Por
Roberto Marra
La
amistad, el compañerismo, la solidaridad, son nobles sentimientos
entre las personas. Hacen a la elevación de los vínculos entre
quienes comparten el trabajo, el estudio, la militancia o cualquier
actividad grupal. La buena convivencia ayuda a mejorar la calidad de
las acciones que se realizen en conjunto, permite debates honestos
donde la destemplanza es alejada por medio del trato respetuoso de
las individualidades que en ellos participen.
Los
gritos, los sarcasmos, las mordacidades innecesarias, los insultos y
hasta las procacidades más soeces, son parte del lenguaje que
comunmente relaciona a los actores legislativos en busca de “la
razón”, dejando de lado los buenos modos y las poses con las que
actúan ante las cámaras de los medios de comunicación. Lo que
llevaría a pensar que esas personas que vemos y oímos con tanta
vehemencia confrontativa, no podrían convivir jamás sosteniendo el
virtuosismo de modos amistosos y solidarios entre ellos.
Pero
está la hipocresía, esa invitada permanente al festín del mundillo
politiquero, la que transforma todo aquel enfrentamiento discursivo,
en almibaradas lisonjerías entre los pares. Es lo que parece haber
sucedido en esa teatralización ocurrida en la Cámara de Diputados
de la Nación, donde entre halagos y adulaciones diversas, se
despidió al actual presidente de ese cuerpo parlamentario, quien
remató la escena con sus emotivas lágrimas, que inundaron los
relatos de los periodistas más obsecuentes y generó la ternura de
los telespectadores, al ver que ese señor era un ser humano.
Se
pueden comprender las alabanzas de los propios, incluso la respetuosa
“galantería” de quienes no lo son. Pero a la hora de los
discursos de los actuales opositores, lo que surgió con prístina
claridad es la falta de apego a la verdad, el olvido de la realidad y
la demostración de ser partes de un sistema donde todo parece ser
una simple puesta en escena para “la tribuna”.
De
pronto, como si un huracán de bondad y generosidad los hubiera
envuelto a todos, se olvidaron que el susodicho presidente del cuerpo
legislativo formó parte de los cuatro años de este (des)gobierno
nacional, que defendió con fervor cada una de las medidas que este
aplicó, sin importarle las consecuencias que recibiera el Pueblo, el
convidado de piedra en las decisiones que se toman con poco respeto a
los sufrimientos padecidos por efecto de semejantes políticas
públicas.
Trabajadores
que perdieron sus empleos de décadas, jubilados que no pudieron
seguir tomando sus medicamentos, tarifas que sumieron en la oscuridad
a centenares de miles de usuarios, industrias quebradas, comercios
cerrados, escuelas transformadas en comedores de indigentes,
desfalcos financieros al Estado, fuga de divisas incontroladas,
aprovechamiento de la estructura estatal para beneficio de los amigos
del Poder, persecución a los líderes opositores, inflación
imparable, pobreza y miseria creciendo exponencialmente, ¡hambre! en
el País de las vacas y el trigo.
Con
ese baldón sobre sus hombros, el “tipejo” en cuestión, el
“honorable” diputado que presidió este desfalco a la razón y la
honestidad, se atreve a llorar sus cocodrílicas lágrimas. Peor aun,
sus colegas opositores se atreven a faltarle el respeto a sus
votantes y a la ciudadanía toda, enarbolando sus discursos de
chupamedias consumados, dando por olvidada la perversa participación
de ese pequeño personaje de la historia, en todo este tiempo de
oprobio y sinrazón, de entrega de la Nación a la voluntad de los
acreedores de una deuda vergonzante para cualquiera que pretenda ser
considerado un político honesto.
En
esa laguna mental creada por las lágrimas del homenajeado, nadan los
olvidos miserables de cada uno de los pibes desnutridos, de los
horrores de los enfermos sin medicamentos, de los llantos de las
madres por las noches de matecocido, de la rabia y la impotencia de
los hombres y mujeres sin trabajo, de la indignidad de comer de la
basura. Todo tirado al rincón de la desmemoria, en nombre de la
famosa “convivencia democrática”, esa oscura manera de llamar a
la hipocresía, esa despreciable forma de matar la verdad y la
justicia.
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