jueves, 16 de junio de 2022

ENTRE EL DISCURSO Y LA ACCIÓN

Por Roberto Marra

Las realidades paralelas se manifiestan cada día a través de la mediática oligopólica, donde predominan las discusiones vanas sobre temas inventados para mantener en vilo a la población. Hablar hasta el hartazgo sobre algo que no sucede, o sobre lo que podría ser pero aún ni siquiera ha podido comprobarse su existencia, forma parte del compendio de imbecilidades manejadas por los pseudo-periodistas que pretenden erigirse (además) como paradigmas de la verdad revelada, casi en “estrellas” de un firmamento de serviles de los auténticos propietarios de sus palabras.

El objetivo básico de toda esa parafernalia de frases comunes, de toda esa balacera de insultos y falsedades, es la promoción de un final anticipado del actual gobierno nacional. Gobierno que poco y nada hace para contrarrestar el aluvión de disparates, salvo algunas declaraciones que sólo sirven para alimentar a los truculentos generadores de intrigas. Gobierno que ha dejado en manos de ese poder hegemónico mediático la palabra, ignorando la necesidad imprescindible de oponerle la propia, pero bien expresada y mejor elaborada. Lejos de ello, los medios estatales siguen con sus festivales de programas intrascendentes e incoherentes con la complejidad social, económica, cultural y política que nos atraviesa.

Huérfanos de palabras sensatas, abandonados de las respuestas esperadas con desesperación, ciudadanas y ciudadanos se refugian en los cantos de sirenas de algunos idiotizadores profesionales, tratando de encontrar una salida a sus angustias cotidianas. El aprovechamiento de tales desesperaciones se manifiesta en las opiniones fáciles sobre lo desconocido, en la toma de posiciones contrarias a sus propios intereses, al anticipo de una reticiencia al apoyo a un gobierno que, lejos de acercarse a sus sufrimientos comprometiéndose en una lucha real contra los originarios responsables de ellos, sólo se atreve a tomar medidas “aliviadoras” de los síntomas, sin atacar la estructura económica-financiera que los genera.

Aparenta una intencionalidad de esconder la realidad bajo la alfombra de la inequidad profundizada por el macrismo, “discurseando” una cosa y actuando en sentido divergente. El Poder Real se ríe del dolor popular en sus truculentas reuniones, donde salta la verdad de sus intenciones y sus acciones permanentes, pero desde la acción política se le contraponen discursos timoratos, con un miedo reverencial a sus aparentes superioridades de “dioses” de un olimpo putrefacto, bañado en el “oro” que nos roban cada día.

El tiempo, ese indetenible proceso de muerte de los sucesos, está acabando con la esperanza popular de un cambio de actitud y de rumbo. Las posturas gubernamentales sobre los modos de enfrentar la particular crisis nacional, realimentada por la mundial, fluctúan entre las palabras sensatas en una oscura “cumbre” en Norteamérica y las repeticiones al infinito de esos “consensos” entre el agua y el aceite que tanto predicamento tiene en los funcionarios actuales.

El seguidismo a las maniqueistas posiciones del imperio y sus socios, puesto de manifiesto en el tratamiento del conflicto armado en territorio ucraniano, con exagerados e innecesarios modos hostiles hacia el gobierno ruso, es una muestra de esa ambivalencia permanente. El “no caso” del avión venezolano varado ilegalmente en Argentina, para satisfacción de los medios mediocres, de sus ridículos “comunicadores” de café y de las necesidades de los gobiernos del imperio y de Israel, no hacen sino profundizar el desprestigio de algunos personajes enquistados en el propio gobierno, pero también machacar sobre estigmas y paradigmas sublimados en la conciencias atrapadas por la mediática hegemónica.

A partir de sucesos fabricados para el consumo permanente y la glorificación de lo imposible, la verdad toma otra poción de la cicuta cotidiana, muere de a poco en las pantallas y las redes, se diluye entre las bambalinas de un gobierno que parece resignado sólo a sobrevivir antes que a combatir contra la acuciante vigencia de los poderes fácticos por sobre los ciudadanos y sus intereses.

La Justicia Social no puede seguir siendo un mero relato de tiempos pretéritos ni futuros imposibles, sino la imperiosa necesidad de reconstruir las bases socio-económicas y culturales que fueran arrasadas por tanta mentira contagiosa, tanta pandemia de noticias falsas, tantas virosis de ocultamiento de la realidad. Es lo que permite dilucidar cuánto hay de cierto en los discursos que la promueven, qué grado de compromiso tienen los actores principales de esta etapa política del más popular de los movimientos nacionales. Es, en definitiva, la manera de derribar los muros de la incoherencia entre el Pueblo y un gobierno que se atreva a autentificar sus actos con el protagonismo de las calles, para la construcción de otro País, donde los derechos vuelvan a nacer de las necesidades y lo único supremo sea el sueño realizado de una Nación libre y soberana.

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