sábado, 3 de febrero de 2024

NINGÚN RESPETO

Por Roberto Marra

Por estos tiempos de cambios estrambóticos, donde la realidad supera con creces a las peores pesadillas, hay, sin embargo, un sector que sigue actuando como en una continuidad de la anterior “normalidad”. En el ámbito político en general y legislativo en particular (y no sólo el nacional), todo parece tratarse de una sencilla continuidad institucional, donde se da la paradoja que muchos de sus integrantes expresan sus claros pensamientos fuera de las cámaras donde ejercen su función, con mensajes claros acerca de la brutalidad práctica en la que les toca desempeñar sus cargos, pero ya dentro de esas instituciones “debaten” con esos “colegas” empeñados en demostrar que la Tierra es plana o que el sol sale por el oeste, como si sólo se tratara de personas que tienen ideologías diferentes, pero “respetables”.

Entonces vale el esfuerzo de recurrir a los significados de las palabras y las representaciones que con ellas se manifiestan. La palabra “respeto”, indica consideración y valoración especial o positiva ante alguien, al que se le reconoce valor social o especial deferencia. Se basa en la relación de reciprocidad y reconocimiento mutuo. El filósofo Kant, dice que a todas las personas se les debe respeto por el simple hecho de ser personas, o dicho de otra forma por ser seres racionales libres. El respeto también puede ser la manifestación un sentimiento de profunda admiración por alguien o algo que surge de sus habilidades, cualidades y logros.

La cuestión es determinar si quienes representan esas ideas a las que, casi como una burla a la sociedad, autodenominan “libertarias”, están incluídos dentro de esas definiciones. Y, a poco de observar sus maneras de “relacionarse” con los demás, con la realidad, con la historia y con el presente, nada parece indicar que reunan tal concidión de “respetables”.

Todo lo que hacen o dicen son ataques semánticos o de facto contra sus “colegas” de otras bancadas. Todos sus discursos los realizan para bastardear las palabras de quienes no piensan como ellos. Todas sus manifestaciones ante los medios tienen como premisas básicas el descarte de los valores transmitidos por “los otros”. Todos sus propuestas están teñidas de desprecio absoluto hacia cualquier otra forma de pensar o sentir que no sea la propia. El egoismo, el egocentrismo, la soberbia, el odio visceral a sus enemigos (jamás adversarios) políticos, son las monedas con las que pagan (y pegan).

¿Merece respeto quien considera a un trabajador como “terrorista” porque se manifiesta sobre su paupérrima condición económica? ¿Es respetuoso dirigirse a quienes manifiestan descontento con ademanes y palabras provocativas de mayor violencia? ¿Es acaso respetable quien valora con mucha mayor preeminencia las ventajas de los poderosos que las necesidades de los indigentes? ¿Debe respetarse al que viola la Constitución y las leyes, siendo integrante de un Poder Legislativo? ¿Puede ser digno de respeto la persona que, ejerciendo una representación popular, desconoce las obligaciones con sus votantes y con la sociedad toda, para convertirse en un simple monigote al servicio del Poder Real?

Como las respuestas a estas u otras preguntas similares son obvias, obvio resulta también que el tal “respeto”, que tanto anteponen a sus dichos muchos legisladores de buenas intenciones pero escasas osadías, son una manera de “limpiar”, aún a su pesar, la brutalidad de tales colegas “libertarios” o sus socios eventuales para los despropósitos que los alían. Flaco favor le hacen a la “democracia” devaluada en la que transitamos por obra y gracia de millones de imbecilizados mediáticos, con sus respetuosos modos, sus respetuosas manifestaciones y sus respetables palabreríos sin consecuencias para sus “colegas” genocidas, una condición inapelable de legisladores que anteponen sus odios sobre el razonamiento que respete al Soberano. Aunque esta condición tampoco aplique, en las actuales circunstancias, para un Pueblo al que nadie consulta y para el que muy pocos trabajan.

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