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En tiempos de buitres y ataques
permanentes a la Argentina por parte de los especuladores del sistema
financiero internacional, vale la pena detenerse en otro aspecto en el que
nuestro país es víctima de fuertes críticas: la política comercial. En efecto,
de la misma manera que a nuestro gobierno no le perdonan haber llevado adelante
una reestructuración de su deuda externa sin precedentes, tampoco le perdonan,
que pretenda implementar una política industrial y comercial autónoma, con
objetivos propios de desarrollo económico y social.
Por ello, es necesario clarificar algunas cuestiones respecto de cómo
funciona el sistema multilateral de comercio y a quiénes benefician sus reglas.
En primer lugar, existe un doble estándar que, “casualmente”, beneficia a los
países desarrollados, respecto de qué tipo de proteccionismo está permitido y
cual no. Estos países aplican una gran cantidad y variedad de medidas
proteccionistas como cuotas, aranceles prohibitivos y obstáculos técnicos,
entre otras, aplicados bajo discutibles argumentos de seguridad del consumidor.
A pesar de que pregonan en todos los foros internacionales la eliminación de
cualquier tipo de trabas al comercio, no sólo no han atenuado sus niveles de
proteccionismo, sino que lo han profundizado a partir de la crisis
internacional iniciada en 2008. Un ejemplo claro de esta situación es que las
importaciones de una gran variedad de alimentos que provienen mayoritariamente
de países en desarrollo, como la manteca, el arroz, la carne, el trigo y el
maíz tienen aranceles que superan el 600 por ciento, cuando el arancel promedio
aplicado por la Argentina a todos los productos es de tan sólo el 11 por
ciento.
En segundo lugar, los países desarrollados también aplican una gran
cantidad de medidas sanitarias y fitosanitarias que obstaculizan las
importaciones, generando enormes obstáculos a países como la Argentina (como el
caso de los cítricos o la carne, que durante años no pudo ingresar al mercado
de los Estados Unidos), por el nivel de discrecionalidad y escasa transparencia
en su aplicación, sin siquiera considerar los estándares internacionales
pertinentes. Incluso, los adalides del libre comercio y el respeto a las normas
internacionales ignoran sistemáticamente los fallos del Organo de Solución de
Diferencias de la OMC (Organización Mundial de Comercio) cuando van en contra
de sus intereses. Las restricciones al ingreso al mercado europeo de productos
agrícolas en los cuales se utilizó la biotecnología en su producción son un
ejemplo, entre otros.
Resulta llamativo que los países que acusan a la Argentina de
proteccionista son los que en los últimos años recibieron la mayor cantidad de
denuncias de otros miembros de la OMC por sus prácticas comerciales. En este
sentido, en los últimos veinte años la Unión Europea, Estados Unidos y Japón
recibieron 236 demandas por violar las normas del comercio internacional, lo
que representa casi la mitad de los casos planteados ante el Organo de Solución
de Diferencias (unas 500 desde 1995). En la mayoría de los casos en los que se
concluyó que habían violado las reglas de la OMC, estos países ni siquiera
implementaron las recomendaciones efectuadas por el organismo para corregir la
situación y ajustar las medidas de acuerdo con las reglas del sistema
internacional de comercio.
Los ejemplos mencionados son reflejo de un sistema multilateral de
comercio profundamente desequilibrado, en donde las reglas establecidas no
garantizan a los países en desarrollo los espacios necesarios para aplicar
políticas económicas y de inclusión social. Políticas que además son
interpretadas por los países desarrollados de acuerdo a sus propios intereses,
a través de una suerte de doble discurso, en el que por un lado presionan sistemáticamente
a los países en desarrollo pregonando las bondades del libre comercio, mientras
por el otro profundizan la protección en sus propios mercados.
Resulta paradójico que quienes en el transcurso de la historia
desarrollaron sus propias economías a través de prácticas comerciales
proteccionistas, ahora pretendan instalar el paradigma de que el libre comercio
es la única herramienta posible para el desarrollo. En este sentido, la
eliminación del doble estándar del sistema multilateral de comercio representaría
un primer paso para empezar a equilibrar el terreno entre los países ya
desarrollados y aquellos que buscan el camino para alcanzarlo.
*Publicado en Página12
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