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Me tiré a dormir una siesta
pensando en escribir sobre la grieta, y cuando desperté me sentí en la película
de Woody Allen El dormilón. Pero no habían pasado décadas, ni estaba en
otro país. Era Argentina, 2015, domingo de elecciones, y en un cerrar y abrir
de ojos se habían alterado las reglas del juego. Argentina es así, al que no le
guste que se mude a Andorra donde pasan cosas interesantes cada dos siglos.
Desechada la nota sobre la grieta, tuve que apelar a mis conocimientos
profundos, que van de saber usar Google hasta recordar de memoria los diálogos
de El Chavo y el nombre de los actores secundarios de El Padrino. Y se
me apareció aquella frase atribuida al gran Sarmiento: "Hay que educar al
soberano (el pueblo); si no lo haces por justicia, hazlo aunque sea por
miedo". Esta idea se ha puesto en práctica muchas veces en nuestro país y
también en países donde nunca se lo ha leído. La frase de Sarmiento parece
sencilla de desarticular hoy pero tenía sentido en el siglo XIX porque el
pueblo era una caterva olorienta, analfabeta, que ni se limpiaría el culo con
papel de diario porque apenas existían diarios y lavarían el chiripá cuando la
lluvia los pescaba a la intemperie. Pero, ¿quién debía educar a ese soberano?
El que tenía el poder. En época de Sarmiento era un poder a medias político y a
medias militar, siempre bajo el dominio psicológico, político o real de fuerzas
extranjeras que nunca nos sacaron el pie de encima. Un siglo y medio después,
el poder es decididamente económico y el poder político es circunstancial, y a
veces gerente del otro. Pero el concepto de educar al soberano, por justicia o
por miedo, sigue vigente. Puede ser democracia con miedo, o simplemente miedo,
como ha sucedido en las dictaduras. O pueden ser miedos más elementales,
siempre poderosos: a perder el trabajo, a no poder ahorrar dólares, a la
inflación, a la inseguridad, a la incertidumbre. En el pasado transmitían ese
miedo a los tiros, con golpes de estado. Ahora lo usan disfrazado de justicia,
o sea de democracia.
***
El poder dice saber lo que le conviene al pueblo más que el pueblo
mismo. Entonces ahí aparece otro recuerdo surgido de las profundidades de mi
cabeza: el despotismo ilustrado. Fue una idea que logró muchos avances
sociales: "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". En el siglo
XVIII tenía mucho sentido porque la gente era burra, mugrienta y poca atenta a
las ideas que llegaban del mundo civilizado, en general Francia. Entonces había
que indicarles el camino (algo similar a lo que decía Sarmiento), con
delicadeza o a los garrotazos. Pero al pueblo no le dolía porque era por su
bien. Y a veces lo era. Para que eso sucediera tuvieron que aparecer reyes
modernos con ministros inteligentes que plantearon un salto hacia el futuro
haciendo de las ciudades lugares habitables, incluso bellos, como en el Madrid
del borbón Carlos III, en lugar de piojeras donde podías recibir el contenido
de una bacinilla en la cabeza por no haber oído a tiempo el grito de "agua
va". Pero siempre el que se atribuye el derecho de saber lo que quiere el
pueblo, es el poder. A veces hay intelectuales que logran intercalar ideas
cuando ese poder duerme la siesta, como Marx, por citar un ejemplo notable,
pero cuando el poder se despierta de la siesta, tiene más hambre y menos
prejuicios en aplastar las ideas de cambio. En un diálogo de El Padrino,
Pacino le dice algo parecido a Diane Keaton, pero era para levantársela, así
que no le daremos mayor importancia. Un despotismo ilustrado moderno, que sigue
teniendo vigencia, ha funcionado bien en estos días. Medios poderosos,
millonarios, Sociedad Rural y otros han dictaminado que a este pueblo le
conviene otro rumbo. A ellos también, pero eso no lo dicen; no está en la mesa
de discusiones. El asunto es lo que el pueblo, que es el que vota y decide,
debe hacer para ser feliz. Antes eran ciudades más modernas y baños públicos.
Hoy es libremercado, achique, importación a lo loco y dólares que se compran en
el kiosco. La ausencia de corrupción no está en la mesa de debate desde que se
descubrieron los negociados del PRO, algo que a sus votantes no les importó
tanto como venían pregonando. El pueblo decide. Decide entre lo que el poder
económico puso sobre la mesa y lo que ese poder desprecia. Agua va, se oye en
el aire, mientras una bacinilla simbólica vuela en el aire, llena de mierda,
simbólica y no tanto.
***
La tercera reminiscencia es el cuento El traje del emperador.
Al emperador le vendían un traje inexistente y el tipo andaba de acá para allá
en bolas. Por miedo todos le alababan el traje hasta que un esclavo le avisó
que hacía el ridículo. Primera reflexión: el esclavo no tenía nada que perder,
como mucho la vida de porquería que vivía. Aun así, como buen chupamedias elige
entregarla para evitar que el rey haga papelones. Segunda reflexión: el esclavo
es ascendido a monotributista y reciba una casita como premio, entonces cuando
el emperador vuelva a hacer el ridículo, se callará la boca para no perder lo
que tiene. ¿Se parece a cierto argentino piojo resucitado que estaba muerto de
hambre y que ahora tiene un autito y se cree de clase media y por eso vota el
cambio para poder ahorrar dólares? Ahora, si el cuento se llamara El traje
del soberano (y nótese el extraordinario juego de palabras que ha
encontrado mi inteligencia, que nunca descansa), la cosa cambia. En este nuevo
cuento, es el pueblo el que quería usar un traje diferente al de los otros
pueblos. No quería seguir los caminos del libremercado a ultranza, del
capitalismo feroz, ser lamebotas del poder imperial ni económico. Para eso se
desendeudó, protegió sus industrias, y apostó a la investigación y a otras
cosas que no vienen al caso. Y pasó lo mismo. Alguien vino a decirle al pueblo
que se dejara de joder. En este caso el que se lo dijo es el emperador, el
poder. Le dijo, a lo Sarmiento: "Aprendé de una vez lo que te conviene o
te rajo el puntero en la cabeza". O le dijo, a lo déspota ilustrado:
"mire m'ijito, eso de distribución de la riqueza, derechos humanos, putos
que se casan y cohetes a la luna, no es para usted; usted para ser feliz tiene
que ponerse el traje que yo le doy, soñar con ahorrar dólares y bajarse los
pantalones ante el FMI que se lo van a empomar pero con onda". La nota
sobre la grieta quedará para más adelante, porque aunque algunos crean que acá
se cierran discusiones, en realidad se abren, y volveremos una y otra vez sobre
el peronismo y su pragmatismo, el radicalismo y sus mutaciones y la mentada
grieta. Queda mucho por delante. Queda ganar o perder. Queda gobernar bien o
mal. Queda ver cómo reacciona este soberano cuando tiemblen sus derechos
adquiridos. Queda por saber cuánta fidelidad será capaz de demostrar la clase
media ante el aumento de la luz, el gas, el dólar y una devaluación. Queda mucho
por escribir, traiciones por sufrir y lealtades por mostrar, devoluciones de
gentilezas a troche y moche, chicanas, burlas y contraburlas. En el medio, el
pueblo argentino, monada colorida, de ideario variopinto y deseos
contrapuestos. Que viene recibiendo lecciones a los garrotazos desde hace
siglos. Y acá estamos, aguantando y luchando, dólar más, dólar menos.
*Publicado en Rosario12
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