Por
Roberto Marra
María
Elena Walsh creó alguna vez aquello del “País del nomeacuerdo”,
un imaginativo relato de de una sociedad cegada a la realidad vivida,
transcurriendo sus días en el olvido permanente. Así parecen andar
sus existencias un gran número de personas a las cuales los sucesos
reales no se les fijan en sus mentes, preparadas solo para emitir
odios incomprensibles y degradantes hacia los demás, en busca de
mantener sus privilegios, cuando los tienen, o de alcanzarlos, cuando
sus pobres vidas de pobres creen poder superarlas pareciéndose a los
que los llevaron hasta ese sitio de padecimientos económicos.
Dominan
el arte de la comunicación de una manera sagaz y perversa, pero
efectiva para sus intereses malévolos. Con sus dineros se atragantan
de medios para evitar la existencia de otros que les contradigan. Con
sus “focus group” apabullan las neuronas con creaciones
mediáticas que indican los caminos que ellos necesitan que
transitemos. Con sus intermediarios televisivos, anulan las
objeciones que pudieran provocar sus acciones corruptas, inventando
un lenguaje donde la mentira es la invitada permanente, la falsedad
la compañera de los y las relatores de sus inmundicias económicas y
sociales.
Asentados
ya los criterios de las mayorías al antojo de estos perversos,
lanzan al “estrellato” a “figuritas” del espectáculo para
sostener sus sandeces y proteger sus patrañas a fuerza de
brutalidades ideológicas y comedias de enredos en las que los
dominados juegan el triste papel de simple claque de sus miserables
palabreríos insustanciales, pero efectivos para sus fines.
Así,
en Argentina, esas dos entelequias pseudo-humanas que han pasado sus
vidas (literalmente) en los estudios de televisión, con el solo fin
de aplastar las posibilidades de pensar que sus obnubilados
televidentes pudieran desarrollar. Lujos, risas de cartón y guiones
enfermizos, han marcado sus pobres espectáculos armados con el
artificio de hacer sentir como cómplices a sus “admiradores”,
todo para levantar sus artificiales “ratings” y lograr el éxito
de sus mandantes.
A
los almuerzos de una de ellas, nadie se ha querido privar de ir.
Incluso quienes se manifestaban claramente opuestos a las bases
ideológicas de la entrevistadora, no dejaban de participar, en
nombre de una supuesta mayor “llegada” a los millones de
imbecilizados que tanto la han seguido a lo largo de las décadas en
las que ha permanecido (literalmente, también) en el aire.
La
otra, la que supo ganarse su supuesta fama solo por girar su cabeza
en un spot comercial, fue convertida, a lo largo del tiempo, en
vocera del “estáblishment” hacia el pobrerío que la sostiene en
el pedestal de una obsecuencia inaudita, pero real. Su supuesta
“inocencia”, sus arranques extemporáneos sobre cualquier tema
que necesite de su ayuda para frenar pensamientos opuestos a los
requeridos por los patrones de sus dichos, son la puesta en escena de
relatos sucios de la realidad, imprescindibles para generar
desprecios y odios que espanten conocimientos certeros y alejen las
consecuentes rebeliones.
No
están solas estas “divas” de la antipolítica. Tienen a su
servicio (en verdad, al que necesita el poder) a millones de
seguidores, que reproducen sus monsergas miserables con la pasión de
los idiotas, como feligreses de una “religión” pagana que los
empuja a acusar sin pruebas, a señalar sin ver a quien, a asentir
sin conocer lo que está detrás de sus dichos, repetitivos de los
emitidos por la media lengua de su “alter ego” televisivo.
No
hay tema que las arredre. No existe filósofo que las pueda
contradecir, porque sus bestialidades no pueden discutirse. Decenas
de otros y otras habitantes de las pantallas, de sus mismas calañas
inmorales, hacen las veces de voceros de sus imbecilidades,
reproduciendo hasta el hartazgo (de quienes tienen la capacidad de
pensar por sí) sus expresiones odiosas lanzadas al aire con la
máscara indeleble de la falsía que las cubre desde siempre.
Justamente
eso, arrancarles las máscaras, es la obvia necesidad para acabar con
sus “reinados”, para pasar sus oscuridades mentales al rincón de
los olvidos que merecen serlos, para aplastar sus odiosidades con las
verdades multiplicadas por una cadena imprescindible de medios
populares que no les rindan pleitesía, que nieguen sus alardes de
grandezas imposibles y les hagan morder el polvo de la derrota final,
que acabe para siempre con sus fraudes y convierta en nada sus
mohines delictuosos.
Puede
que para entonces, sus pobres famas enflaquecidas les señalen sus
vacios existenciales, durmiendo sus cuerpos de fantasía sobre el
colchón inmoral de las riquezas mal habidas con el dolor y el tiempo
perdido de una sociedad a la que tanto ayudaron a posponerle su
imprescindible destino de justicia social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario