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“La ley Sáenz Peña, ha venido
entre no- sotros a asegurar el triunfo de la bestia policéfala, analfabeta,
todo instinto, sobre los brotes excelsos del alma humana en la tierra virgen de
nuestras pampas y desiertos. Y lo peor es que vivimos dentro de la atmósfera
del sufragio universal, convertido en Evangelio de los teorizadores, hijos de
la Revolución Francesa, que han hecho del mundo un infierno.” Esto escribía un senador
nacional, que había sido gobernador de Jujuy, en los años treinta del siglo
pasado (Benjamín Villafañe, La ley suicida, 1936, p. 15), al que siguió un
libro titulado Chusmocracia, en que abordaba temas tales como “el sufragio
universal ante la ciencia biológica”.
Nadie hoy habla con la claridad de Villafañe, pero algunos parecen
pensar lo mismo.
Ahora que hubo jueces que actuaron jurídicamente y salvaron la
dignidad de la condición de magistrados, la resolución que revocaron merece ser
meditada, porque sin duda es una de las más graves decisiones que salió de los
estrados de un Poder Judicial de nuestro país, y que en su fondo ideológico es
mucho peor que la famosa Acordada de la Corte Suprema nacional del año 1930: la
lamentable acordada pretendía limitarse a reconocer una situación “de hecho”
que había avasallado la voluntad mayoritaria, derrocando y poniendo en prisión
a un presidente popularmente electo, pero esta resolución pretendió, por sí
misma, desconocer la voluntad mayoritaria: no “reconocía” lo que había hecho un
general alucinado por el corporativismo, sino que ella misma producía el hecho.
En su espíritu no hay nada diferente a lo que con claridad expresaba
Villafañe: la “chusma” es explotada, se aprovechan de su ignorancia, el
“clientelismo” invalida las elecciones. No son las fallas de un procedimiento
electoral, que no tenían relevancia para el resultado final de la elección,
sino todo el proceso eleccionario, porque se habría engañado a las masas
ignorantes. El reclamo del voto calificado aunque tácito, queda claro: la ley
Sáenz Peña es un error.
Es penoso que no recordemos nuestra historia no tan lejana. Tuvimos
dos elecciones anuladas: una en 1931, cuando el dictador Uriburu anuló el
triunfo de la fórmula radical PueyrredónGuido en la provincia de Buenos Aires,
y mandó a los dirigentes radicales a Ushuaia. Relean muchos políticos de
nuestros días el libro de Ricardo Rojas, sobre su estadía en Ushuaia. Relean
los diarios de 1916, que son los mismos que ahora ponderan la decisión tucumana
revocada, cuando se escandalizaban de que la “chusma” hubiese desatado los
caballos del coche de Yrigoyen. Recuerden cuando en 1912 en Santa Fe, en la
primera aplicación de la ley Sáenz Peña, les abrieron las urnas por debajo para
llenarlas de votos conservadores. Recuerden a Yrigoyen en Martín García.
La segunda anulación de elecciones provinciales fue la de 1962, cuando
militares golpistas obligaron al Presidente a firmar la anulación y luego lo
llevaron preso, también a Martín García, donde ya habían llevado preso a Perón,
quince años después que a Yrigoyen. ¿Se olvidaron que a la isla Martín García
la llamaban “YPF” (Yrigoyen, Perón, Frondizi)?
El pasado manda, los muertos mandan aunque no hablen, hay historia y
memoria, no podemos borrar el pasado, porque siempre hay alguien que refresca
la memoria.
No se olviden que muchos, si ahora escriben y hablan y pasaron por las
universidades, en buena medida lo deben a los gobiernos votados por las
“chusmas”. Si hacen un buen análisis de conciencia, verán que fue gracias a
esos gobiernos que muchos pueden gozar efectivamente de lo que son. ¿Quiénes
abrieron nuestras universidades al pueblo, sino los gobiernos de la “chusma”?
Quizá más, algunos tal vez les deban la vida misma. Pueden ser los
beneficiarios de la política de salud de Ramón Carrillo, que murió pobre y en
el exilio. Y eso fue gracias al voto de la “chusma” del 17 de octubre de 1945,
que fue calificada de “aluvión zoológico”.
Sinceramente, antes que pertenecer a la elite racista y pretender
corregir los “errores” de las mayorías con una visión iluminada de minoría
ilustrada, única capaz de percibir la realidad que se le oculta a las “mayorías
ignorantes”, no dudo en ser parte de la “chusma” de Villafañe. Decididamente me
hubiese sumado a desatar los caballos del coche de Don Hipólito y treinta años
más tarde me hubiese refrescado los pies en la Plaza de Mayo. No puedo dudar en
asumirme como “chusma”.
¿Es esta una manifestación de autoritarismo fascista? No, Villafañe
tenía razón: es la Revolución Francesa la que tuvo la culpa, la de las mujeres
hambreadas que cantaban La Marsellesa, que con gusto y sin saber mucho de dónde
viene entona nuestra elite perfumada. Está claro. El liberalismo político tuvo
la culpa del triunfo de la “chusma”. Obvio, porque el liberalismo político es
igualitario y, por ende, es el antagonista del “liberalismo económico” desigual
que hoy postula el poder financiero transnacional y sus muñecos de ventrílocuo
folklóricos y locales.
¿Son acaso nuestros elitistas quienes pueden llamarse liberales
políticos? Es posible que los populismos hayan cometido errores, y más aún,
como todo el que gobierna, seguramente los han cometido. ¿Pero quiénes fueron
más antiliberales? ¿Acaso fue liberal lo que hizo Uriburu con los radicales o
la revolución fusiladora con los peronistas? ¿Fue liberal proscribir partidos
políticos mayoritarios? ¿Acaso fue liberal mandar presidentes a Martín García?
¿Fue liberal el comisario Lugones? ¿Fue liberal poner masivamente ciudadanos a
disposición del PEN? ¿Fue liberal anular militarmente dos elecciones porque perdieron
los que eran minoritarios? ¿Fue liberal bombardear la Plaza de Mayo, dándonos
el triste privilegio de tener la única capital del continente bombardeada desde
el aire? ¿Fue liberal ametrallar a los manifestantes desde el aire? ¿Fue
liberal fusilar a Valle y sus compañeros sin proceso? ¿Fue liberal derogar una
Constitución por decreto, sosteniendo que no había sido convocada por la
mayoría de dos tercios, cuando faltaban unos pocos votos, para convocar
inmediatamente a otra sin ningún voto y por la sola voluntad de un dictador?
¿Fue liberal el famoso decreto 4161? ¿Fue liberal sacarse de encima con un
decreto una Constitución molesta, para acordar el ingreso al FMI? ¿Es liberal
un diario que aplaudió estas medidas y en el que hoy pontifican con cara seria
comentadores nada serios invocando un “republicanismo” incomprensible? ¿Es
liberal pretender que la Presidenta no pueda entregar el mando a otro
Presidente electo por la mayoría?
No es necesario mencionar la última dictadura para verificar que no
fue más que la culminación de un largo proceso, jalonado por estas y otras
atrocidades previas. No nació del vacío ni de la nada, no fue resultado de una
invasión de extraterrestres, sino que se fue preparando con todos estos
episodios, hasta acabar inevitablemente en el genocidio.
Cuando la pretendida superioridad elitista resurge, ahora nada menos
que en los estrados de la “sagrada justicia”, no podemos menos que retomar el
hilo de la historia contemporánea. Debemos tener memoria, pero no sólo de las
atrocidades de la última dictadura, sino también de todo lo que la precedió, o
sea, recordar el espíritu elitista de las minorías iluminadas y racistas que se
consideraban superiores a la “chusma ignorante” y que, por ende, proclamaban
que sólo ellas sabían qué era lo “bueno”, con un hipócrita paternalismo
“tutelar” de las mayorías a las que explotaban y mantenían fuera del escenario
político.
Por primera vez una sentencia pretendió anular una elección en toda
nuestra historia. Hubo sentencias aberrantes que legitimaron el desconocimiento
de la voluntad popular, pero por primera vez una sentencia quiso anularla
directamente en virtud de su propio acto jurisdiccional. Por primera vez una
sentencia asume en palabras más oscuras y confusas, oculto bajo eufemismos, el
discurso transparente del viejo senador Villafañe. No hubo ninguna bocanada de
aire fresco en esa sentencia, sino un aliento fétido que nos viene de los
momentos más elitistas y antiliberales de nuestra historia contemporánea.
Soy “chusma”, lo asumo, pero no pretendo ser “el Pueblo”, porque
también los que pierden cualquier elección son Pueblo, pero cuando son menos no
tienen otra solución que resignarse y jugar en la próxima. Esa es la regla de
la democracia. Otra actitud nos regresa hacia un pasado teñido de dolor, sangre
y explotación, al que no queremos ni debemos volver.
*Publicado en Página12
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