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El liberalismo promete el mejor
de los mundos posibles: libertad, democracia, progreso, todo junto. Estado,
pero no tanto. Mercado, que viabiliza la libertad de cada uno y la felicidad de
todos. Cada uno busca lo suyo, pero el resultado es que todo queda mejor para
todos. Después del fin del socialismo soviético, tantos han buscado abrigo en
el liberalismo, socialdemócrata para algunos, directamente neoliberal para
otros. No tener que defender más el Estado ni los derechos. Basta promover la
“sociedad civil”, contra el Estado, contra los partidos, contra la política,
más allá de la superada división derecha/izquierda. Pero llega un momento en
que el liberalismo accede al gobierno, sea mediante golpes, sea por elecciones.
Llega su hora de la verdad, de mostrar en la práctica como combina, de manera
tan fantástica, tantas cosas buenas. Ahí comienza el striptease del liberalismo.
Porque fue en nombre del liberalismo que se han cometido y se siguen
cometiendo las peores barbaridades, en la economía, con las acciones políticas
correspondientes. Porque el mercado no se revela tan mágico, porque la libertad
pregonada no es de las personas, sino del capital, porque lo que viene no es el
poder de los individuos, sino del dinero.
Los golpes militares en América latina se han hecho en nombre de los
valores del liberalismo: defender la democracia en contra de los riesgos del
totalitarismo, defender al individuo en contra del Estado, proteger al mercado,
a las empresas, a los empresarios, la libertad de prensa respecto al
autoritarismo de los gobiernos. Más recientemente, el liberalismo sería la
tabla de salvación en contra del bolivarianismo, del chavismo, del lulismo, del
kirchnerismo, del evismo, del correísmo y otras variantes que amenazarían
nuestros países.
Pero cuando empiezan a gobernar, los discursos liberales cambian de
tono, de prometer se pasa a apelar al sacrificio, a los planteamientos de que
solo pueden quedar con empleos los más capacitados, que hay que pasar por un
período de sufrimientos para purgar las herencias populistas recibidas hasta
llegar al paraíso prometido por el liberalismo. Vienen desempleo, recortes de
salarios, poder transferido del Estado a las grandes corporaciones privadas. Y,
como corolario inevitable, represión, para contener a los que se movilizan para
defender sus intereses corporativos a expensas de los gastos del Estado.
En América latina en particular, el liberalismo ha resultado en
fracasos sucesivos. En el período más reciente, ningún gobierno neoliberal
ninguno resultó, ni en lo económico, ni en lo político. México y Perú son
países que han dado continuidad a modelos neoliberales y son los países donde
la situación social de la población menos ha mejorado o incluso ha empeorado
entre las sociedades latinoamericanas.
Los candidatos liberales proponen combinar duros ajustes fiscales con
políticas sociales, porque en las campañas electorales es fácil decirlo. Pero
cuando ganan, tienen que enfrentarse con los dilemas concretos de la realidad y
ahí tienen que demostrar si eso es compatible.
El gobierno de Mauricio Macri en Argentina tiene la responsabilidad de
intentar probar lo que los liberales pregonan en sus campañas electorales.
Pareciera ser que efectivamente Macri y sus ministros creen en lo que
planteaban en la campaña y ponen en práctica un duro ajuste fiscal, conforme
los preceptos que siempre han avalado.
Se ve que en la Argentina de hoy, no es la libertad de la gente, sin
las trabas del kirchnerismo, lo que se impone, sino la libertad de los
capitales, de los grandes empresarios, de las grandes corporaciones, hasta de
los fondos buitre. Sin el contrapeso del Estado, no son los individuos los que ganan
poder y libertad, sino los grandes pulpos económicos y sus representantes, en
la prensa y en los economistas que hablan por el capital.
Las promesas del liberalismo quedaron en la campaña. Se ofrece un
largo camino de espinas para los que sobrevivan, llegar al jardín de rosas del
liberalismo. Todo el sufrimiento es imputado a los largos 12 años de engaño, en
que los argentinos tenían la ilusión de que comían mejor, de que vivían mejor,
de que la sociedad era menos injusta, de que tenían una posición externa
soberana, de que eran hermanos de los latinoamericanos, de que los retratos en
la Casa Rosada eran de sus líderes, de que Argentina había superado la peor
crisis de su historia.
Definitivamente no se pude hacer la historia del liberalismo, porque
desnudaría en qué han resultado sus promesas. Europa tuvo el momento más
generoso de su historia con los Estados de bienestar social. Europa fue menos
desigual, cuando fue menos liberal. Hoy se vuelve brutalmente injusta de nuevo,
bajo las ilusiones liberales.
Eso es lo que el liberalismo promete para Venezuela, que es lo que les
gustaría hacer de Brasil, de Ecuador, de Bolivia, de Uruguay. La historia del
liberalismo es la historia de los peores fracasos en que se trasforman sus
promesas de libertad y democracia, que desembocan en injusticias, exclusiones
sociales, represión.
*Publicado en Página12
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