Por Roberto Marra
El mundo de la diplomacia siempre se ha basado en las “buenas maneras” en el trato entre sus integrantes, una manifestación de “corrección” discursiva, buscando (al menos) la apariencia del respeto hacia los interlocutores. Hay en todo ello, una gran cuota de simulación, una “puesta en escena” que no se corresponde, las más de las veces, con los pensamientos y las actitudes anteriores y posteriores a esos encuentros diplomáticos. Pero, al menos, se trata de una forma de considerar al otro como un igual, un representante de otra soberanía a la que se debe la deferencia del buen trato.