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Dicen que la
vida es un viaje en un tren, para el que solo tenemos pasaje de ida. El
problema es que algunos viajan en primera, otros en segunda y los demás… como
pueden, colgados en el último estribo, casi cayéndose.
La equidad
no es precisamente una virtud del sistema económico que impera en nuestro
Mundo. Y cuando, por efecto de la presión de quienes viajan apiñados o colgados
de los vagones de la pobreza y la indigencia, aparecen conductores distintos a
los habituales continuistas de esas desigualdades, los que gozan en primera se
desesperan, alarmados por la posibilidad de perder alguno de sus privilegios.
Habrán de
elaborar, entonces, mil estrategias para evitar que se mejoren los vagones de
segunda, que todos puedan acceder al coche comedor, tratando de evitar el
contacto con esa plebe amenazadora que intenta dignificarse. Harán incluso que
se los empuje de ese tren de la vida, antes que permitir que se acerquen un
poquito a sus vagones del placer infinito, donde resguardan sus abusivas riquezas.
Con el
transcurrir de los tiempos, este tren ha ido modificándose, modernizando sus tecnologías,
pero manteniendo siempre una desproporción humillante entre sus pasajeros. Para
lograrlo, los (casi) dueños del vehículo de la vida, han sofisticado sus tácticas,
hasta convencer al resto del pasaje de las bondades del sistema que los mantiene
alejados de la satisfacción de sus necesidades.
Con la
colaboración inestimable de las pantallas que colocaron en cada vagón, van
convenciendo a los atolondrados viajeros, del horroroso destino al que los arrastrarán
los conductores que intentan otorgarles tantos beneficios.
No faltarán
los poco equitativos “guardas”, colaboradores de los poderosos, que oficiarán
de jueces honestos para sancionar a quienes se atrevieron a perturbar lo (para
ellos) inmodificable, con castigos que deberán ser ejemplificadores, para
eliminar de cuajo cualquier otra tentativa de cambio.
Pero, a
pesar de todo, el tren de la vida continuará su marcha, y la memoria de los postergados
pasajeros encontrará siempre un nuevo estímulo para volver a intentar, una, y
otra, y otra vez, modificar las condiciones de ese viaje al que nos sumaron sin
decidirlo y del que no quisiéramos bajar sin haber logrado antes, superar el denigrante
dolor de tanta injusticia.
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