quienes actúan con la verdad en la mano. Sólo con esa herramienta, harán retroceder o, al menos, no permitir la continuidad de los procesos de cambios virtuosos que se haya planteado un gobierno de carácter popular. Con su “cara de píedra” a cuestas, mostrará sus supuestos resultados como éxitos, acompañado por una ristra de acólitos mediáticos que favorecerán sus discursos con relatos fantasiosos sobre esas falacias elevadas al rango de certezas inconmovibles.

A pesar de lo conocido de sus historias, estos personajes de la ficción política se mueven con habilidad entre las críticas. Realizan puestas en escena donde se parodian las realidades que les ocultan a “su público”, un auténtico amontonamiento de individuos que prefieren que otros piensen por ellos, mientras pasan ante sus ojos las realidades que nunca verán, simplemente porque no desean hacerlo.

En general, estos cínicos cuentan con una prosapia familiar que, aún cuando se asevere que las características psicológicas no se heredan, se nota que influye en sus concepciones sociales y sus pertenencias de clase. Desde esa historia de sus ascendientes, acumula una estirpe que permitiría, si se pretendiera conocer lo que se esconde tras ese muro de palabreríos fútiles y desconcertantes, el verdadero rostro de sus cinismos.

La especulación es el camino que eligen siempre para concretar sus ideas. La mirada torva establece toda una sensación de su objetivos, aún cuando los escondan con sus verbas siniestras. Sus silencios sobre los hechos más atroces y sus largas peroratas sobre sus pequeños éxitos, esconden siempre un negocio, algo que les permita acrecentar todavía más sus poderíos y alimentar la maquinaria prebendaria que los sostengan en el poder político y, de paso, sumar algo a sus fortunas personales.

La “justicia”, esa enmarañada manera de generar impunidad para los más fuertes y castigar a los más débiles que los alimentan, juega también a favor de estos impertérritos codiciosos. La pobreza y la miseria serán siempre simples “daños colaterales” que sabrán manejar ante sus enajenados seguidores, para arribar otra vez a la meta del escarnio y la desvergüenza en la que se mueven con tanto placer.

Mientras tanto, los auténticos políticos, los que producen realidades diferentes y revelan que las utopías a veces son realizables, estarán constreñidos por esos rivales inescrupulosos, sintiendo la obligación de considerarlos sus “iguales” en la actividad política, a sabiendas del peligro que representan para el desarrollo pretendido y contra la concreción de las metas que se hayan propuesto. Pero han sido votados para hacer que tales cosas se produzcan, ilusionando a millones de eternos luchadores del esfuerzo cotidiano por crear esas pequeñas felicidades que alimentan a los pueblos honestos y sencillos.

Eso debiera marcar el límite a las oscuras intenciones de los cínicos que todo parecen dominarlo. Eso tendría que establecer la marca que nos separe de semejantes engreídos de poderes que no merecen y sostenidos por parafernálicas materializaciones de falsedades ilimitadas. Es necesario desenmascararlos y exponer ante la sociedad sus verdaderos rostros, para terminar con tanta impudicia y deshonestidad al servicio de los enemigos del Pueblo. Y de la Patria, que sus antecesores supieron robarse con el mismo cinismo que ahora ellos utilizan para acabar con lo único que nos queda: la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario