jueves, 8 de octubre de 2020

MALAS COMPAÑÍAS

Por Roberto Marra

El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos, la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón. Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas, no podrán ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón. Ellos no pueden ser idealistas, porque las ideas tienen su raíz en la inteligencia, pero los ideales tienen su pedestal en el corazón. No pueden ser fanáticos porque las sombras no pueden mirarse en el espejo del sol”. Evita

EL MENOS COMÚN DE LOS SENTIDOS

La apropiación del “sentido común”, resulta el logro más trascendental que el Poder Real ha obtenido a lo largo de la historia desarrollada bajo su supremacía. Con esa maravillosa herramienta, ha torcido el destino del Mundo siempre para el lado que lo beneficia y abona el crecimiento de su ya apabullante dominio. Ese pequeño conjunto de poderosos, dueños de fortunas que superan a la de más de la mitad de la humanidad, detenta la capacidad de influir a la población del Planeta a través de mecanismos tan imbricados como los de un reloj y tan sutiles como un velo que solo deja ver por detrás a una sombra de lo que en verdad es.

La política internacional o la geopolítica, son los ámbitos donde mejor se expresan esas formas de arrastrar a las mayorías hacia supuestos que hacen a la conformación de ese “sentido común” tan caro a las necesidades del Poder. Tan fuertes son las maquinarias de sugestión, que pueden avasallar las conciencias hasta de los más sabios, de los mejores preparados para comprender la realidad en la que se transcurre.

Hechos y personajes son subidos al “conocimiento” general con retorcidos métodos que logran que se vislumbren tal y como precisan los poderosos en cuestión para alimentar su glotonería de dominación. Estigmatizaciones y relatos falaces, son las pociones habituales de las que se valen para derrotar posibles rebeliones a sus mandatos. Dogmas intelectualoides aseguran el respaldo supuestamente “serio” a cada determinación de los poderosos, señalando falsos enemigos y ocultando a los verdaderos, que son, siempre, ellos mismos.

En Nuestra América, esto ha sido y es hoy, más que nunca, la metodología que ha logrado impedir su desarrollo y mantener su dependencia. Usando tales sistemas supieron abortar cuanto gobierno popular haya querido emprender su camino independiente de las órdenes imperiales y de la genuflexión de sus vecinos continentales. Los ejemplos son muchos, todos dolorosos y generadores de profundas heridas políticas, retrasos emancipadores y dramáticas consecuencias sociales.

EL ESTIGMA VENEZUELA

Al comienzo de este siglo, surgieron al unísono gobiernos que respondían a los viejos mandatos populares nunca satisfechos, esos sueños que esperanzaron tantas veces a nuestros pueblos, tantas como fueron derribados con golpes y mentiras comandados, siempre, por el pretendido hegemón del norte. Entre esas nuevas esperanzas, apareción un militar distinto, extraño, un tal Hugo Chávez, que comenzó a sufrir, desde su primera acción favorable a la conformación de una auténtica Patria Grande, la persecusión de los sucesivos gobiernos norteamericanos, a los que nunca se sometió.

Venezuela fue, a partir de ese instante, el “caballito de batalla” del imperio y sus secuaces. Tal como lo hicieron con Perón en su época, como lo reiteraron con Néstor y Cristina en nuestro tiempo, la figura de ese tipo entrañable para cualquiera que tuviese un mínimo de capacidad de comprensión de la realidad de sus mensajes y la correspondencia con sus actos, fue maltratada, vilipendiada, tergiversada y perseguida hasta el paroxismo.

Su muerte, tan sospechosa como dolorosa, no sólo no hizo menguar los ataques, sino que el poder redobló sus apuestas, elevando la vieja estigmatización hacia el chavismo contra el sucesor del que se habían sacado de encima. Maduro fue, desde entonces, catalogado con los peores epítetos, tan brutales como falsos. Pero, en esta época de “fake news”, la verdad pierde por goleada ante las pantallas de la mentira organizada. La mafia publicitaria extiende sus brazos como una gigantesca ameba que cubre con ficciones lo verdadero, que el grueso de la población termina por aceptar, por falta de análisis o... por cansancio.

Peor aún es lo que sucede con muchos militantes y hasta líderes políticos, que culminan sus mejores días de audaces rebeldías, enredados en la telaraña odiosa de los embustes imperiales y sus lacayos locales, asumiendo la “verdad revelada” que nos cuentan los Magnetos y los Saguieres, abastecidos por esas oscuras cadenas noticiosas del horror mediatizado, como la CNN y otras por el estilo. Por convencimiento (una auténtica traición a los principios) o por temor (una verdadera calamidad antipolítica), son arrastrados por esos sirvientes o partícipes del Poder hacia el rincón del desprecio a un gobierno popular de una Nación hermana, favoreciendo así a nuestros propios enemigos, que son, lógicamente, los mismos que los de Venezuela.

Están también quienes, siendo habitualmente analistas certeros de la realidad local, manifiestan las mismas consignas “berretas” acerca del gobierno bolivariano, se regodean con los mismos relatos imperiales sobre supuestas persecusiones políticas en aquella Nación, sobre la falta de “libertad” de los venezolanos, acerca de conjeturadas acciones gubernamentales contra su Pueblo y hasta de asesinatos y genocidios. Cualquier palabra queda chica en boca de esos “sabios” de café, que enarbolan sus banderas de desprecio ideológico atacando a quien nunca (pero nunca) dejan expresarse por sus medios.

LA RAZÓN DEL CORAZÓN

Asegurado el pensamiento único en gran parte de la población (al menos de la que se presta para cualquier ataque a lo que “huela” a popular, con tal de parecerse a sus amos del odio), ya casi nadie se animará a decir una palabra diferente a la generalizada por los medios formadores de opinión publica(da). De ahí al seguidismo a lo que pretenda el Poder en las resoluciones de las organizaciones internacionales en las que se participan, media el breve paso por la miseria del temor que suele gobernar a los gobiernos que no terminan de creer del todo en la voluntad popular que los ungió. O tal vez creyendo en las repetidas extorsiones imperiales sobre promisorios futuros que jamás llegarán sólo por hacerles alguna reverencia. O quizás se cruzen otros miedos, los de posibles disoluciones de las unidades logradas al costo de ceder en algunas posiciones, que nunca puede significar lo mismo que perder las convicciones.

Difícil evadir las trampas que se interponen en nuestros caminos libertarios. “Sabiondos y suicidas”, caminamos por la cornisa de la sugestión apátrida, convencidos o nó, pero impactados por una propagando falaz y astuta, que logra su principal objetivo: dispersar las fuerzas populares continentales, señalar culpables que no son, liberar de responsabilidades a los auténticos genocidas y acabar con otros posibles focos de rebeldías hacia el Poder que todo lo puede. Incluso hacer aceptar que un gobierno emergido de la voluntad de su Pueblo pueda denominarse “dictadura”.

Una sola voz se escucha, una sola opinión se recita, un solo mandato emerge de cada reunión de gobiernos pretendidamente “defensores de derechos humanos”. Un solo “clamor” surge de esas teatralizaciones de guiones y directores repetidos: el fin de la “tiranía” de Maduro. Dejando de lado los pruritos del republicanismo, se admiten injerencias en decisiones que sólo puede tomar el Pueblo venezolano. Sugiriendo delitos nunca investigados y (mucho menos) probados por los “acusadores”, se dictaminan penas y se pone precio a la captura de un presidente de una nación independiente. Todo sin que la indigna “alta comisionada”, encaramada violadora de derechos humanos en su Chile natal, diga una sola palabra. Traidora de su pueblo y traidora de su misión, ofrece el triste espectáculo de la genuflexión por un miserable cargo desde donde pretende dar cátedra de libertades que no concedía en su propio país.

Bolsonaro ¡clamando libertad!, Piñera ¡señalando ataques a los derechos humanos!, la dictadora boliviana Añez ¡hablando de dictadura!, el corrupto peruano Vizcarra ¡señalando corrupciones chavistas!, el narco colombiano Duque ¡llamando narcoestado a Venezuela!; y así por el estilo. El Mundo al revés, el sentido menos común elevado a la categoría de certeza, la locura imperialista desatada en un huracán de amenazas y bloqueos.Un interminable manojo de mentiras lanzadas al aire de la inconciencia deshumanizada, todo para terminar con la experiencia de un Pueblo cuya fortaleza es esperanzadora, pero no infinita.

No es hora de pusilánimes. No es tiempo de cobardías ni seguidismos insensatos. Es época de aplicar la razón del corazón, la solidaridad más profunda y sentida, el amor más consecuente hacia quienes son nuestro espejo, el futuro que no deseamos para nosotros y, por lo tanto, tampoco para ellos. Ahora es cuando el fanatismo, el bueno, aquel del que hablaba la inmortal Evita, el que mueve los engranajes de las luchas, el que distingue a los compañeros de los enemigos, el que desata la pasión por los ideales de Justicia Social aplastados vilmente por esa auténtica “dictadura mundial”, desate toda su fuerza arrasadora de mentiras, para terminar de armar el rompecabezas de esta Patria Grande nunca consolidada, sólo por aceptar “malas compañías”.

 

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