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viernes, 22 de noviembre de 2019

COCODRILOS

Por Roberto Marra
La amistad, el compañerismo, la solidaridad, son nobles sentimientos entre las personas. Hacen a la elevación de los vínculos entre quienes comparten el trabajo, el estudio, la militancia o cualquier actividad grupal. La buena convivencia ayuda a mejorar la calidad de las acciones que se realizen en conjunto, permite debates honestos donde la destemplanza es alejada por medio del trato respetuoso de las individualidades que en ellos participen.
Esto es particularmente beneficioso en los ámbitos legislativos, donde las diversidades ideológicas atraviesan cada discusión, pudiendo promoverse hostilidades paralizantes de los proyectos y retrasos de los objetivos que se hubieran propuesto como indispensables en busca de mejores calidades de vida para la población. Sin embargo, esa utópica formalidad democrática perfecta está bastante lejos de concretarse en todas las discusiones que se plantean allí.
Los gritos, los sarcasmos, las mordacidades innecesarias, los insultos y hasta las procacidades más soeces, son parte del lenguaje que comunmente relaciona a los actores legislativos en busca de “la razón”, dejando de lado los buenos modos y las poses con las que actúan ante las cámaras de los medios de comunicación. Lo que llevaría a pensar que esas personas que vemos y oímos con tanta vehemencia confrontativa, no podrían convivir jamás sosteniendo el virtuosismo de modos amistosos y solidarios entre ellos.
Pero está la hipocresía, esa invitada permanente al festín del mundillo politiquero, la que transforma todo aquel enfrentamiento discursivo, en almibaradas lisonjerías entre los pares. Es lo que parece haber sucedido en esa teatralización ocurrida en la Cámara de Diputados de la Nación, donde entre halagos y adulaciones diversas, se despidió al actual presidente de ese cuerpo parlamentario, quien remató la escena con sus emotivas lágrimas, que inundaron los relatos de los periodistas más obsecuentes y generó la ternura de los telespectadores, al ver que ese señor era un ser humano.
Se pueden comprender las alabanzas de los propios, incluso la respetuosa “galantería” de quienes no lo son. Pero a la hora de los discursos de los actuales opositores, lo que surgió con prístina claridad es la falta de apego a la verdad, el olvido de la realidad y la demostración de ser partes de un sistema donde todo parece ser una simple puesta en escena para “la tribuna”.
De pronto, como si un huracán de bondad y generosidad los hubiera envuelto a todos, se olvidaron que el susodicho presidente del cuerpo legislativo formó parte de los cuatro años de este (des)gobierno nacional, que defendió con fervor cada una de las medidas que este aplicó, sin importarle las consecuencias que recibiera el Pueblo, el convidado de piedra en las decisiones que se toman con poco respeto a los sufrimientos padecidos por efecto de semejantes políticas públicas.
Trabajadores que perdieron sus empleos de décadas, jubilados que no pudieron seguir tomando sus medicamentos, tarifas que sumieron en la oscuridad a centenares de miles de usuarios, industrias quebradas, comercios cerrados, escuelas transformadas en comedores de indigentes, desfalcos financieros al Estado, fuga de divisas incontroladas, aprovechamiento de la estructura estatal para beneficio de los amigos del Poder, persecución a los líderes opositores, inflación imparable, pobreza y miseria creciendo exponencialmente, ¡hambre! en el País de las vacas y el trigo.
Con ese baldón sobre sus hombros, el “tipejo” en cuestión, el “honorable” diputado que presidió este desfalco a la razón y la honestidad, se atreve a llorar sus cocodrílicas lágrimas. Peor aun, sus colegas opositores se atreven a faltarle el respeto a sus votantes y a la ciudadanía toda, enarbolando sus discursos de chupamedias consumados, dando por olvidada la perversa participación de ese pequeño personaje de la historia, en todo este tiempo de oprobio y sinrazón, de entrega de la Nación a la voluntad de los acreedores de una deuda vergonzante para cualquiera que pretenda ser considerado un político honesto.
En esa laguna mental creada por las lágrimas del homenajeado, nadan los olvidos miserables de cada uno de los pibes desnutridos, de los horrores de los enfermos sin medicamentos, de los llantos de las madres por las noches de matecocido, de la rabia y la impotencia de los hombres y mujeres sin trabajo, de la indignidad de comer de la basura. Todo tirado al rincón de la desmemoria, en nombre de la famosa “convivencia democrática”, esa oscura manera de llamar a la hipocresía, esa despreciable forma de matar la verdad y la justicia.

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