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Por
Roberto Marra
Tomar
decisiones forma parte ineludible, constante y necesaria de la labor
de quienes asumen el rol ejecutivo en un gobierno. Es para lo que se
ha ofrecido cuando candidato, es lo que se espera cuando diariamente
deba enfrentar las mil y una complejidades que demandan las tácticas
y las estrategias para alcanzar los objetivos que se haya propuesto
el gobierno que encabeza. Hacerlo, es también saber que los riesgos
de errores están siempre latentes, y que serán éstos los únicos
que considerarán quienes oficien de “oposición” para evaluar su
gestión, como eficaz método para disminuir o anular el predicamento
del gobernante en cuestión, sobre todo si es de origen y voluntad
popular.
Pero
esa es la moneda corriente en el ámbito político, donde la realidad
suele moldearse dentro de estrechos pasadizos conformados por
verdades a medias, mentiras rastreras, furias sobreactuadas, análisis
sesgados y altanerías intelectuales, que serán también la forma
abyecta de empujar a otros errores si antes se ha cometido alguno.
Nada que el gobernante de turno no sepa de antemano que se hará, por
lo cual no hay sorpresa en esos actos indignos y deshonestos que
buscan minar desde el inicio la tarea de quien se ha propuesto honrar
su palabra y respetar al electorado que lo ungió.
Las
estratagemas de los enemigos de los gobiernos populares son siempre
de múltiples aristas, y muy filosas. También desde el ámbito de la
elaboración de pensamientos, aquellos que se autoadjudican el título
de “intelectuales”, actúan con especial vehemencia sobre las
acciones de los gobiernos populares, creídos de que sus
superioridades académicas y bagajes de maestrías y doctorados,
serán los factores que demuestren la absolutez de sus verdades por
sobre las realidades complejas y diversas a las que se enfrentan los
gobernantes de orígen nacional y popular.
Con
esas herramientas del “saber supremo”, harán sus observaciones
mediatizadas hasta la saciedad y más allá, si fuera posible. Con
esas balas mordaces intentarán abatir a quienes consideren de menor
rango cultural, destrozando sus labores positivas en nombre de la
inmaculada perfección, donde los errores se elevarán al rango de
monumentos a la corrupción, y los aciertos se aplastarán con el
peso de las millones de páginas y segundos televisivos con las que
pretenderán demostrar sus falsedades.
Con
sus famas a cuestas, estos y estas ególatras irremediables pasarán
a ser los invitados permanentes de cuanto payasesco programa
televisivo se autoadjudique el rol de “analista” de la realidad,
donde se intentará descubrir la cuadratura del círculo, además de
hacer añicos la verdad, la última invitada al festín de la
ignorancia programada. Ahí, además de en sus publicaciones de
cuanto periódico opositor exista, habrán de mostrar toda su
insolencia antipopular, siempre escondida detrás de algunas
consignas que les acerquen a un público ávido de certezas fáciles
y odios rápidos.
Apenas
logrado el objetivo, nunca manifestado de frente, de ver caer al
gobierno popular del que se trate, seguirán expulsando sus diatribas
con mayor vehemencia, tal vez para asegurarse la imposibilidad de su
retorno. Como sea, su sucia y perversa tarea ya habrá sido
concretada. Sus famas de intelectualoides subdesarrollados seguirán
marcándonos las “verdades” que serán, siempre y unicamente, las
de ellos. Y la vida postergada de los pueblos castigados por los
sucesores de quienes fueron expulsados por los supuestos “errores”
marcados con tanta pasión antipopular por semejantes energúmenos,
serán el precio de haber escuchado sus mendacidades envueltas en la
repugnante cobertura de la sabiduría autoproclamada.
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