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Expiación: como la mayoría de los argentinos he sido víctima de varios
robos y asaltos a lo largo de mi vida. Rompieron un par de veces los cristales de
mi auto para llevarse el autoestéreo, me han robado dos computadoras, me han
sustraído un celular, me han puesto una 45 en la cabeza y amenazaron a mis
padres delante de mí y debimos soportar cómo intentaban vaciar lo que por
entonces era mi casa. Por lo tanto, en mi condición de víctima en repetidas
ocasiones, tengo derecho a expresar mis ideas con absoluta legitimidad.
Hago esta aclaración, porque en
el debate muy magro y muy pobre que la sociedad argentina está realizando en
las redes sociales, en los medios de comunicación y en los espacios públicos
pareciera jugarse el deporte de conteo de costillas para ver quién ha sido más
víctima y, por lo tanto, quién tiene derecho a opinar sobre la cuestión.
Los partidarios de la
bestialización de la sociedad utilizan a menudo el flaco argumento de
"usted defiende a los delincuentes porque no ha sido víctima de un robo.
Yo que tengo el privilegio de haberlo sufrido en carne propia poseo carta libre
para sostener que a los delincuentes hay que sumergirlos en ácido
muriático."
Lamento contradecirlos, pero
haber tenido una experiencia determinada no ofrece superioridad moral para
comprender un hecho. Es más, la subjetividad con que se analiza la cuestión lo
inhabilita para tener un juicio despejado y desapasionado del hecho en
cuestión.
Ser víctima no ofrece impunidad.
Que alguien haya sido víctima de un robo no le da permiso para realizar otro
robo. Quien es partidario del primitivo "ojo por ojo", lejos de ser
un individuo moderno, atrasa más de 3500 años en el proceso de elaboración de
un pensamiento ético.
Es decir, el indignado hombre de
Palermo que en su imaginario cree que el linchamiento le da
"prestigio" está razonando, con suerte, como un desharrapado
habitante del imperio babilónico conducido por el célebre rey Hammurabi.
Lo asombroso es que los
"linchadores" serían castigados, incluso, bajo el imperio del
"ojo por ojo, diente por diente". A quien roba un bolso, se le
debería robar un bolso. Y no más. El Antiguo Testamento, que también era un
código progresista para la época, expresaba claramente que no se debía ir más
allá del justo castigo. Y que, a lo sumo, debía ser "ojo por ojo". El
linchamiento público, como supera el "ojo por ojo", genera un nuevo
delito, que, según la lógica de los primitivos ciudadanos hammurabianos de hoy,
debería ser castigado con otro linchamiento o, supongamos, con un balazo en la
cabeza por parte del hermano del linchado.
Tener que debatir esto en pleno
siglo XXI demuestra el retroceso intelectual, moral y ético en el que estamos
envueltos los argentinos.
Observemos el absurdo: las
familias de los 30 mil desaparecidos, en vez de exigir justicia durante 30
años, se deberían haber dedicado a violar, torturar y asesinar a los
delincuentes de lesa humanidad. Los trabajadores de una fábrica cualquiera en
la que el patrón evadiera impuestos y no pagara las cargas sociales ni la
jubilación, "tendrían derecho a linchar" a su empleador por robarles
el descanso futuro a sus trabajadores.
Habría que preguntarse: la
Constitución garantiza derecho al trabajo y a la vivienda digna, ¿quienes
sienten vulnerados estos derechos están legitimados por la razón que les asiste
para linchar a los que sí tienen trabajo y vivienda? ¿Tienen derecho a la
revolución violenta?
Por último, el más incoherente de
los enunciados sería el siguiente: una mujer abusada tendría derecho a abusar
de su abusador. O al padre de un niño abusado, le permitirían abusar del hijo
de su abusador. Nada mejor que el absurdo para demostrar los desatinos.
Una sociedad como esa sería un
desquicio. Y quienes defienden este tipo de lógicas, unos desquiciados. Asusta,
entonces, que haya tantos desquiciados en la sociedad argentina y en los medios
de comunicación. La crueldad discursiva y práctica sólo justifica y engendra
mayores crueldades. Un problema para el "progresismo". En una
economía como la argentina, jibarizada, en una sociedad sin "pacto
social", la cuestión de la delincuencia siempre es un puñal en el pecho de
toda persona con preocupaciones por los demás individuos.
A nadie sensato se le escapa el
hecho de que la delincuencia es producto de determinado tipo de relaciones
sociales. Lo que no significa que la pobreza genere delincuentes, sino que las
relaciones de inclusión entre pobres y ricos, y en relación de estos con los
diferentes tipos de delitos genera marginalidad.
Un pibe pobre que es
sistemáticamente excluido y vilipendiado no tiene ningún tipo de obligación
para con su semejante convertido ya en "Otro". Para ese muchacho, una
persona de clase media ya es un "Otro", un ajeno, un extranjero que
previamente realizó esa misma operación con él. Por lo tanto, el robo, el
balazo, el abuso es una forma de pago por los "favores" recibidos.
Esta explicación sobre las raíces
del delito impide que el progresismo pueda pensar y llevar adelante políticas
represivas hacia esos sectores.
Para la "derecha" (en
términos genéricos), en cambio, no hay conflicto. El delincuente no es un
producto social sino que sus actos son pura y exclusivamente responsabilidad de
la persona. No hay circunstancias ni contextos, duro individualismo.
A ese desquicio se le suma un
darwinismo social rancio y atrasado –surgido a fines del siglo XIX– que da el
marco de justificación para que los "pobres sean pobres" sin razones
de interrelación social y una clasificación "positivista" en la que
el pobre es generalmente "negro de mierda", con "tendencias a la
peruanidad y bolivianidad". Este caldo fascistoide, chabacano,
cualunquista, producto de la peor de las ignorancias que es la imposibilidad de
"ponerse en el lugar del otro", sólo tiene como única respuesta el
linchamiento colectivo, o el aumento del plomo caliente oficial salido de las
armas policiales. Porque este pensamiento condena al Estado simplemente a la
represión de los delitos contra el derecho de propiedad privada.
A nadie escapa que la solución al
tema de la inseguridad no es la represión simplemente. Ni tampoco la búsqueda
de explicaciones sociológicas. Una buena combinatoria entre "pacto
social", inclusión, mayor educación, cambio cultural, y represión del
delito, con una policía adecuada pareciera ser el camino a seguir. En este
tema, los políticos no pueden hacerse los distraídos, no deben seguir la agenda
de los desquiciados. Que el desquicio genere una subida en las encuestas a corto
plazo no los obliga a miserabilizarse. Sean del partido que fueran.
No se trata de una cuestión de
oficialismo u oposición; de kirchnerismo o antikirchnerismo; ni de izquierdas y
derechas; se trata de la vida y la muerte. La cartera de nadie vale una vida.
La billetera de nadie vale la vida, ni de su propietario ni la de un
delincuente. Los argentinos debemos comprender que no se juega con los
absolutos. Estigmatizar no es ser moderno, es ser bruto, sin más. La modernidad
es el pensamiento democrático, pluralista, incluyente. Generar ciudadanía es un
paso muy importante. Pero por sobre todas las cosas, la sociedad argentina debe
generar "humanidad". Hay millones de argentinos que deben ser
incluidos en los parámetros de la dignidad humana. Sin "pacto
social" no hay paz posible.
*Publicado en Tiempo Argentino
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