En las semanas previas a la cumbre del Mercosur, que se realizó en Paraguay, los diarios La Nación y Clarín publicaron diferentes artículos en los que se puso en duda la utilidad e incluso la propia existencia fáctica del proyecto regional que integran la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En el diario fundado por Bartolomé Mitre predominó la idea de un “regreso a las fuentes”, que implicaría el retorno a la visión neoliberal del proceso de integración o incluso (como propuso Orlando Ferreres) su remplazo por una serie de acuerdos comerciales que harían resurgir la idea de un ALCA bilateral, heredera de la concebida en los Estados Unidos durante la presidencia de George Bush. En el matutino dirigido por Ernestina Herrera de Noble, por su parte, se sostuvo, en base a un documento del diputado Claudio Lozano, que el Mercosur constituye “una ficción” sin incidencia en la trayectoria de nuestros países. Frente a estas visiones fatalistas, en especial la que niega la propia existencia del Mercosur, yo quiero dejar sentado que en mi opinión la estrategia de integración de la Argentina ha sido, es y debe seguir siendo una política de Estado. Necesita seguir contando con el mayor nivel de consenso posible para que su desarrollo se prolongue en el tiempo, dado que las cuestiones trascendentes exceden normalmente uno y, a veces, varios períodos de gobierno.
¿Quiere decir esto que las del Mercosur son políticas asépticas, desideologizadas? No, todo lo contrario, como lo demuestra la historia reciente. En los ’80, las conversaciones y acuerdos de Alfonsín-Sarney, que dieron lugar al consenso inicial de los gobiernos de Brasil y la Argentina, apuntaron, en principio, a establecer un acuerdo político que garantizara la paz y la democracia en la región. ¿Esos objetivos, se cumplieron o no? ¿Serán una ficción? ¿O carentes de importancia?
Cuando se formalizó el nacimiento del Mercosur, en 1991, ya vivíamos la década menemista y el apogeo del Consenso de Washington, lo que incidió fuertemente en la impronta neoliberal del Tratado de Asunción. No obstante, esa carga ideológica debió pasar por un análisis crítico: fue afirmada en parte y rectificada en otros aspectos, ya que era un Mercosur pensado con mucho mercado, poco Estado y escasa institucionalidad. El tratado no es por lo tanto una verdad revelada: yo diría más bien que ha pasado parcialmente los desafíos que se impusieron nuestros países, y hoy el Mercosur constituye una realidad en construcción, como la de todos los procesos de integración en el mundo, debido a los desafíos de cada época histórica en que se desarrollan.
En lo que va del siglo, y después de enormes crisis en nuestros países, como la de Brasil en 1999 y la Argentina en 2001, el Mercosur busca ser, a la vez, una práctica de integración y un permanente replanteo sobre las dimensiones del proyecto regional. Nadie niega la importancia del comercio, pero hemos incorporado otros aspectos que creemos que hay que tener en cuenta, como por ejemplo el valor agregado en nuestra producción y el empleo de calidad. ¿Será casualidad, o una ocurrencia de los gobiernos de turno? ¿O después de haber tenido casi 27% de desocupados en nuestro país hemos aprendido que no hay integración sin trabajo?
El comercio entre nuestros países se multiplicó por diez desde la creación del Mercosur y hoy, a diferencia de los ’90, el intercambio de casi U$S 50 mil millones es básicamente de manufacturas, tanto de origen industrial como agropecuario, lo que incide fuertemente en la creación de empleo digno, uno de los emblemas de nuestros gobiernos.
Por otro lado: ¿tener un código aduanero acordado mejorará o no la circulación de bienes? Yo estoy convencido de que sí. Debemos avanzar, además, en la coordinación macroeconómica, como también reducir las brechas estructurales y las asimetrías, pero no hubiéramos progresado tanto sin la actitud integracionista de Lula da Silva y Néstor Kirchner, de Dilma Rousseff y Cristina Fernández.
¿Sabe el señor Oña, que escribió el artículo de Clarín, que en estos años se estableció un Fondo de Convergencia Estructural de U$S 100 millones anuales para combatir las asimetrías en Paraguay y Uruguay, y que lo aportan en un 97% Brasil y la Argentina? ¿Qué piensa este periodista de la decisión de los dos países de establecer un mecanismo de comercio con monedas locales? Además: ¿Sabrán los columnistas de La Nación y Clarín que en estos años incorporamos distintos mecanismos para la participación de la sociedad civil? También lo hemos hecho para que la ciudadanía pueda votar los parlamentarios del Mercosur. El haber elegido un Alto Representante del bloque, y poder avanzar hacia un cuerpo colectivo, son avances cualitativos innegables.
En síntesis: podríamos seguir polemizando sobre otros aspectos, pero confío en que la teoría y la práctica vayan en camino inverso a la visión del Mercosur como “una ficción”, que parece llevar implícita la idea del “regreso” a la fase neoliberal del proceso de integración. Dada mi experiencia de casi ocho años en el área, me parece que queda claro que, al formular estas palabras no me mueve un deseo voluntarista, sino una visión estratégica compartida con todo este gobierno y los de la región, sobre los desafíos que en materia de comercio, inversión, servicios, empleo y producción agropecuaria y fabril nos impone a los países en desarrollo la evolución de este mundo global.
¿Quiere decir esto que las del Mercosur son políticas asépticas, desideologizadas? No, todo lo contrario, como lo demuestra la historia reciente. En los ’80, las conversaciones y acuerdos de Alfonsín-Sarney, que dieron lugar al consenso inicial de los gobiernos de Brasil y la Argentina, apuntaron, en principio, a establecer un acuerdo político que garantizara la paz y la democracia en la región. ¿Esos objetivos, se cumplieron o no? ¿Serán una ficción? ¿O carentes de importancia?
Cuando se formalizó el nacimiento del Mercosur, en 1991, ya vivíamos la década menemista y el apogeo del Consenso de Washington, lo que incidió fuertemente en la impronta neoliberal del Tratado de Asunción. No obstante, esa carga ideológica debió pasar por un análisis crítico: fue afirmada en parte y rectificada en otros aspectos, ya que era un Mercosur pensado con mucho mercado, poco Estado y escasa institucionalidad. El tratado no es por lo tanto una verdad revelada: yo diría más bien que ha pasado parcialmente los desafíos que se impusieron nuestros países, y hoy el Mercosur constituye una realidad en construcción, como la de todos los procesos de integración en el mundo, debido a los desafíos de cada época histórica en que se desarrollan.
En lo que va del siglo, y después de enormes crisis en nuestros países, como la de Brasil en 1999 y la Argentina en 2001, el Mercosur busca ser, a la vez, una práctica de integración y un permanente replanteo sobre las dimensiones del proyecto regional. Nadie niega la importancia del comercio, pero hemos incorporado otros aspectos que creemos que hay que tener en cuenta, como por ejemplo el valor agregado en nuestra producción y el empleo de calidad. ¿Será casualidad, o una ocurrencia de los gobiernos de turno? ¿O después de haber tenido casi 27% de desocupados en nuestro país hemos aprendido que no hay integración sin trabajo?
El comercio entre nuestros países se multiplicó por diez desde la creación del Mercosur y hoy, a diferencia de los ’90, el intercambio de casi U$S 50 mil millones es básicamente de manufacturas, tanto de origen industrial como agropecuario, lo que incide fuertemente en la creación de empleo digno, uno de los emblemas de nuestros gobiernos.
Por otro lado: ¿tener un código aduanero acordado mejorará o no la circulación de bienes? Yo estoy convencido de que sí. Debemos avanzar, además, en la coordinación macroeconómica, como también reducir las brechas estructurales y las asimetrías, pero no hubiéramos progresado tanto sin la actitud integracionista de Lula da Silva y Néstor Kirchner, de Dilma Rousseff y Cristina Fernández.
¿Sabe el señor Oña, que escribió el artículo de Clarín, que en estos años se estableció un Fondo de Convergencia Estructural de U$S 100 millones anuales para combatir las asimetrías en Paraguay y Uruguay, y que lo aportan en un 97% Brasil y la Argentina? ¿Qué piensa este periodista de la decisión de los dos países de establecer un mecanismo de comercio con monedas locales? Además: ¿Sabrán los columnistas de La Nación y Clarín que en estos años incorporamos distintos mecanismos para la participación de la sociedad civil? También lo hemos hecho para que la ciudadanía pueda votar los parlamentarios del Mercosur. El haber elegido un Alto Representante del bloque, y poder avanzar hacia un cuerpo colectivo, son avances cualitativos innegables.
En síntesis: podríamos seguir polemizando sobre otros aspectos, pero confío en que la teoría y la práctica vayan en camino inverso a la visión del Mercosur como “una ficción”, que parece llevar implícita la idea del “regreso” a la fase neoliberal del proceso de integración. Dada mi experiencia de casi ocho años en el área, me parece que queda claro que, al formular estas palabras no me mueve un deseo voluntarista, sino una visión estratégica compartida con todo este gobierno y los de la región, sobre los desafíos que en materia de comercio, inversión, servicios, empleo y producción agropecuaria y fabril nos impone a los países en desarrollo la evolución de este mundo global.
*Ex Subs. de Integración Económica Presidente del Frente Grande.
Publicado en Tiempo Argentino
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