viernes, 3 de julio de 2015

ESCENAS DE TRABAJO, DIGNIDAD Y CAMBIO SOCIAL

Imagen Diario La Nación
Por Fabián Rodríguez*

Escena I, año 1996
Un grupo de estudiantes secundarios del Colegio Nacional Buenos Aires decide enfocar su actividad política en la Villa 20 de Lugano, una de las de mayor crecimiento durante esos años en la Ciudad de Buenos Aires. Organizados como Grupo de Educación Popular (GEP), consiguen un espacio en la manzana 22, lo bautizan "La Escuelita", y comienzan a dar clases de apoyo escolar para los pibes del barrio.
Muy pronto, los jóvenes del GEP advierten que las necesidades de las familias que viven allí exceden ampliamente la falta de buenos resultado en los boletines de calificaciones que los chicos llevan a sus casas: falta de todo en ese lugar que ha sido abandonado por el Estado a su propia suerte, con lo cual los militantes del GEP amplían las actividades de La Escuelita primero a un merendero, luego a un comedor, y más tarde a un lugar en el que se articulan soluciones colectivas para los problemas individuales. Un lugar donde lo propio se vuelve común.
Andrés Larroque, Rodrigo Rodíguez, Lucio Schlemenson, Paula Penacca, Antonio Marioni, Gianni Buono, Eloy Rodríguez y Tito Cestona son algunos de los jóvenes más activos dentro de la organización, que va creciendo año tras año y comienza a consolidarse en el territorio junto a otras agrupaciones de características similares como Horneros y el comedor Los Patitos.

Escena II, año 2002

"Desalojen el puente porque los vamos a cagar a tiros". El comisario de la Policía Federal a cargo del operativo aquella mañana del 26 de junio en el todavía llamado Puente Uriburu le advierte a los manifestantes del Frente Barrial 19 de Diciembre que no hay negociación posible, y que deben abandonar el piquete con el que tienen interrumpido el paso entre el barrio porteño de Pompeya y la localidad de Valentín Alsina del partido de Lanús.
Entonces, uno de los referentes del FB-19, ex integrante de aquel grupo de jóvenes que en la década anterior había comenzado su militancia territorial en la Villa 20 de Lugano, le responde al jefe del operativo que para levantar el corte necesita un poco de tiempo. El oficial se lo niega, y al rato, las heridas de balas de goma en los cuerpos de muchos de los manifestantes pueden dar fe de que el uniformado había decidido cumplir con su advertencia.
La noticia de los hechos ocurridos en Pompeya no saldrá en ningún lado, porque a medida que pasan las horas la represión ordenada por el gobierno de Eduardo Duhalde es más violenta y a pocos kilómetros de allí, los militantes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki pagan con sus vidas el accionar de un grupo de policías que en lugar de balas de goma disparó con plomo.

 
Escena III, año 2015

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner está sentada en un aula humilde de la villa 20 compartiendo con un grupo de chicos, algunos niños, otros pre adolescentes, un largo rato en el que los pibes le cuentan a la primera mandataria sus trabajos en un taller de robótica en el centro educativo llamado 'Proyecto Comunidad'. Los padres de algunos de esos nenes son los chicos que a mediados de los noventa iban a las clases de apoyo escolar que se daban en La Escuelita.
La potencia de la escena en el aula es enorme y funciona como una buena síntesis del desarrollo de las políticas públicas del ciclo de gobierno kirchnerista.
A diferencia de La Escuelita, un espacio de resistencia en pleno auge del neoliberalismo, el aula de Proyecto Comunidad funciona como punto de encuentro en la articulación entre Estado y militancia, un lugar ganado a la marginalidad y el olvido, por y para los pibes del barrio.

 
Escena IV, el futuro

En un territorio atravesado por la lógica de la postergación, cada metro cuadrado que se dispone a favor de la vida, del aprendizaje, del futuro de los pibes, es fruto de una militancia abnegada, constante, tozuda, que en medio de muchas dificultades logra sacar a flote una experiencia como esta.
Quienes hayan estado alguna vez en la Villa 20, en Fátima, barrio INTA, Piletones, en la 21-24, la 1-11-14, o en cualquiera de las otras villas del sur de la Ciudad de Buenos Aires saben la dimensión que tiene para los pibes que habitan allí haber pasado un rato con la Presidenta; lo que significa para esos chicos en términos de reconocimiento, y lo que implica en términos generales sobre dónde está puesta la mirada estatal y su proyección hacia adelante.

 
Coda

Cuando en 1947, a 30 cuadras de donde hoy está la Villa 20, Evita inauguraba el barrio obrero General Dorrego -que todo el mundo conocería de ahí en más con el nombre de Los Perales-, la impronta gubernamental era dotar a ese lugar de las mismas comodidades de la que gozaban los habitantes de los barrios más acomodados de la ciudad.
Así, las luminarias de Los Perales eran las mismas que las de Recoleta, la piscina pública para los niños era la más grande y moderna de la ciudad, la torre de agua otro tanto; y el diseño y la planificación del barrio, de estricta vanguardia arquitectónica. Impronta peronista: para los que menos tienen, lo mejor; para los postergados, todo. Robótica en la villa, software libre en Lugano. Conectar Igualdad.

*Publicado en Telam

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