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Complejo
caso el de los argentinos, que parecemos transcurrir nuestras vidas entre la
existencia real y un purgatorio del que entramos y salimos sin morir del todo.
Es que los vaivenes de las decisiones políticas nos arrastran alternativamente
hacia períodos de bienestar o de adversidades, manteniéndonos en un estado
latente de supervivencia del que no terminamos de emerger.
Cuando se transita
un tiempo de generación de derechos y desarrollo económico virtuoso, cuando
todo parece encaminado a terminar con las lacras de una sociedad atravesada por
el sistema injusto que impera en sus relaciones de poder, aparece una “tormenta”
política-económica que barre con las conquistas que, con tantos esfuerzos y sacrificios
se había logrado.
La llegada
de esta tormenta tan especial, no se produce por la intervención del Espíritu
Santo, no es producto de decisiones libres del propio Pueblo, aun cuando se
vote por ellas. Por el contrario, son elaboraciones perversas de quienes
detentan hegemonía de poder económico dentro de la sociedad, sobre la cual
ejerce sus influencias con las aviesas intenciones de dominación absoluta, con
el único interés de aumentar hasta el infinito sus capitales.
Las
consecuencias, evidentes para quienes quieran ver, es la brutal transferencia
de riquezas desde los que menos tienen a los que siempre tuvieron más. Pero,
¿cómo puede el Pueblo aceptar tanta degradación, tanto avasallamiento de sus
derechos, tanta miseria disfrazada de futuros imposibles de cumplir?
Es que la
historia la escriben, la relatan y la televisan los que ganan, y estos dueños
del Poder vienen haciéndolo desde hace demasiado tiempo, multiplicando sus
influencias, lo que se traduce en la aceptación del látigo del amo como una
necesidad previa, imprescindible para alcanzar las prometidas mejoras de sus vidas.
Claro que,
cuando se tocan extremos insoportables de padecimientos, llegan los momentos de
las rebeliones. Pero también allí los poderosos actúan, cooptando a algunos líderes
de esos levantamientos que, con sus traiciones, minan las posibilidades de un triunfo
irreversible del Pueblo.
Tal vez ahora,
cuando el mismo Príncipe de las Tinieblas parece pasear orondo por los pasillos
de la Casa Rosada trocando todo en miserias y desgracias, pueda valorarse en
toda su dimensión lo perdido y volver a intentar una nueva reconstrucción, esta
vez definitiva, para no tener que pasar por enésima vez por un purgatorio que
no merecemos.
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