Por
Roberto Marra
La
brutalidad suele expresarse a borbotones, espumosa y volátil, vana y
superflua como es su condición imbécil. Pero posee una
extraordinaria capacidad dañosa, se introduce por los resquicios
dejados por la desidia y el engreimiento de muchos, por la
incapacidad de comprensión de sus orígenes o por la inhabilidad de
distinguir esos “atributos” oscuros en los sujetos que
manifiestan cada segundo de sus vidas semejantes improperios
existenciales, apoyados en la protección de los que se aprovechan de
sus bestialidades mentales para profundizar sus dominaciones y
eliminar a sus enemigos ideológicos.
Así,
podemos entender que haya auténticos científicos que privilegian
sus posiciones ideológicas negadoras de los hechos generados por los
pueblos y sus manifestaciones y logros sociales, con tal de seguir en
sus rediles del pseudo-conocimiento, capaces de crear soluciones a
los problemas más complejos en su materia, pero totalmente necios a
la hora de entender el verdadero objetivo de esos trabajos de
laboratorio.
No
solo de investigadores se trata. Otro “rubro” que acumula
especímenes de esa naturaleza, y en abundancia, es el periodismo.
Sobre todo, aquel que la va de “independiente”, o que incluso se
auto-impone un discurso anti-Poder, aún cuando en el fondo y después
de todo su aparente enfrentamiento con él, se noten los hilos que
irremediablemente los unen.
Ocultar
y mentir son dos caras de la misma moneda, muy utilizadas por estos
energúmenos de prosapias intelectuales muy evolucionadas, pero
atadas al misterioso temor por perder predicamento o distinguirse de
entre sus iguales por intentar hacer otra cosa que seguir la
corriente de miserias verbales que los sostienen en el candelero
mediático o profesional. Lo hacen con hechos irrefutables (cuando se
los conoce), probados por la realidad que los manifiestan con números
y señales insoslayables, pero que, misteriosamente, estos
apasionados por las sombras del conocimiento, no ven lo que
cualquiera, aún con una mínima capacidad de lectura y comprensión,
pueden observar con claridad.
Para
dar un ejemplo: una científica escribe una nota sobre el desarrollo
de la pandemia en Latinoamérica, donde, sin vergüenza alguna,
manifesta que en esta Región existen solo dos gobiernos “de signo
progresista”: México y Argentina. El resto, dice, son “de
orientación conservadora o derechista”. Solo nombra
específicamente a unos pocos, para determinar una verdad que no es,
para exhibir una brutalidad que resulta incomprensible en una
estudiosa de las ciencias, aun cuando limitada a una en especial.
Aparentemente, en Cuba, Nicaragua o Venezuela gobiernan los
“conservadores”, la “derecha”, como se le suele denominar
basados en esa europeizante manera de explicar nuestra historia y
nuestras realidades. Todo un caso de brutalidad “cientificista”,
puesta al servicio de los intereses de los mismos que pretende
señalar como generadores de males, de los que puede que entienda sus
orígenes naturales, pero jamás los sociales, históricos y
políticos.
Otra
imbecilidad, cuya permanente difusión la determina como de imposible
espontaneidad o desconocimiento, está referida a uno de esos países,
Venezuela, en el tratamiento que los periodistas le dan a la hora de
resaltar debacles o logros referidos a la pandemia en desarrollo
(aunque también a otros temas de carácter tan o más graves que
ello).
Se
trata de ignorar, en forma absoluta y total, esconder con verdadera
alevosía, los datos que ponen de manifiesto los resultados de las
políticas y las acciones del gobierno de aquella Nación para
defender la vida de sus ciudadanos, de cubrirlos con la seguridad de
un sistema sanitario protector que ha logrado cifras que determina
que sea el País con menos incidencia de esa enfermedad en Suramérica
y uno de los mejores posicionados en el Mundo: solo el 1,31 por cada
cien mil habitantes ha sido contagiado y el 0,03 por cada cien mil ha
muerto (según cifras de la OMS hasta el 6 de mayo de 2020).
La
contundencia de los números, determinantes siempre de los auténticos
resultados que importan para evaluar el desarrollo de semejante e
inédito hecho planetario, son arrojados al cesto de la basura
mediática, al fondo del desconocimiento popular, al reservorio de
los ocultamientos convenientes para el Poder que sostiene a estos
idiotas útiles con aires de sabiondos. La incapacidad de comprender
la importancia de transmitir esa verdad irrefutable, como método
para estudiar las razones de tales logros y las posibles aplicaciones
en otros lares, los convierte en algo peor que mentirosos: en ruines.
Se
trata solo de dos muestras de tantas que abruman. Se sostienen cada
minuto de cada día, con desparpajo y sin vergüenza. Se miente a
sabiendas o se tergiversa con fruición bruta y embrutecedora. No lo
hacen solo con aquellas realidades, porque lo reiteran con la
nacional, donde mezclan verdades con mentiras hasta embalsamar los
hechos y hacerlos irrefutables, con el dudoso propósito de parecer
ecuánimes, con el indudable placer de sentirse apañados por el
Poder, aún disfrazados de opositores a él.
Cuando
todo estalle, cuando esa “mecha larga” llegue hasta la “bomba
de mentiras” que sostuvieron hasta entonces, cuando la luz emerja
por fin después de tanta oscuridad mediatizada, será tal vez
demasiado tarde para corregir los daños sociales, para evitar la
miseria que entumece a los pueblos y los degrada hasta hacerlos solo
carne de los cañones de estos insoportables brutos de todos los
sectores, esos infames patanes con carnet de sabios.
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