Imagen mamvas.blogspot.com |
Una crisis global asuela el mundo
que conocemos. Las crisis de la energía y de la alimentación, la degradación
del medio ambiente, la recesión y la crisis financiera, la pérdida de
legitimidad de la democracia y el vaciamiento de los valores de nuestra cultura
son síntomas de las limitaciones del capitalismo para reproducir y legitimar la
estructura de relaciones de poder a nivel global. El resquebrajamiento de esta
estructura, basada en una determinada forma de producción, apropiación y
distribución del excedente económico a nivel mundial, irrumpió en la escena
política internacional a través de la crisis financiera de 2008. Ignorar la
índole sistémica de esta crisis implica oscurecer los obstáculos que
enfrentamos para lograr una mayor inclusión social e integración nacional.
Las crisis económicas son
inherentes al desarrollo del modo de producción capitalista y se caracterizan
por un movimiento doble: destrucción de bienes, activos y fuerzas productivas
por un lado, y por el otro una creciente concentración del capital y de la
riqueza. La crisis financiera de 2008 ha expuesto la enorme concentración de la
riqueza y la creciente desigualdad social en los países centrales, alentando un
incipiente debate intelectual y político sobre los mitos del capitalismo. Por
otra parte, esta crisis global ha desnudado la relación que existe entre la estructura
de poder mundial y la que predomina en nuestro país. Sin embargo, la
desinformación impregna nuestra coyuntura política. Esta desinformación fluye
del relato de los medios de comunicación, un relato que oculta toda información
relativa a las relaciones de poder y a su impacto sobre nuestra realidad
inmediata. La ausencia de un debate intelectual y político sobre el significado
del momento actual también contribuye a la desinformación. Sin información y
sin debate no hay conocimiento acabado de la realidad. Si desconocemos las
relaciones de fuerzas y la importancia relativa de los diversos conflictos y
alianzas posibles, y si ignoramos de dónde venimos y hacia dónde vamos, los
intentos de transformar la realidad quedarán truncos. La intención de esta nota
es aportar al debate sobre el momento que nos toca vivir.
La necesidad de producir
constantemente una ganancia y de realizarla en el mercado ha dado lugar en los
países centrales a una acumulación altamente intensiva en capital, una
acumulación que reemplaza continuamente fuerza de trabajo por bienes de
capital, provocando desocupación, estancamiento y caída de los salarios, rápida
obsolescencia tecnológica, sobreacumulación de bienes, caída de precios, y un
enorme incremento de la capacidad ociosa instalada con relación a la capacidad
potencial existente. En consecuencia, los países centrales enfrentan hoy día
las amenazas de recesión y deflación en el contexto de una creciente
desigualdad social. La OECD estima que hacia 2030 las tasas de crecimiento del
producto, del empleo y de las inversiones en stock de capital de estos países
serán inferiores a las logradas en las décadas del ’90 o del 2000, y el
crecimiento de su ingreso medio anual será inferior a la tasa promedio anual
del crecimiento del ingreso mundial.
A pesar de este estancamiento
productivo, y más allá del rol de China en la economía mundial que no podemos
abordar ahora, los países centrales –y en particular los Estados Unidos–
controlan la producción a nivel global. La acumulación altamente intensiva en
capital ha dado lugar a una expansión del capital hacia fuera de las fronteras
a través de cadenas de valor. Un grupo relativamente reducido de corporaciones
multinacionales domina eslabones estratégicos de estas cadenas de valor,
controlando así un proceso que desintegra la producción a nivel local, al mismo
tiempo que la integra a nivel global. De este modo, el capital
monopólico/oligopólico determina la forma en que se produce el excedente
económico a nivel mundial. Asimismo tiene un rol decisivo en el comercio
internacional. En efecto, más del 80 por ciento de este último transcurre hoy
día a través de cadenas de valor y por las redes de producción de las empresas
multinacionales (filiales, contratistas, proveedores, licenciatarios etcétera).
Esto coarta enormemente la posibilidad que tienen los Estados de controlar el
comercio exterior de sus respectivos países y facilita las actividades
especulativas a nivel comercial. En este contexto, las rentas monopólicas
adquieren una importancia crucial. Son un mecanismo de succión del excedente
económico y de la riqueza acumulada, e impulsan un proceso de acumulación
mundial basado en la desposesión lisa y llana de vastos sectores sociales.
El movimiento paradójico de
fragmentación y de concentración que caracteriza la producción capitalista a
nivel mundial se reproduce en las finanzas internacionales. La manipulación de
las tasas de interés y las operaciones especulativas de todo tipo constituyen
los mecanismos utilizados por distintos actores en su lucha por apropiar una
mayor cuota del excedente económico y de la riqueza acumulada. En este proceso
turbulento, las rentas financieras impulsan grandes transferencias de ingresos
y la desposesión de múltiples y diversos sectores sociales. Estas rentas han
dado lugar a una clase rentista que vive de comisiones financieras fijadas
monopólicamente y transferidas a los precios. La intervención del Estado en el
sistema financiero de los países centrales juega un rol crucial en estos
procesos y tiende a impulsar la concentración del capital.
La especulación en torno de las
hipotecas subprime en los Estados Unidos detonó la crisis de 2008 y colocó al
sistema financiero de este país al borde de la quiebra. La solución ideada por
la Reserva Federal para evitar el quebranto de los principales bancos, y para
otorgar crédito a la economía “real”, recayó en una política de facilitación
monetaria o quantitative easing (QE) consistente en su primera fase en la
compra sistemática y masiva de hipotecas “basura” en posesión de los bancos.
Esto revalorizó a estos activos y aumentó las reservas líquidas de los bancos.
Como contrapartida se regularon las actividades de estos últimos, a fin de
evitar su contaminación con inversiones especulativas. Se salvó así a los
grandes bancos de la quiebra, pero no se logró el objetivo explícito de
reavivar a la economía. El resultado inmediato fue el aumento de las reservas
de los grandes bancos y el crecimiento del crédito de corto plazo otorgado por
la “banca en las sombras” (shadow bank). Constituida por los hedge funds,
fondos de pensión, fondos soberanos, compañías de seguros etc., la banca en la
sombra no fue regulada y operó con tasas de interés mayores que las de los
bancos. De ahí las grandes y rápidas ganancias especulativas de este sector a
través de un complicado encadenamiento de operaciones con “derivados”
financieros (instrumentos financieros de distinto tipo cuyo valor deriva del
valor de otro activo subyacente: acciones, opciones, bonos corporativos, bonos
soberanos, swaps de tasas de interés, credit default swaps, etcétera). La banca
en la sombra financió gran parte de sus actividades con el uso y reuso (repos)
de los depósitos y garantías colaterales de los grandes bancos. De este modo,
la banca formal y la banca en las sombras quedaron cada vez mas
interconectadas. La magnitud de estas operaciones de corto plazo, su opacidad
al no figurar en la contabilidad de los bancos o de las entidades financieras y
la contaminación de los depósitos de los bancos con inversiones de alto riesgo
hacen de las finanzas un mundo salvaje, extremadamente turbulento y frágil. En
este casino de múltiples apuestas abiertas, la cláusula del safe harbor en
transacciones con derivados parece potenciar tanto la posibilidad de
concentración del capital como el riesgo de implosión financiera. Introducida
en la reforma financiera de 2005, esta cláusula exceptúa a los traders en
derivados de la cautelar (stay) que bloquea los esfuerzos del acreedor por
cobrar la deuda, otorgándoles así derechos especiales y prioridad en el cobro
de la deuda. Esto facilitaría la concentración del capital, al permitir que los
acreedores –y especialmente los grandes bancos con grandes tenencias de
derivados– exijan el pago inmediato de la deuda y se apropien de los activos de
los deudores. Los colapsos de Bear Stearn, Lehman Brothers, AIG y más
recientemente el colapso de MF Global, en 2011, habrían sido detonados por la
súbita paralización de las transacciones con derivados por parte de sus
respectivos socios y el consiguiente saqueo de estas entidades, aplicando la
cláusula del safe harbor. La posibilidad de una estampida para liquidar
colaterales por parte de entidades financieras que tienen repos y derivados con
cláusula de safe harbor amenazaría así la estabilidad del sistema financiero
norteamericano.
La debacle financiera de las
economías más frágiles de la Comunidad Europea muestra cómo las turbulencias
financieras de Estados Unidos se reproducen en las finanzas internacionales. En
estas turbulencias se encuentra atrapada la deuda soberana de muchos países. En
este contexto salvaje, los fondos buitre que amenazan la reestructuración de la
deuda argentina no son una anomalía. Son una expresión más de la lucha
encarnizada por la apropiación del excedente económico, de los ingresos y de la
riqueza acumulada. Encarnan en nuestra realidad las turbulencias de las
finanzas internacionales. Nuestra vulnerabilidad frente a esta ofensiva no
surge simplemente del peso de nuestra deuda externa. El principal obstáculo para
enfrentar a los fondos buitre es el nudo gordiano que nos oprime y que hemos
analizado anteriormente en este diario (13/11/2011, 20/1/2014 y 14/3/2014). La
acumulación del capital en condiciones de dependencia tecnológica ha dado lugar
al control monopólico/oligopólico de sectores clave de nuestra economía. Los
lazos de este nudo gordiano: la restricción externa, la corrida cambiaria y la
inflación, siembran el canibalismo social, fomentan la inestabilidad política y
nos condenan al estancamiento económico. Estos lazos del nudo gordiano son el
principal obstáculo al manejo soberano de la deuda externa y desnudan la
relación existente entre la estructura de poder global y la que existe en
nuestro país. En este contexto, la formación monopólica de los precios y su
dolarización adquieren una dimensión nueva. Estos procesos indican el campo
donde se encarnan y fusionan inmediatamente los principales conflictos
sociales. De ahí la importancia y la urgencia de crear espacios institucionales
que permitan una movilización organizada de la ciudadanía con el fin de
controlar la formación de precios a lo largo de las cadenas de valor, desde la
producción hasta el consumo. Esto arrojará luz sobre el vuelo rasante de los
buitres internos que, favorecidos por las limitaciones para obtener divisas
como consecuencia de la restricción externa, utilizan las corridas cambiarias y
la dolarización de precios para coartar la política oficial y perpetuar en
nuestro país la estructura de poder global. Estos espacios permitirán, además,
dar eficiencia y legitimidad a la política de Precios Cuidados. Más importante
aún, esta experiencia de participación colectiva en la lucha contra un mal que
nos aqueja a todos permitirá articular alianzas entre sectores con intereses
diferentes y contribuirá a limitar el canibalismo social, allanando el camino
hacia la inclusión social y la integridad nacional.
*
Socióloga, autora de La economía política argentina. Poder y clases sociales.
Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario