Por Julio Fernández Baraibar*
La declaración del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, rompiendo relaciones con Colombia, no es un hecho de poca importancia. Por cierto, es de una importancia trascendental, porque pone en el centro de la escena la posibilidad de una guerra fratricida en el marco de un proceso de integración continental que no tiene parangón en la historia, si no nos retrotraemos al día anterior a la batalla de Ayacucho.
La actual República de Colombia, cuya bandera es, con excepción de algunos detalles, igual a la de Venezuela, lleva el nombre que el precursor Francisco Miranda -creador de los colores de dichas enseñas- había propuesto para la gran nación continental por la que pugnaba en sus escritos. Como homenaje al genovés que había integrado este continente al curso de la historia europea, para el caraqueño, prófugo de todos los servicios de inteligencia de las coronas del viejo continente, Colombia era el nombre de América Latina y colombianos sus habitantes.
Cuando el otro caraqueño universal, Simón Bolívar, se lanza a la emancipación de estas tierras, el gran estado que propone lleva el nombre de Gran Colombia. Todas las regiones, capitanías y gobernaciones que se estructuran en las faldas de los Andes hacia el sur conforman esta extensísima y flamante nación. Es un proyecto gigantesco, por encima de las posibilidades materiales de la época. Pero es por ello que lucha y da su vida el Libertador Bolívar. Las actuales geografías de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia eran parte de su gigantesca nación continental. Desde Córdoba, un cura patriota, el Deán Funes, lo representaba en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Paradojas de nuestra lucha por la Independencia: mientras iracundos jacobinos sostenían en el norte del continente el programa radical de Bolívar, en las lejanas tierras platinas, un cura, formado en Suárez y Victoria, representa y defiende la política más radical jamás pensada en estas tierras.
Santander, el Rivadavia del norte.
Para Bolívar, el viejo reino de Nueva Granada fue el nido de la resistencia más tenaz a su afán unificador. Para sostener la unidad de su Gran Colombia se ve obligado a negociar y ceder frente a la oligarquía bogotana, sus jurisconsultos y sus obispos. El vicepresidente de la Gran Colombia es el representante de esa clase de holgazanes dueños de hacienda: Francisco de Paula Santander, una especie de Rivadavia tropical, un frío y seco hombre de leyes. Desconfía de los sueños de su superior, Bolívar, y siente como si fuera su propia carne, los costos y presupuestos que tal empresa significa.
Fueron Santander y la oligarquía bogotana el primer Judas de la gesta bolivariana. El nido de la conspiración contra el Libertador era el palacio de gobierno de Bogotá y su acción unificadora se veía permanentemente interrumpida por la necesidad de viajar –por lo menos un mes de travesía- a aquella ciudad capital de la Gran Colombia. Es en Bogotá y por designio de esa misma clase social que sufre el atentado del que lo salva la Libertadora Manuela Sáenz, haciéndolo saltar en paños menores a una acequia para evitar a sus asesinos.
Fue esa misma clase social y su representante Santander, quienes pusieron fuera de la ley a Manuela Sáenz, cuando el Libertador muere en la finca de Mier. Chávez, que es uno de los políticos latinoamericanos con mayor conciencia histórica, sabe todo esto. Sabe que la clase dominante colombiana se siente representada por Santander y su antibolivarianismo. Sabe que su proyecto ataca la raíz histórica, ideológica, económica y política de la oligarquía de Colombia, que siempre ha sido hostil a cualquier propuesta de unidad latinoamericana.
Quizás sea su carácter bioceánico –único en Suramérica-, o la particular naturaleza goda de su clase dominante, o el régimen latifundista con su correlato jurídico, o el hecho de producir cosas tan valiosas como las esmeraldas o la cocaína, o todo ello junto, el hecho es que la Colombia oficial ha sido, a lo largo del siglo XX, uno de los países más conservadores del continente. La OEA se creó en Bogotá, el mismo día que asesinaban al líder liberal popular, Eliécer Gaitán. La revista Visión –durante años vocero de las propuestas norteamericanas para la región y donde nuestro Mariano Grondona fue columnista permanente- tenía su sede en Bogotá y sus editores pertenecían a la más rancia oligarquía, la de los Lleras y los Camargo.
La guerrilla colombiana es producto directo de esta brutal hegemonía oligárquica sobre un país de campesinos empobrecidos. El cultivo de la coca y el narcotráfico sobreviniente también. Esto último requiere un análisis.
La narcoligarquía y la guerrilla.
Los grupos vinculados a la producción y comercialización de la cocaína constituyeron una especie de oligarquía “marginal”, de “lumpen” oligarquía, determinada y creada, como la oligarquía tradicional, por el mercado internacional. Si la necesidad de consumo de carne vacuna a bajos precios determinó y permitió el desarrollo de la oligarquía argentina, el mercado norteamericano y europeo de cocaína y las ventajas comparativas de Colombia para cultivarla, fueron la base material de la aparición de esa nueva clase, la burguesía narcotraficante. Hay una novela de García Márquez -Noticia de un Secuestro- que refleja con bastante exactitud el odio que la oligarquía tradicional e, incluso, sectores de la clase media ilustrada manifiestan hacia esta nueva oligarquía, a la que EE.UU. declara ilegal, pero que en Colombia goza de los beneficios de una relativa legalidad garantizada por su enorme poder económico.
Hemos dicho en otras notas que el fenómeno de la guerrilla colombiana es, más que la expresión de un movimiento en ascenso, la manifestación de un callejón sin salida. Tengo la impresión de que la sociedad colombiana de las ciudades –y no sin osadía me atrevo a decir que del campo- está harta de la violencia guerrillera. Las FARC son hoy una herencia inútil de la Guerra Fría. Sin capacidad militar ni política, su mayor problema es cómo replantear su lucha en términos políticos, abandonando paulatinamente el estado de insurgencia. El propio Fidel Castro y hasta Hugo Chávez han tomado nota de esto, expresándose en reiteradas oportunidades sobre la necesaria búsqueda de nuevas formas de lucha que prescindan de la guerrilla armada.
También es cierto, y con experiencias dramáticas y sangrientas, que el sistema oligárquico ha impedido e impide una integración de los insurgentes a la vida política del país. Los asesinatos de los grupos paramilitares oligárquicos a ex guerrilleros y dirigentes políticos que se han presentado a elecciones fue y es un escollo crucial sobre el que las autoridades colombianas no hablan. Los grupos paramilitares, vinculados notoriamente a los terratenientes, con estrechas relaciones con el gobierno y las FF.AA. continúan operando en todo el campo colombiano.
Uribe y Santos.
Por otra parte, el actual presidente Uribe pretendía ser reelecto. La resistencia a ello, y la aparición de su ex ministro de Defensa como candidato presidencial, no son hechos gratuitos. Uribe no pertenece al grupo oligárquico tradicional. Oriundo de la provincia de Antioquia, es un “paisa”, es un miembro de un sector marginal de la oligarquía colombiana. El núcleo tradicional de la oligarquía tiene sus raíces en la provincia de Cundinamarca y su sede está en Bogotá. No se puede descartar que sea este hecho el que explique las denuncias sobre relaciones con distintos sectores del narcotráfico, tanto por parte de la prensa, como de sectores políticos del partido gobernante y de la oposición.
Lo que sí es un dato corroborado por la prensa colombiana es que su imposibilidad de presentarse a elecciones y el resultante triunfo de Santos –su ex ministro de Defensa- no le resultó grato al presidente Álvaro Uribe. En la lógica de la política colombiana, éste sabe que la presidencia de Santos puede serle de riesgo. Pueden aparecer juicios contra él. Pueden reabrirse juicios por sus vinculaciones con el narcotráfico. Puede haber una revisión de todo lo actuado durante su período.
Muchos sectores colombianos especulan que ha sido esto lo que llevó a Uribe a denunciar una muy hipotética y difícilmente probable presencia de guerrilleros de la FARC en territorio venezolano. Hay gran coincidencia en que su intento fue dejar un caballo de Troya a su sucesor, quien ya había manifestado su deseo de invitar a Hugo Chávez y a Rafael Correa a las ceremonias de asunción.
Hay de hecho una integración económica –no virtuosa, pero integración al fin- entre Colombia y Venezuela. Las relaciones comerciales entre los dos países son de una gran intensidad. El petróleo y su exportación han generado en Venezuela el llamado “efecto Holanda”, es decir la fantasía de producir una mercadería que compra todas las otras y la ilusión de no tener necesidad de producirlas y las iniciativas del gobierno no han logrado revertir este fenómeno. Colombia abastece a Venezuela de indumentaria, zapatos y alimentos, entre otros productos. La frontera entre ambos países es un prodigioso ir y venir de mercaderías, del que Colombia tiene necesidad, en mayor medida, quizás, que Venezuela, cuyo petróleo le permitiría comprar esos productos en cualquier parte.
El problema es que en Colombia hay una enorme cantidad de tropas norteamericanas y que el país es el principal aliado de los EE.UU. en la región. Uribe es un político al que no se puede despreciar. Es hábil, inteligente e inescrupuloso. Es la principal ficha del Departamento de Estado en la región. Y esto es lo que vuelve todo este conflicto en algo tan peligroso.
Una ruptura de relaciones con un país limítrofe implica necesariamente un fortalecimiento militar de las fronteras, desplazamiento de tropas y una preparación para la guerra. Los argentinos lo vivimos, en los ’80, con la disputa con Chile. Una cosa trae la otra y la posibilidad de una guerra deja de ser una fantasía para convertirse en una realidad ominosa.
Aquí es donde hay que jugar al máximo las instancias regionales que hemos podido construir en estos años. El presidente Lula de Brasil se ha ofrecido como mediador. El Unasur y su secretario general Néstor Kirchner, tienen la oportunidad de poner a prueba al organismo. Coincidimos con las declaraciones de Kirchner que hemos podido ver en la televisión: hay que hablar con el próximo presidente de Colombia. Quien hoy ejerce la presidencia tiene un reemplazante al que no puede, so pena de ser considerado un asesino de la unidad continental y un vulgar provocador, dejarle una guerra como herencia.
Pero también es necesario tener una cabeza fresca y un corazón ardiente. El presidente Chávez, en la conferencia de prensa, dijo algo estratégico: “Podemos coexistir gobiernos de derecha y de izquierda en nuestra Patria Grande”. Eso es lo que venimos sosteniendo desde hace tiempo y escucharlo de boca de Chávez no hace sino ratificar este concepto. En toda guerra entre dos países de la Patria Grande el resultado no puede ser otro que la derrota de ambos y el estallido del proceso integracionista.
*fernandezbaraibar.blogspot.com
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