martes, 27 de julio de 2010

LA EVIDENCIA Y EL DESCONCIERTO DE LA OPOSICIÓN

Por Ricardo Forster*

Hace unos días vimos de qué modo los sectores más recalcitrantes y reaccionarios de la derecha vernácula perdían la batalla para impedir la aprobación de la ley de matrimonio civil igualitario. No fue sólo una derrota para Bergoglio y su intento de mantener a la Iglesia Católica como árbitro de la vida social y cultural; fue, también, una clara evidencia de que el Gobierno va rompiendo el muro de los prejuicios pacientemente construido por la corporación mediática y como sostén principal de la arremetida destituyente, esa que desplegó toda su virulencia alrededor del conflicto con la Mesa de Enlace.

Para la derecha restauradora se trataba, una vez más, de reducir una demanda emanada de distintos sectores de la sociedad a la monotonía de aquello que han bautizado como “ley K”, haya sido primero la resolución 125, la reestatización de las jubilaciones o la ley de servicios audiovisuales; todas esas movidas fundamentales para recuperar democracia y avanzar hacia una más justa distribución de la renta fueron reducidas a la violencia de una retórica ninguneadora y brutalmente simplista.

Aquello que les funcionó al comienzo, allí donde lograron construir el imaginario virtuoso del “campo” versus la intolerancia de un gobierno encaprichado en hacer “caja” y en ampliar su uso discrecional del poder, comenzó a resquebrajarse primero con la ley de medios, luego con la asignación universal y ahora con la ley de matrimonio igualitario. El bloque homogéneo que supieron erigir en el interior de las clases medias inició su paulatino desabroquelamiento allí donde se fue poniendo en evidencia el entrecruzamiento de derechos civiles y de políticas de más amplio alcance desarrolladas por el gobierno de Cristina Fernández. El resquebrajamiento de ese bloque compacto de “sentido común” capturado por la derecha es una de las señales más significativas que se pusieron claramente en evidencia con los festejos multitudinarios del Bicentenario.

Es en el interior de este cambio de “humor social”, de este apoyo transversal a las últimas leyes aprobadas por el congreso y que habilitan la posibilidad de establecer relaciones entre unas y otras destacando que hay algo nuevo que se abrió a partir del 2003, junto, claro, con las irrefutables evidencias de una realidad económica auspiciosa, lo que no sólo condujo a la derrota de los sectores más conservadores de la oposición política junto con la caída en picada de la figura del cardenal Bergoglio que quedó atada a una retórica inquisitorial que resulta socialmente inaceptable, sino que también dejó en descubierto al propio Mauricio Macri, habilitando de un modo que resultó indiscutible, incluso para viejos aliados y sectores afines, el camino del juzgamiento por las escuchas ilegales.

Lo que viene sucediendo con el macrismo en la Ciudad de Buenos Aires, su pérdida de legitimidad y la imposibilidad de seguir ocultando no sólo sus responsabilidades en acciones delictivas vinculadas con la creación de la Policía Metropolitana y la elección del Fino Palacios como primer jefe, sino también lo impresentable de una gestión desastrosa y retrógrada social y culturalmente, repercute fuertemente sobre ese mismo “sentido común” que hasta no hace mucho tiempo compraba a libro cerrado todo lo que provenía de la corporación mediática y aquello otro que le daba cobertura cultural y simbólica a un gobierno de derecha en la ciudad. Sin que todavía esté dicha la última palabra pareciera que la estrella fulgurante que llevó a Macri desde su condición de hijo de su padre rico primero a presidente de Boca y luego a jefe de la ciudad hubiera entrado en su declive definitivo. Ni Durán Barba ni sus amigos del Cardenal Newman lograrán frenar lo que desde hace unos meses resulta cada vez más evidente para una parte sustantiva de quienes lo votaron en el 2007.

Por eso resulta importante establecer las relaciones entre la aprobación de la ley del matrimonio homosexual, el cambio de humor que se viene percibiendo desde los primeros meses del año, la consolidación del modelo económico, los festejos del Bicentenario, el aumento en la imagen pública de la Presidenta y de Néstor Kirchner, con el inversamente proporcional debilitamiento de la oposición que no ha podido sacarle jugo a la supuestamente decisiva derrota que le infligió en las elecciones de junio de 2009 al kirchnerismo.

Una parte importante de la sociedad comenzó a ver de otro modo lo que venía sucediendo en el país; pudo de a poco sacarse de encima la influencia atrozmente hegemónica de los medios de comunicación concentrados. Comenzaron a abrirse fisuras en el sólido muro del prejuicio y del rechazo que atravesaba a amplios sectores de las clases medias, en especial entre aquellos que siempre se han visto a sí mismos desde la perspectiva del progresismo.

Si el Gobierno lee adecuadamente lo que se está gestando en el interior de esos sectores podrá avanzar en la reversión de las críticas despiadadas que emanaron en gran parte de aquellos que habían recibido, y lo siguen haciendo, los beneficios de la recuperación económica pero que se colocaban en la vereda de enfrente de un kirchnerismo incapaz de interpelarlos. Comprender este giro en el humor social implica, a su vez, abrir con generosidad la trama de las alianzas políticas incorporando a quienes expresan una clara y definida perspectiva democrática y popular. Los riegos de extraviarse y de repetir abroquelamientos perjudiciales siguen estando allí pero, ahora, debilitados por la inteligente lectura que se hizo de aquellas demandas genuinamente progresistas que emanan de la sociedad civil.

El discurso de la impostura, utilizado por los críticos “por izquierda”, también encontró su límite desde el momento en que se tomó la decisión de implementar la asignación universal en consonancia con la aprobación de la ley de servicios audiovisuales, la profundización de los juicios a los genocidas que volvió a sentar en el banquillo de los acusados a Videla y la defensa de un modelo económico sostenido sobre el consumo interno, los convenios colectivos de trabajo, los salarios y el sostenimiento de su poder adquisitivo.

Las críticas de esos sectores se dirigieron fundamentalmente hacia la falta de una política minera y en defensa de los recursos naturales (críticas valiosas algunas de ellas y necesarias de ser tomadas en cuenta pero cargadas de un evidente oportunismo que buscaba restarle significación e importancia a decisiones trascendentes que vienen tomándose en zonas claves de la economía, de lo social reparatorio y ahora de los derechos civiles en consonancia con la política de derechos humanos). El Gobierno logró evidenciar quién es quién en nuestro país.

De ahí que resulta necesario leer cada uno de estos acontecimientos, significativo cada uno por sí mismo, en el interior de un proceso de mayor alcance que tiene una relación directa con la decisión del kirchnerismo de salir del aislamiento con el que se encontró durante los meses del conflicto con las patronales agrarias y la corporación mediática.

El decidido apoyo brindado al proyecto de matrimonio civil igualitario vino a profundizar esa estrategia que vuelve a colocar al Gobierno en el andarivel de las transformaciones progresistas y populares más significativas por las que viene atravesando la sociedad argentina en las últimas décadas.

Quiénes ahora tienen que salir a buscar desesperadamente argumentos que los reposicionen ante una opinión pública descreída de sus propuestas son las diferentes vertientes de la oposición, en particular la que representa, como lo viene mostrando desde marzo de 2008, los intereses de las grandes corporaciones y el espíritu restauracionista de una derecha que siempre elige lo peor para el país
 
*Publicado en El Argentino.com

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