Mientras nos invitan a distraernos con los dichos de alguna nefasta supuesta “intelectual”, por detrás (y no por debajo de la mesa) siguen pasando barcos repletos de soja sin registrar por nuestra mayor vía navegable, el río Paraná. El lenguaje neoliberal instalado desde hace mucho tiempo a través de los medios de comunicación, a terminado por fijar el nombre de “hidrovía” al más extraordinario ecosistema acuático del que dispone nuestra Nación, compartido con otros países limítrofes. Pero la tal “hidrovía” no es sólo esa “autopista” para barcos soñada por los extractores de riquezas autóctonas, sino más bien el ámbito imprescindible para concretar una inmensa cantidad de fraudes al Estado (a todos nosotros) por parte de las grandes corporaciones que se han autoadjudicado el uso exclusivo de semejante complejo fluvial.
El neoliberalismo, impuesto en base a un genocidio dictatorial primero, y a gobiernos democráticos traidores de sus mandatos después, se ha instalado en el “inconsciente colectivo” como una certeza casi irrefutable, una especie de razón suprema que sobrevuela cada acto de gobierno para imponer una orientación opuesta a los intereses de la mayoría de la población. Incluso en los auténticos gobiernos populares, que lograron revertir muchas de las terribles consecuencias de las políticas neoliberales anteriores a sus mandatos, suelen proliferar funcionarios con tendencia a no romper con el “maleficio” de esas teorías económicas.
Así es que se terminan adoptando medidas que no logran eliminar las tendencias privatizadoras, sobre todo en los ámbitos como las de este enorme y primordial sistema fluvial del Paraná y el Paraguay. Los puertos instalados en la larga costa disponible, sobre todo en la Provincia de Santa Fe, son mejor reductos de negociados espurios que lugares destinados a concretar los beneficios emanados del intercambio comercial internacional.
Las grandes corporaciones transnacionales se han apoderado del negocio exportador, han logrado que se les eliminara hasta los controles estatales para verificar sus cargas, hacen y deshacen a su antojo envíos de cargas malversadas y dejan para nuestra Provincia y la Nación toda, solo pérdidas de divisas y, lo peor de todo, de soberanía.
Ahora, cuando la oportunidad del fin de la concesión abre un panorama que podría ser aprovechado para derrumbar el oneroso edificio de la privatización amañada que se nos impuso como paradigma de la “bienaventuranza” nacional, vuelven a escucharse las voces de medrosos funcionarios que intentan mantener el statu quo pernicioso con el que se ha manejado semejante sistema. Sus estrechas relaciones con las empresas que se apoderaron del Paraná y sus puertos, hacen que la palabra “Estado” los ponga nerviosos, salvo cuando lo administran a sus antojos los dueños del Poder Real. El término “nacional” es otro de los estigmas que los preocupan, temerosos de perder las ventajas del manejo discrecional de la fabulosa fortuna que extraen esas corporaciones, casi sin control, por este complejo navegable.
No son tiempo de fáciles soluciones, pero sí de terminar con los eufemismos políticos. Las cosas deben ser llamadas por sus nombres y las acciones deben tomarse en base a las necesidades del desarrollo soberano y las necesidades populares. No puede haber otro camino, si de lograr el fin de la miseria se trata. No existe alternativa alguna al control estatal del uso de los bienes naturales que nuestro País posee en grado sumo, para alcanzar el bienestar mayoritario y alejarnos de la profundización de la pobreza y el subdesarrollo.
El momento de una decisión fundamental exige una claridad de conceptos de los gobernantes, que unan las buenas intenciones con la posibilidad real de la concreción de los objetivos que con tanta pasión enumeran en los discursos. Este es ese tiempo especial para comenzar un proceso que hagan factible esas metas trascendentes que permitan el crecimiento como Nación, basada en la independencia económica real con fundamento en la Justicia Social.
No es con temores a los ventajeros “pulpos” extractores de nuestras materias primas que podrán tomarse decisiones honestas, sino con una auténtica visión nacional del desarrollo, que se aleje de las extorsiones de los poderosos grupos económicos y de la sucia hipocresía mediática donde se escudan estos ladrones de sudores ajenos. Porque los ríos son mucho más que una “hidrovía”, es hora de defenderlos con pasión, de asegurar la racionalidad para su utilización respetuosa del ambiente que sustentan y acabar con el robo sistematizado de sus riquezas, que son las nuestras.
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