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Otro rasgo del discurso del poder es su pretensión superadora de las
ideologías. Según éste, izquierdas y derechas son categorías del pasado.
Nosotros, en cambio, reconocemos que está superada la etapa de la pura Guerra
Fría, con dos usinas ideológicas muy claras situadas en Washington y Moscú.
Pero ello no implica que no haya dos grandes cosmovisiones sobre cómo ubicarse
ante temas centrales como el Estado o la búsqueda de la igualdad.
Sigue habiendo quienes sostienen
que para un país como el nuestro lo mejor es adherirse al destino de la
potencia hegemónica de turno, el Imperio Británico o los Estados Unidos, según
el momento. Y por otro lado quienes creemos que sólo podremos afrontar con
éxito nuestros problemas desde la Integración con nuestros hermanos de la
región. Siguen estando los que creen que la pobreza es una consecuencia natural
para quienes no saben adaptarse a los juegos del mercado. Mientras, para
nosotros, si dos niños son el día que nacen ontológicamente iguales, y luego
uno de ellos tiene la posibilidad de alimentarse, vacunarse y educarse y el otro
se queda sin dientes por ingerir agua contaminada, eso es consecuencia de la
política, no de la naturaleza.
Habitualmente, el poder no hará referencias ideológicas, sino una apelación a la eficiencia de gestión. En ese caso, nosotros decimos que la dictadura fue muy eficiente a la hora de gestionar el terrorismo del Estado, y el menemismo también lo fue a la hora de gestionar la destrucción del Estado, entre otros ejemplos. Es decir, la gestión política no puede desvincularse de un determinado sistema de valores, de una escala de prioridades que preceden la gestión de gobierno, y señalan en nombre de qué intereses sociales se ejerce esa gestión. Por último, decir que en la inmensa mayoría de los casos, si se escarba en el fondo del pensamiento de quienes dicen que izquierdas y derechas ya no existen, profesan ideologías que son claramente de derecha.
POLÍTICA Y MORAL.
EL AMPARO DEL PODER JUDICIAL.
HACIA NUEVOS PARADIGMAS.
Habitualmente, el poder no hará referencias ideológicas, sino una apelación a la eficiencia de gestión. En ese caso, nosotros decimos que la dictadura fue muy eficiente a la hora de gestionar el terrorismo del Estado, y el menemismo también lo fue a la hora de gestionar la destrucción del Estado, entre otros ejemplos. Es decir, la gestión política no puede desvincularse de un determinado sistema de valores, de una escala de prioridades que preceden la gestión de gobierno, y señalan en nombre de qué intereses sociales se ejerce esa gestión. Por último, decir que en la inmensa mayoría de los casos, si se escarba en el fondo del pensamiento de quienes dicen que izquierdas y derechas ya no existen, profesan ideologías que son claramente de derecha.
POLÍTICA Y MORAL.
Relacionado con esto está otro rasgo que Edgardo Mocca, en un
artículo reciente, denomina la ‘pretensión estrictamente moralizadora de la política’,
la identificación moral /política. Desde luego que yo brego para que en
política se respeten los valores morales, y mi posición sobre la relación entre
la política y la ética he tratado de honrarla con mi propia historia. Sobre lo
que quiero advertir es sobre una lógica del poder –que ya la había planteado
Carrió con su ‘contrato moral’– que pretende decirnos: ‘en mi partido están
todos los que no roban’. Y eso clausura la discusión ideológica. En cambio, en
mi partido –o mejor, en mi espacio, en mi fuerza política y social que es mucho
más que un partido– no sólo es requisito no robar, sino también lo es no
sostener políticas antagónicas con el interés de los más humildes, profundizar
el proyecto nacional y popular, gravar las rentas extraordinarias, defender el
Estado, el mercado interno y la pertenencia a Latinoamérica y el Caribe. En
definitiva, esta pretensión exclusivamente moralizadora de la política –e
insisto que mi posición no busca renegar de la moral– encubre la reducción a
debates parciales que posponen o clausuran el debate general, estructural,
sobre la exclusión, la pobreza, la igualdad, la distribución de la riqueza. Y
si bien quedarse con un vuelto del Estado es un acto de corrupción de por sí
muy condenable, eso no puede hacernos perder de vista la corrupción de aquellos
que, ideológicamente, han promovido la desestructuración del Estado nacional,
el cierre de empresas, la pérdida de puestos de trabajo. En este caso ya no
estamos hablando de una malversación individual del dinero público que debe ser
sancionada por la Justicia, sino de un ataque al patrimonio de toda una
sociedad, mediante el cual, además, se han cobrado ingentes comisiones
personales. En un país con el pasado reciente como el que ostenta la Argentina,
suelen desfilar decenas de ex funcionarios de la energía, de la economía, de
las privatizaciones, que exhiben en regla sus papeles ante un poder judicial
cooptado por los conglomerados financieros, pero que a su vez son responsables
de políticas públicas de una inconmensurable ilegitimidad e inmoralidad, y por
lo tanto, corruptas. Y que suelen presentarse como portavoces del saber técnico
o económico, cuando son, en realidad, lobistas del poder. En suma, la cuestión
moral de la Argentina es confrontar contra un orden esencialmente injusto. De
aquí que la primera virtud moral de esta etapa histórica es haber puesto en
debate el orden hegemónico, porque ese es el primer pre-requisito para
construir la herramienta que lo modifique.
EL AMPARO DEL PODER JUDICIAL.
Por último, dos palabras sobre nuestro sistema
judicial. Un sistema judicial que procesa a quien roba una bicicleta –lo que no
está mal–, pero perdona a quien le saca del bolsillo el 13% de los salarios y
jubilaciones a los ciudadanos. Es decir, que está preparadao para la defensa a
ultranza de la propiedad privada individual, sumida en el más profundo y
recalcitrante liberalismo, y tolera al mismo tiempo la depredación y el saqueo
del patrimonio colectivo.
Desde esta perspectiva, luego de cuatro años la Corte Suprema declaró la constitucionalidad de la Ley de Medios. Su texto establecía el plazo de un año para la adecuación a los límites anti-monopólicos dispuestos en ella, a aquellos grupos que se excedieran de la cantidad de licencias que la propia ley permite. Al posponerse por cuatro años su vigencia por razones judiciales, el grupo dominante no sólo usufructuó del año permitido, sino de los tres años de falta de cumplimiento de la ley, para facturar la tarifa de cable mes por mes y abonado por abonado, con lo cual pudo financiar el salto tecnológico de estos últimos años, en detrimento de los sectores sin fines de lucro que la ley reconoce, que son los más débiles financieramente, y que no pudieron obtener esos recursos por un capricho contra-mayoritario y no democrático de nuestro sistema judicial ultraliberal.
Desde esta perspectiva, luego de cuatro años la Corte Suprema declaró la constitucionalidad de la Ley de Medios. Su texto establecía el plazo de un año para la adecuación a los límites anti-monopólicos dispuestos en ella, a aquellos grupos que se excedieran de la cantidad de licencias que la propia ley permite. Al posponerse por cuatro años su vigencia por razones judiciales, el grupo dominante no sólo usufructuó del año permitido, sino de los tres años de falta de cumplimiento de la ley, para facturar la tarifa de cable mes por mes y abonado por abonado, con lo cual pudo financiar el salto tecnológico de estos últimos años, en detrimento de los sectores sin fines de lucro que la ley reconoce, que son los más débiles financieramente, y que no pudieron obtener esos recursos por un capricho contra-mayoritario y no democrático de nuestro sistema judicial ultraliberal.
HACIA NUEVOS PARADIGMAS.
Mi mensaje final es esperanzador. Tomaré sólo el
ejemplo de muchas Universidades públicas, como la mayoría de las del conurbano
de la Provincia de Buenos Aires. El hecho de que el grueso de sus estudiantes
proviene de familias muy humildes y constituyen una primera generación de
universitarios, es una señal muy clara de la movilidad social ascendente de
estos años. Ellas y ellos recibirán, al cabo de su carrera, un nivel de conocimientos
y una oportunidad de ingresos propios de las clases medias. Pero, a partir de
una formación humanista, es de esperar que no reproduzcan el pensamiento
aburguesado e individualista de vastos sectores medios tradicionales de nuestro
país, sino que sean portadores de una estructura de pensamiento más acorde con
su pertenencia social y agradecida de las políticas públicas que le permitieron
ese ascenso social, de modo de constituirse en protagonistas de la
contra-hegemonía cultural que tanto trabajo nos está costando.
*Publicado en Tiempo Argentino
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