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Cada tanto, y favorecidos por
una estrategia muy bien planificada por mentores que quedan en las sombras,
muchos ciudadanos, y no sólo de Argentina, muestran comportamientos
ultrarreaccionarios. Estigmatizan grupos, ejercen violencia verbal y sus
expresiones se viralizan en las redes y en los medios tradicionales. En estos
días de la finalización del mandato presidencial de Cristina Fernández de
Kirchner, más que nunca se escuchan los peores improperios a la denominación y
presencia de la agrupación La Cámpora (que según el diario Clarín hasta
manejaban el “servicio meteorológico”).
Como si un sentimiento vil, mezcla de venganza, envidia y pensamiento
reaccionario, se hubiera apropiado de cierta ola ciudadana, se dicen palabras
aberrantes, se inventan historias mentirosas y hasta algunos repiten como
primates supuestas irregularidades en la actividad de la militancia sin tener
comprobación alguna sino que se reiteran frases –de ahí lo de primates– porque
algún comunicador de moda las ha dicho. Mantengo vínculo con agrupaciones
estudiantiles desde hace muchos años, miles de jóvenes pasaron por la cátedra
universitaria que dirijo. Algunos han alcanzado notoriedad pública mediática,
política, social, de la más diversa índole e ideario. Nadie niega que, cuando
se trata de cualquier agrupación, partido u organización, puede haber habido algún
personaje con renuncios. Pero cuidado, los dedos acusadores generalizan,
personajes con capacidad de micrófono hablan o escriben impunemente como si se
promoviera con las palabras una suerte de razzia fundamentalista contra los
jóvenes militantes por el sólo hecho de serlo. Una palabra clave es
“corrupción” repetida hasta el cansancio. Como si siguieran, sin saber, el
manual de estilo de consultores internacionales, usan y requeteusan tal palabra
abstractamente sin evidenciar fuentes que permitan la verificación, o bien, sin
sonrojarse suman fuentes “truchas”. Lo que no se dice es que las acusaciones de
mentirosos y corruptos, al menos en el caso argentino, configuran una cortina
de humo eficaz para debilitar al contrincante ya caído ante la sociedad y a la
vez para que la opinión pública no tome conciencia de los proyectos reales del
vencedor que, por lo que se avizora, son, cuanto menos, de disminución de
derechos. El triunfador no dice “No nos gustan esos jóvenes porque sueñan con
un país más justo y con mayor redistribución de la riqueza”, no dicen “No
queremos distribuir”. Apelan a la emotividad y se yerguen como sacerdotes de la
misión anticorrupción. Desde ese lugar que finge pureza acusan, señalan,
inventan.
Hubo una época en la que ser joven militante de izquierda –lo sé bien–
era algo así como ser descendiente del diablo mismo. Se le solicitaba no
hablar, no decir, o se lo molía a palos cuando intentaba acompañar una
protesta. También las dictaduras se ensañaron con militantes marxistas,
trotskistas y de las juventudes peronistas, entre otros, una herida aún abierta
y que no va a cerrar hasta que se concreten todos los juicios contra quienes
cometieron delitos de lesa humanidad.
Con menos dramatismo, muchos jóvenes de agrupaciones universitarias
fueron estigmatizados. Incluso si acaso la propia agrupación había tenido
actitudes cuestionables, no necesariamente ese sayo les debía caer a todos los
integrantes de la organización. Sin embargo eso sucedió. Pregunten a los
adultos que fueron estudiantes alfonsinistas de la Franja Morada a principios
de los 90, que luego no tuvieron tribuna, se quemaron como dicen los más
jóvenes, e incluso su propia agrupación cambió de nombre y que con el tiempo
miraron un tanto azorados cómo por un lado continuaba el rechazo o la
dispersión y, por otro, sus referentes partían a integrarse en Propuesta
Republicana y se convertían en funcionarios.
Cuando las inundaciones en Santa Fe y en provincia de Buenos Aires,
muchos jóvenes “K” se organizaron para colaborar con eficacia en terreno y
poniendo el cuerpo como pocos lo habían hecho. Sin embargo, de eso no se habla
y aún hay pintadas en la ciudad de Buenos Aires que los agravian con el “andate
a trabajar”.
Más específicamente, ¿por qué se la agarran con La Cámpora? ¿Por qué hay
una suerte de clisé anti k que estigmatiza a la agrupación con un facilismo
impresionante? ¿Por qué se miente tanto? En realidad ¿contra quién apuntan?
¿Contra Cristina Fernández de Kirchner, su líder? ¿Y por qué motivos? ¿Porque
se plantó ante los fondos buitre? ¿Porque en el mejor momento del mundo sojero
pretendió que pagaran impuestos? ¿Porque propició una ley antimonopolios
mediáticos? ¿Porque mejoró la vida de mucha “negrada”? ¿Porque no siguió los
mandatos del país del Norte que pedía pagar ciegamente la deuda con enormes
intereses? Seguramente ahora el gobierno entrante con acuerdo del establishment
va a ajustar y va a decir que no le quedó otro remedio que contraer deuda
porque las arcas estaban vacías y marcará culpables con la complicidad judicial.
Se rasgarán las vestiduras y, nuevamente, hablarán de corrupción. No les
creamos. Ya constituye una acusación leit motiv hacia todos los gobiernos
populares de Latinoamérica. La verdad no dicha es que en silencio los
acusadores pseudopuristas volverán a hacer negocios con la banca internacional
ganando probablemente muy buenas comisiones, y, para colmo, perfeccionarán
narraciones emotivas, con la invención de culpables. Una vez Cristina dijo,
como al pasar, si me pasa algo miren al Norte. Recordémoslo. El estigma corre
por todos lados, y muchas veces, como ahora recala en los jóvenes y en su
líder. Sin dramatismo, con humor, con los ojos bien abiertos, con mirada
solidaria, y mucha presencia en el espacio público, proclamemos libertad de
pensamiento y no les creamos.
* Docente e investigadora Fac.
de Ciencias Sociales. UBA.
Publicado en Pagina12
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