Por Roberto Marra
Las guerras son las agujas con las que se teje la mortaja de la humanidad. Las habrá más justas o más injustas, por sus orígenes y sus objetivos, pero la muerte será su común denominador y la destrucción su consecuencia inevitable. El raciocinio siempre termina cediendo terreno ante la brutalidad demandada para vencer al enemigo. Y el ser humano da otro paso hacia atrás, baja otro escalón en su ya degradada condición, impuesta desde hace siglos por otros tipos de guerras, virtualmente sin armas, pero tan o más destructivas que cuando se las utiliza físicamente.
Después sobrevienen, como viene sucediendo desde hace mucho, la fabricación de las mentiras que necesitan los poderosos del Planeta para intensificar sus actos aberrantes. No se trata de esta o aquella invasión, de esta u otra acción militar. Es la consecusión del desprecio a través de los medios que ejercen a diario el terror noticioso, la continuidad del abandono de las reglas del derecho desde el ámbito judicial o el menosprecio de la sociedad como tal, aplastada por la falsificación politiquera y el engaño pérfido.
Por supuesto, los autoerigidos como “líderes” mundiales, repetirán las mismas monsergas oprobiosas hacia su rival internacional del momento, elevarán sus apuestas amenazantes y pretenderán acabar “para siempre” con su archi-enemigo. Las consecuencias no les importan, como no les interesa el hambre y el subdesarrollo de los pueblos sometidos a sus arbitrios miserables. Otra vez las pantomimas de la ONU, por enésima vez sus “llamados a la paz” incompatibles con los objetivos del imperio decadente que domina las acciones junto a sus adláteres.
Nuevamente las dudas de los gobiernos de otros países que no quieren sacar los pies del plato de la dominación aceptada como inevitable. Se repetirán las misma obscenidades de otros tiempos, justificativos de la generación de enemigos comunes que no son, en realidad, los verdaderos enemigos. Se acentuará la recurrencia a la palabra “democracia”, base discursiva de los promotores de su destrucción.
Nos obligan a temblar por sus advertencias de un final apocalíptico inminente, nos impelen a permanecer escondidos de la realidad que se padece por consecuencia de sus horrores financieros y económicos. Nos empujan a la irracionalidad de optar por uno u otro “bando”, como si se tratara de un campeonato de la brutalidad. Nos atraviesan con sus balas de fantasías pseudo-geopolíticas, evitando la comprensión de la historia y los antecedentes reales, impidiendo el análisis racional de los hechos que se amontonan en las pantallas de los mentimedios. Y nos dejan sin defensa, aterrados por un desenlace que nunca llega del todo, oprimidos sobre el oscuro barro del tiempo que nos roban.
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