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miércoles, 20 de noviembre de 2019

LAS ARMAS DEL ULTRAJE

Imagen de "Aristegui Noticias"
Por Roberto Marra
Uno de los temas más complejos para resolver en los países de Nuestra América, es el de las fuerzas armadas, incluyendo en ellas a todas sus variantes. Desde las policías, pasando por el ejército terrestre, la marina y la aviación, todas han sido y siguen siendo reductos de las más complejas relaciones con los pueblos a los que, se supone, deben servir, al menos según las lógicas de sus creaciones originales.
Legadas de estrategas inmensos de la descolonización, como San Martín y Bolívar, las fuerzas armadas fueron siendo convertidas, con el paso del tiempo y de las correlaciones de fuerzas entre las facciones que se enfrentaron por el poder político y económico de la región, en instrumentos de los “ganadores” de esos enfrentamientos internos en cada una de las naciones que se constituyeron cuando se produjo la inducida división de la Patria Grande en estos pedazos territoriales tan convenientes para la dominación imperial.
A partir de allí, la utilización de los ejércitos derivó en una cada vez mayor distancia entre los pueblos, que eran quienes que los proveían de tropa y recursos, y los integrantes de esos batallones conducidos por una oficialidad que provenía, en la mayoría de los casos, de las mismas familias poderosas que se fueron apropiando de las riquezas naturales y los beneficios de la entrega al imperio de turno. Y quienes no pertenecieran a los árboles genealógicos de esos abolengos generados a sangre y fuego contra los originarios de cada nación, también fueron ganados por la ambición de pertenencias oligárquicas que les aseguraran predicamentos sociales, sin importar lo que costara para las vidas de sus habitantes.
El siglo XX sirvió para marcar la profundización de esa brecha entre los pueblos y sus fuerzas armadas, con la aparición de los golpes de estado, formas prácticas de evitar los cambios estructurales que aparecieron como necesarios a medida que el desarrollo de las fuerzas productivas provocaron los reclamos por sus derechos ignorados o pisoteados, por las ambiciones desmedidas de los poderosos dueños de la tierra y los medios de producción que eran además, quienes se apropiaban, siempre fraudulentamente, de los gobiernos y toda su estructura administrativa.
La prepotencia imperialista de Estados Unidos luego de la segunda Guerra Mundial, fue acentuando su relación con esos ejércitos ya profundamente intrusados por las ideas y las prácticas antipopulares, que sirvieron de “anticuerpos” para la aparición de figuras relevantes de entre sus propias filas, que llegaron a consustanciarse con las necesidades de sus pueblos, pero que fueron al poco tiempo reducidos a la condición de perseguidos políticos, terminando en exilios involuntarios o directamente asesinados.
El sumun de todas las distancias entre los pueblos y los ejércitos, se dieron en las dictaduras surgidas para contrarrestar a esos gobiernos populares florecidos al calor de las luchas por los derechos más obvios para la condición humana. Y fueron justamente esos derechos los aplastados por las dictaduras sangrientas que, con el apoyo irrestricto del imperio, dieron rienda suelta a las peores perversiones que se hayan conocido, dejando una secuela muy difícil de revertir. Aún así, en Argentina se logró lo que en ninguna otra nación en el ámbito de la justicia hacia las aberraciones cometidas en eso gobiernos de facto, condenando ejemplarmente a sus cabecillas.
El encadenamiento de la aparición de gobiernos populares en Nuestra América entre finales del siglo XX y principios del presente, generaron algunas experiencias de maneras diferentes de relacionamientos con las fuerzas armadas, a las que se las intentó conducir cambiando los ejes de sus funciones, retornando a las originales, que no eran otras que la defensa de los territorios nacionales. Con mayores o menores éxitos, los intentos prosperaron en algunos países y fracasaron en otros, o no se aplicaron siquiera en algunos.
Como siempre, las imprescindibles prioridades del desarrollo socio-económico fueron postergando las decisiones de modificaciones profundas en los ámbitos de las fuerzas de seguridad policiales, las que continuaron con muchas de sus corruptelas y complicidades con delitos a los que estaban obligadas a combatir. Atravesadas por semejantes envilecimientos de sus funciones, se fueron convirtiendo más en un problema que en una solución. Máxime cuando eso gobiernos populares fueron “sentenciados a muerte” por el Poder que, con las más diversas tácticas, retornaron a asumir las gobernanzas perdidas durante poco más de una década.
La prepotencia, la vileza y la brutalidad se multiplicaron, por efecto de las “necesidades” de los gobiernos neoliberales por mantener a raya las lógicas rebeldías a sus desmanes económico-financieros. Los conductores de tales despropósitos apretaron el acelerador de la muerte y el desprecio por los derechos individuales, otorgando el beneficio de ser considerados “héroes” a los asesinos y “malvivientes” a los luchadores sociales.
Ahora le toca a Bolivia ser protagonista mundial de una masacre provocada, justamente, por esas fuerzas de (in)seguridad desprovistas del menor sentido humano, revolcadas en la mugre del desprecio a los pueblos originarios, de los que ellos mismos provienen, pero niegan. Ahora reviven los conceptos autoritarios de esas fuerzas armadas defendiendo al enemigo de su propio Pueblo, el que las armó, el que las puso a custodiar su Patria reconquistada, a la que atraviesan con sus espúrios y miserables ataques a la condición humana de sus habitantes más pobres y desvalidos.
La historia es la mejor maestra de nuestro futuro, la veleta que nos señala la dirección correcta del viento popular, la base segura donde pisar sin ser arrastrados al abismo de la desaparición nacional. Es en ella que debemos abrevar, para solidificar las ideas legadas de aquellos grandes hacedores de los sueños mil veces postergados. Es desde ellos, con sus más concretos pareceres y señalamientos, que se podrán reconstruir las nuevas fuerzas armadas en cada uno de nuestras naciones. Es con ellos que habrán de abrirse las puertas al tantas veces despreciado concepto de “ejércitos populares”, devenidos de nuestras génesis libertarias, arraigados a la tierra de la que deberán ser sus más fieles custodios.
El retroceso ha sido brutal. La muerte se enseñorea e inunda de sangre y dolor a nuestra amada Bolivia, mientras “la embajada” aplaude con el odio propio de sus egocentrismos sustentados solo en el poder de las armas y el dinero robado en todo el Planeta. Los imbéciles seguidores de esas pseudo-religiones inventadas para la ocasión, festejan sus próximas muertes, creídos de pertenencias que jamás les dejarán asumir de verdad. Y los auténticos dueños de estas tierras, los despojados por la fuerza de todos sus derechos, los sometidos antes con el látigo y ahora con las balas, regresan a donde uno de los suyos, un verdadero Patriota continuador de lo que intentaron sus ancestros, quiso y logró sacarlos.
Solo queda la esperanza en que esa necesaria fuerza interior que promueve nuestras rebeldías, logre emerger de tanta muerte incomprensible y destroce las mentiras, aplaste las palabras del odio abyecto y haga tronar el escarmiento definitivo, que ordene regresar al punto de partida de aquella historia ocultada por centenias, para poder construir al fin una Patria Grande defendida por el único ejército que de verdad vale: el de su Pueblo liberado.

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